A Cora Páez de Topel Capriles

A Cora Páez de Topel Capriles
A Cora Páez de Topel Capriles, gran amiga de Aziz Muci-Mendoza, él le recordaba al compositor de mediana edad Gustav von Aschenbach, protagonista de la película franco-italiana "Muerte en Venecia" (título original: Morte a Venezia) realizada en 1971 y dirigida por Luchino Visconti. Adaptación de la novela corta del mismo nombre del escritor alemán Thomas Mann.Se trata de una disquisición estético-filosófica sobre la pérdida de la juventud y la vida, encarnadas en el personaje de Tadzio, y el final de una era representada en la figura del protagonista.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Hugo Chávez, 1954–2013 / por Jon Lee Anderson

Hugo Chávez, 1954–2013 / por 

Jon Lee Anderson

Por Jon Lee Anderson | 5 de Marzo, 2013

chavez640
El presidente venezolano Hugo Chávez Frías, quien murió de cáncer hoy
martes a la edad de cincuenta y ocho años, fue uno de los líderes más
provocadores en la escena mundial durante los últimos años. Su muerte
se produjo después de meses en los cuales su estado de salud fue
un misterio nacional, un tema de ofuscación y de rumores. Chávez
pasó el primer día de su segundo mandato en una cama de un hospital
en Cuba. El vicepresidente Nicolás Maduro, quien hizo el anuncio,
es uno de los políticos que ahora maniobra para controlar a Venezuela,
donde se deben llevar a cabo elecciones dentro de treinta días.
Quien fuera alguna vez un paracaidista militar, estuvo dos años en
prisión después de haber liderado un fallido golpe militar contra el gobierno
de Venezuela en 1992. Chávez salió de la cárcel, luego de una
amnistía, con determinación renovada para alcanzar el poder y buscó
el apoyo del veterano comunista cubano Fidel Castro para hacerlo.
En 1998, Chávez ganó las elecciones presidenciales en Venezuela con
la promesa de cambiar las cosas en su país para siempre, de arriba a abajo.
Desde el día en que tomó posesión, en febrero de 1999, se dedicó a hacer
precisamente eso. Deja un país que, de alguna manera, nunca volverá
a ser el mismo y que, de otra, es la misma Venezuela de siempre: un
país rico en petróleo, pero desigual socialmente, con un gran número
de sus ciudadanos viviendo en algunos de los barrios más violentos de
América Latina.
A su favor hay que decir que Chávez se dedicó a tratar de cambiar la
vida de los pobres, quienes eran sus más grandes y fervientes
seguidores.
Comenzó a golpe de martillo gracias a una nueva Constitución y
cambiando el nombre del país. Simón Bolívar, quien luchó para unir
a América Latina bajo su gobierno, fue el héroe de Chávez. Por él
cambió el nombre del país a República Bolivariana de Venezuela y,
posteriormente, dedicó una gran cantidad de tiempo y recursos a forjar
lo que llamó la “Revolución Bolivariana”. No fue, en un principio, una
revolución socialista ni una revolución necesariamente anti-estadounidense,
pero durante los años siguientes, el gobierno de Chávez y su
papel adoptado en la arena internacional convirtió a la Revolución en
ambas cosas, al menos en intención.
Estuve con Chávez varias veces a lo largo de estos años, pero la
primera
vez que lo vi fue en 1999 en La Habana, Cuba, poco tiempo después
de que él se hubiera convertido en el Presidente de Venezuela. Estaba
dando un discurso en un salón de la Universidad, con los dos hermanos
Castro entre la audiencia –algo extraño de ver– y otros altos miembros
del politburó cubano. Fidel Castro miraba y escuchaba embelesado
cómo Chávez hablaba durante noventa minutos, esencialmente
estableciendo las bases discursivas para la relación intensa y profunda
entre los dos países y los dos líderes que pronto seguiría. Ese día,
un número de observadores presentes en la sala comentaron
sobre lo que parecía ser un “romance” importante entre ambos.
Tenían razón. Chávez, casi treinta años más joven que Fidel, pronto
se hizo inseparable del líder cubano, para quien él era claramente
una figura paterna y un modelo a seguir. (La familia de
Chávez es de origen modesto y provinciano, del interior de Venezuela).
Y para Castro, Chávez era un heredero y algo así como un
hijo amado. Misteriosamente, o justamente por esa relación, fue
Fidel quien notó la dolencia de Chávez en una visita a La Habana en
2011, e insistió en que viera a los médicos, quienes rápidamente
descubrieron el cáncer de Chávez, un tumor que fue descrito como
del tamaño de una pelota de béisbol en algún lugar alrededor de la
ingle. Desde entonces, y hasta su regreso a casa en febrero,
terminalmente enfermo, Chávez recibió prácticamente todo su
tratamiento
contra el cáncer en La Habana, bajo estrecha vigilancia de Fidel.
Un showman cálido y amable, con un notable sentido de la ocasión,
así como de la oportunidad estratégica, Chávez creció en ambición y
estatura global durante los años de Bush, en los que América Latina
fue relegada a un segundo plano por Washington. Chávez se molestó
desde el principio por la retórica belicista de la Administración Bush
durante el período posterior al 11 de septiembre, y se convirtió en un
crítico cada vez más fuerte de las políticas y actitudes del “imperio”
norteamericano. Ya había cerrado una oficina de enlace militar de EE.UU.
en Venezuela, y puso fin la cooperación con la DEA. Pronto fue más allá y
disfrutó con ridiculizar al Presidente de los EE.UU. llamándolo “Mr.
Danger ” y “Donkey” en su programa semanal de televisión “Aló
Presidente”, en el que a veces parecía gobernar como si estuviera en
un reality. (En una ocasión ordenó a su Ministro de la Defensa que
enviara fuerzas venezolanas a la frontera con Colombia en vivo, desde
“Aló Presidente”). En 2002, un intento de golpe de Estado por
una camarilla de políticos de derecha, empresarios y militares logró
que Chávez fuera brevemente secuestrado y forzado a renunciar de
manera humillante, antes de que fuera puesto en libertad y se le
permitiera retomar el gobierno.
El golpe de Estado contra Chávez fracasó, pero no antes de que
los conspiradores hubieran recibido, al parecer, el visto bueno y la
aprobación de la Administración Bush. Chávez nunca perdonó a los
estadounidenses. A partir de entonces, su retórica antiestadounidense
se hizo más caliente y trató de incomodar a Washington siempre
que fue posible. Antes de la invasión de EE.UU. a Irak, en 2003,
Chávez viajó a Bagdad en una visita amistosa a Saddam Hussein.
Luego, en su ambición declarada de debilitar al “imperio” y crear un
“mundo multipolar”, solía ir a abrazar a líderes con similares
posturas anti-estadounidenses: Ahmadinejad de Irán fue uno,
Lukashenko
de Bielorrusia fue otro. Invitó a Vladimir Putin a enviar a su armada para
hacer ejercicios en aguas venezolanas y a que le vendiera armas. Y
allí estaba su relación, cada vez más entrañable y dependiente,
con Fidel Castro.
Pronto el petróleo venezolano comenzó a fluir a una Cuba deficitaria
en energía, poniendo fin a los casi diez años de penuria del
“período especial” que siguió al derrumbe soviético y al abrupto final
de tres décadas de subsidios generosos de Moscú. Médicos cubanos,
entrenadores deportivos y hombres de seguridad no tardaron en
viajar en la otra dirección, ayudando a Chávez a implementar
a algunos de los programas llamados Misiones, destinados a aliviar
la pobreza y las enfermedades en los barrios pobres de Venezuela y
en el interior del país. Chávez y Castro hicieron viajes juntos y
visitaban con frecuencia sus respectivos países. Era obvio que
amaban acompañarse.
En una visita a Caracas en 2005, poco después de que Chávez
anunciara su decisión de que el socialismo era el camino a seguir
para su revolución y para Venezuela, lo vi en el Palacio Presidencial.
Estaba emocionado con el fervor revolucionario recién
descubierto. En una reunión con campesinos pobres, anunció
la toma de varias grandes propiedades privadas en el interior y les
dio instrucciones eufóricamente a organizarse en colectivos y
sembrar en las granjas confiscadas. “¡RAS!”, gritó con alegría,
repitiendo varias veces. “¡RAS!”, siglas que significaban “Rumbo
al socialismo”.  Los intentos de Chávez por colectivizar la producción
e implementar una reforma agraria parecían mal planificados y
fuera de tiempo. El mismo a menudo parecía pertenecer a
épocas anteriores, cuando América Latina estaba dominada
por caudillos voluntariosos, y hubo una Guerra Fría en un mundo
claramente polarizado.
Un par de años más tarde, le pregunté por qué había decidido
adoptar el socialismo tan tarde. Reconoció que había llegado a él
tarde, mucho después de que la mayor parte del mundo ya lo
había abandonado, pero dijo que había hecho clic con él después
de haber leído la novela épica de Víctor Hugo Los miserables. Eso
y escuchar a Fidel.
Impulsado por miles de millones de dólares como consecuencia
del incremento de los precios del petróleo, Chávez ganó una
influencia significativa en todo el hemisferio durante los últimos años,
estableciendo una estrecha relación con una serie de emergentes
regímenes de izquierda en Bolivia, Argentina, Ecuador y Nicaragua,
encabezada una vez más por el antiguo líder sandinista Daniel
Ortega. Chávez predijo una disminución de la influencia de EE.UU.
y una oportunidad, después de todo, para el renacimiento de la
gran visión de Bolívar. En cierto sentido, Chávez tenía razón.
La influencia de EE.UU. ha disminuido durante la última década en
América Latina, por lo que su aparición fue oportuna. Pero
no fue Venezuela sino Brasil, emergiendo finalmente de un período
inactivo para convertirse en una potencia económica y política, la que
comenzó a llenar el vacío de la región. Lula, el último líder de Brasil
que también fue un populista de izquierda, puso al “pueblo” y a la
mitigación de la pobreza como prioridades de su Administración; y,
con un mejor equipo de gestión y sin la confrontación polarizada
contra el “imperio”, tuvo un grado de éxito considerable. En
Venezuela, por el contrario, la revolución de Chávez sufrió de
la mano de administradores mediocres, ineptitud generalizada y
una falta de seguimiento en los proyectos.
¿Qué queda, entonces, después de Chávez? Un enorme vacío para los
millones de venezolanos y otros latinoamericanos, en su mayoría pobres,
que lo veían como un héroe y un mecenas, alguien que “los cuidaba”
de una forma en la que ningún líder político en la América Latina de
los últimos tiempos lo había hecho. Para ellos, ahora, habrá
desesperación y ansiedad porque no habrá nadie como él en el
futuro, no con un corazón tan grande y tan radical de espíritu
por el futuro previsible. Y probablemente tengan razón. El sucesor
ungido de Chávez, Maduro, sin duda tratará de llevar adelante la
Revolución, pero los desatendidos problemas económicos y
sociales están creciendo y parece probable que, en un futuro no muy
lejano, toda la desesperación de Venezuela acerca de la pérdida de
su líder se extenderá hasta la revolución inconclusa que dejó atrás.
Estuve en el avión de Chávez cuando viajó a Cuba, en 2008, para
felicitar a Raúl Castro por su asunción formal del poder; su hermano
Fidel cayó enfermo y renunció a su posición oficial. En La Habana,
Chávez se desapareció y fue a visitar a Fidel, quien todavía
estaba de reposo. En el vuelo de regreso, al día siguiente, Chávez
informó con alegría a todos los que estábamos en su avión: “Fidel
está muy bien, y manda sus saludos”. Cinco años más tarde, los
Castro, ambos octogenarios, están vivos y bien, y es Chávez quien
ha salido de la escena.
***
Texto publicado en The New Yorker el 5 de marzo de 2013. Puede leerlo en inglés aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario