A Cora Páez de Topel Capriles

A Cora Páez de Topel Capriles
A Cora Páez de Topel Capriles, gran amiga de Aziz Muci-Mendoza, él le recordaba al compositor de mediana edad Gustav von Aschenbach, protagonista de la película franco-italiana "Muerte en Venecia" (título original: Morte a Venezia) realizada en 1971 y dirigida por Luchino Visconti. Adaptación de la novela corta del mismo nombre del escritor alemán Thomas Mann.Se trata de una disquisición estético-filosófica sobre la pérdida de la juventud y la vida, encarnadas en el personaje de Tadzio, y el final de una era representada en la figura del protagonista.

domingo, 29 de marzo de 2015

El director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel extendió su contrato como director de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles (California) hasta el año 2022.

Gustavo Dudamel dirigirá la Filarmónica de Los Ángeles hasta 2022

Gustavo Dudamel dirige el Sistema de Orquestas y el coro del estado Aragua en un concierto en Maracay el 31 de julio de 2012 / EFE
Gustavo Dudamel director de la Orquesta Nacional Juvenil de Venezuela | EFE
Según destaca el periodista de BBC Mundo Jaime González, este anuncio pone fin a las especulaciones que señalaban que Dudamel podía marcharse a dirigir la Filarmónica de Nueva York

El director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel extendió su contrato como director de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles (California) hasta el año 2022.
El actual contrato de Dudamel con la formación musical, de la que se hizo cargo en 2009, finalizaba en 2019.
Según destaca desde Los Ángeles el periodista de BBC Mundo Jaime González, este anuncio pone fin a las especulaciones que señalaban que Dudamel podía marcharse a dirigir la Filarmónica de Nueva York, cuyo director abandonará su cargo en 2017.
Con esta extensión de contrato, Dudamel, de 34 años, estará al frente de la Filarmónica de Los Ángeles cuando la formación celebre su 100º aniversario dentro de cinco años.
El director venezolano se inició en la música a una edad temprana en la red de orquestas juveniles de Venezuela conocida como "El Sistema".
Formada por escuelas musicales fundadas hace más de tres décadas por el maestro José Antonio Abreu, El Sistema ha ofrecido instrucción a miles de niños sin recursos.
Hace tres lustros Dudamel fue nombrado director de la Orquesta Nacional Juvenil de Venezuela, iniciando así una meteórica carrera que le ha llevado a dirigir a algunos de los mejores conjuntos de música clásica del mundo y a recibir numerosos galardones.
Hace unos días se supo que Dudamel y su esposa Eloísa Maturén iniciaron los trámites para divorciarse.
La pareja (que se casó en 2005 y tiene un hijo en común de 3 años) citó "diferencias irreconciliables" como motivo de la ruptura.

Elogio de la esperanza... Rafael Muci-Mendoza

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Elogio de la esperanza...

Rafael Muci-Mendoza



A Fabi, el primer amor de abuelo de su Abu... Perdóname, luego te he sido
cinco veces infiel, tengo cinco amores más,
como tú, dones maravillosos de Dios...


¿Sabes? El corazón de los abuelos es muy grande y siempre hay sobrancero
espacio para albergar el amor a dar a todos sus nietos... Mucho me preocupa
tu preocupación por tu Abi y por mí, tus reiterados llamados a cuidarme que
rayan en la súplica, tus deliciosos regaños y tu exasperación cuando me río
de tus prevenciones, ¡no puedo evitarlo! Tengo que seguir adelante, el
camino todavía no se acaba, se acaba cuando se acaba y el fin del mismo debe
sorprenderme sembrando, cosechando, haciendo y realizando por nuestro amado
país...

¿Sabes Fabi? Soy un esperanzado a rabiar y un convencido de que después de
la tormenta viene la calma; de que existe el mal para que refulja el bien;
soy un apostador por la tierra que me vio nacer aunque yo no viviré tanto
como para ver al lucero de la mañana y los arreboles que prenuncien la
llegada de nuevos y mejores tiempos, donde reverdezcan los prados, los hilos
de agua se hagan nuevamente arroyos rumorosos y la concordia conduzca a la
recuperación del buen talante del venezolano, ese que siempre hemos sido,
amistoso, cordial, preocupado por los demás, solidario, compasivo, dispuesto
a darle la mano amistosa al extraño que busca una tierra de promisión,
aunque no siempre seamos correspondidos por igual en otras latitudes... Esto
que nos ocurre es un trago amargo, una lección que mucho quiere decirnos, y
más vale que pongamos cuidado, hagamos caso y aprendamos de nuestros errores
y del mensaje encriptado que la situación envuelve, que tomemos con firmeza
de manos el áspero asunto que nos concierne... Nadie puede vivir por
nosotros la vida y la realidad que en suerte nos ha tocado. Huir dejando
tarea sin completar es en mi caso una mala opción; huir dejando nuestro
pueblo engañado por el lenguaje melifluo conque la maldad tantas veces lo ha
arropado, no es una alternativa; todavía hay pacientes anhelantes en
nuestros arruinados hospitales para quienes la palabra sigue siendo un
bálsamo tranquilo y la esperanza un recurso, y también hay estudiantes
esperanzados a quienes hay mucho que decirles y creo que todavía puedo y
debo hacerlo... La esperanza abriga... ¡y como!


"Venezuela un país de despedidas, donde los padres prefieren a sus
hijos lejos, y los abuelos nos quedamos sin nietos¨

Y es que el mito griego de la esperanza es uno lleno de sinsabores y ánimo,
de ilusión y promesa, de confianza y aliento... Te gustará la historia:
resulta que Prometeo, el titán amigo de los mortales, osó robar el fuego
sagrado que portaba el dios Sol en su carro alado para entregarlo a los
humanos, infelices que no lo conocían, y así, cambiar sus destinos para
bien. Zeus, un dictador de malas pulgas como son todos ellos, entró en
cólera y ordenó a diversos dioses crear la primera mujer, una capaz de
seducir a cualquier hombre. Hefesto la moldeó en arcilla y le proporcionó
formas perfectas e insinuantes. La gran Palas Atenea la vistió elegante y
Hermes le concedió la astucia para seducir; finalmente Zeus le insufló vida;
y así, surgió la hermosa Pandora que fue enviada a casa del benefactor de
los hombres, Prometeo, que siendo advertido de alguna estratagema vengativa
de Zeus, la rechazó; no obstante, su hermano Epimeteo se enamoró
perdidamente de sus encantos, la aceptó y casó con ella... Como regalo de
bodas, traía Pandora en su equipaje una enigmática caja; la "caja" era en
realidad un Pithos (tinaja ovalada) y venía con la instrucción de no abrirlo
bajo ninguna circunstancia pues contenía todos los males capaces de
contaminar de desgracias el mundo, pero también portaba todos los bienes.
Para entonces el ser humano no conocía de infortunios, de enfermedades,
locuras, vicios o pobreza, aunque tampoco de nobles sentimientos. Un aciago
día, Pandora, víctima de la curiosidad, abrió la caja y todos los males
escaparon al mundo, asaltando a su antojo a los desdichados mortales.
Cuentan que los bienes subieron al mismo Olimpo y allí se quedaron junto a
los dioses. Una vez que lo hizo, asustada, comprendió el grave error
cometido y de un golpazo cerró el recipiente. Sin embargo era demasiado
tarde, pues todos los males ya habían sido liberados; no obstante, quedaba
dentro solo un bien acurrucado en el fondo: Elpis, el espíritu de la
esperanza; esa Esperanza, tan necesaria para afrontar y soportar con ánimo
los males que acosan a los hombres. Se apresuró Pandora entonces en ir a
consolar a los humanos, aconsejándoles que siempre podrían acudir a ella
donde se encontrarían a buen recaudo... ¿Ves niña mía porqué a pesar de todo
soy afortunado en mantener la esperanza...?, ¿Ves porqué debes tú también
mantener la llama de la esperanza en que todo estará bien con ustedes y con
nosotros...?, Y así desde hoy, deberá ser norma de tu vida, no dejarte
intimidar cuando te vaya mal y saber que con paciencia, esfuerzo y voluntad
superarás cualquier obstáculo, pues la desesperanza es muy mala consejera,
es la nada, tierra árida donde nos encontramos inermes y entregados ante la
adversidad sin haber presentado lucha...

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Pero también quiero que leas, medites y recuerdes este lindo y realista
cuento que no me pertenece, es de autor desconocido y que además,
hermosamente se entronca con la esperanza...

¨Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de su corte: -Me estoy fabricando
un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores brillantes posibles.
Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en
momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos y a los
herederos de mis herederos para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño,
de manera que quepa debajo del diamante del anillo. Todos quienes escucharon
eran sabios, grandes eruditos; podían haber escrito grandes tratados, pero
sólo debían proporcionarle un mensaje de no más de dos o tres palabras que
pudieran socorrerlo en momentos de descorazonamiento total... Pensaron,
buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada que se acomodara al
pedimento de su rey...

El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su
padre. La madre del rey murió pronto, y este sirviente cuidó de él, por
tanto, lo trataba como si fuera un miembro más de la familia. El rey sentía
un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y este
le explicó: -No  soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco
el mensaje. Durante mi larga vida en palacio me he encontrado con todo tipo
de gente, y, en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu
padre, y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de
agradecimiento, me dio este mensaje -el anciano lo escribió en un diminuto
papel, lo dobló y se lo dio al rey-. -No lo leas -le dijo-, mantenlo
escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado,
cuando no encuentres salida a una situación. Ese momento no tardó en llegar.
El país fue invadido y el rey perdió su reino. Estaba huyendo en un caballo
para salvar su vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los
perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa,
no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por
él sería el fin. No podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya
podía escuchar el galopar de los caballos. No podía seguir hacia adelante, y
no había ningún otro camino.

De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y descubrió en él
un pequeño mensaje, tremendamente valioso que rezaba: ¨¡esto también
pasará!¨. Mientras leía, ¨¡esto también pasará!¨, sintió que se cernía sobre
él un gran silencio. Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido
en el bosque o debían haber errado el camino, pero lo cierto fue, que poco a
poco, dejó de escuchar el trote de los caballos. El rey se sentía
profundamente agradecido a su sirviente y al desconocido místico. Aquellas
palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el
anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. El día que entraba de
nuevo victorioso en la capital, hubo una gran celebración con música,
bailes, felicidad a montones..., y él, se sentía orgulloso de sí mismo. El
anciano estaba a su lado en el carruaje y le recomendó: Este momento también
es adecuado: vuelve a mirar el mensaje...

-¿Qué quieres decir? -preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente
celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación
sin salida.

-Escucha -respondió el anciano-, este mensaje no es solo para situaciones
desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es sólo para
cuando estás derrotado; también es para cuando te sientas victorioso. No es
sólo para cuando eres el último; es también para cuando eres el primero.

El rey de nuevo abrió el anillo y leyó el mensaje: ¨¡esto también pasará!¨,
y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio en medio de la
muchedumbre que celebraba y bailaba, porque su orgullo, su ego, habían
desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había
iluminado.

Entonces el anciano agregó: -Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna
emoción son permanentes. Como el día y la noche hay momentos de alegría y
momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza,
porque son la naturaleza misma de las cosas¨. Es ahora en mi país que es el
tuyo que con la esperanza de nuestro lado debemos decir, ¨¡esto también
pasará...!

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La ¨Libertad guiando al pueblo¨, cuadro pintado por

Eugène  Delacroix en 1830, conservado en el Museo del Louvre de París

e ícono universal  de la lucha por la libertad...


¿Cómo no voy a tener esperanzas Fabi?, si allí quedó ella guardada en el
fondo del pithos; allí quedó salvada para la ocasión del desalentado
venezolano; y mira, que esta es una de ellas y única. La situación nuestra
se pinta insoluble, sentimos que nos han arrancado de cuajo la patria, la
democracia, todos los valores del espíritu, todo lo que tenía sentido para
todos, se fueron nuestros hijos y nietos, somos abuelos huérfanos... Se nos
ha querido inculcar la desesperanza aprendida esa que surge cuando una
persona sufre varios fracasos continuos y va perdiendo la fe y la energía
para luchar. ¿Cómo pues no sentirse derrotado y abatido...? ¡Pues no!,
precisamente para contingencias como esta, la esperanza allí se encuentra.
Por seguro que un mañana resplandeciente y claro acunará nuestro espíritu
porque siempre ha sido así, nunca la umbra de la noche ha vencido al claror
del amanecer, y a una noche muy oscura siempre han seguido los trinos de los
pájaros anunciando la presencia de Dios y el arribo del alba y sus promesas
de un día mejor. El optimismo y la esperanza van de la mano, se acompañan el
uno a la otra como la sombra al cuerpo, y yo soy un empedernido optimista.
Estos hombrecitos se irán arrastrados por el peso de su maldad y nos tocará
a todos reconstruir el país con lo mucho que aún nos queda... Así que pierde
cuidado, aquí estaré, yo quiero y debo ser parte de los reconstructores, la
Libertad de Delacroix con sus pechos turgentes al aire, símbolo de la vida,
enarbolando esta vez la bandera de siete estrellas y en cuartel azul de la
mitad inferior de nuestro escudo, ese caballo blanco desbocado, con la
cabeza vuelta hacia la derecha, simbolizará otra vez la libertad e
indefectiblemente nos conducirá a la victoria...

Y para no hacer esta misiva más larga y para que comprendas el significado
del Pithos de Pandora y su oculto mensaje, pon atención a este relato:

¨Las cuatro velas daban luz y brillaban a complacencia. Eran ellas: Paz,
Amor, Fe y Esperanza. El ambiente era tan apacible que podía oírse el
diálogo que las cuatro mantenían:

Dijo la primera vela: -¡Soy la Paz!, sin embargo, las personas no consiguen
mantenerme. Creo que me voy a apagar... y así, disminuyendo rápidamente su
fuego, se apagó por completo.

Anunció la segunda vela: -¡Soy la Fe!, lamentablemente no soy apreciada. Las
personas me ignoran y no quieren saber de mí. ¿Qué sentido tiene permanecer
encendida? Y dicho esto, una suave brisa pasó sobre ella y extinguió su
luz...

Resuelta y triste, la tercera vela exclamó: -¡Yo soy el Amor!, no tengo
fuerzas para seguir encendida. Las personas me dejan de lado y no comprenden
la importancia de mi existir. Se olvidan hasta de quienes están muy cerca de
ellos y el valor de mi compañía. Y sin titubeo, se apagó dejando tras sí una
tenue voluta de humo.

De repente, entró un niño y viendo el espectáculo arrancó a llorar al ver
con tristeza las tres velas apagadas...

-¿Qué es esto? -les reconvino-, ustedes deberían estar encendidas hasta el
final de los tiempos...

Entonces la cuarta vela habló con dulzura:

-No tengas miedo niño, mientras yo tenga fuego podemos encender las tres
velas restantes. Yo soy, ¡la Esperanza!

El niño, con los ojos brillantes tomó la vela de la Esperanza y encendió el
trío restante...

Este escrito está también escrito para mis tres hijos y mis seis nietos, y
por supuesto para los que crean en mi país y sus reservas...


Para leerme pueden seguir estos enlaces o copiarlos en la barra del
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Se pregunta la revista Imagen –que en este caso es lo mismo que decir Luis Alberto Crespo– cuántas veces, cuando la luz de comienzos y de finales de tiempo nos llega a la altura del pálpito, leemos a Paz Castillo, siempre por primera vez. Jesús Sanoja Hernández propone otra primera vez, y Rafael Arráiz Lucca accede gustoso para entregarnos a un Paz Castillo transeúnte del paisaje venezolano, tomado de la mano de Manuel Cabré

Fernando Paz Castillo: Nuestro poeta metafísico

Fernando Paz Castillo | Foto Archivo El Nacional
Fernando Paz Castillo | Foto Archivo El Nacional
Se pregunta la revista Imagen –que en este caso es lo mismo que decir Luis Alberto Crespo– cuántas veces, cuando la luz de comienzos y de finales de tiempo nos llega a la altura del pálpito, leemos a Paz Castillo, siempre por primera vez. Jesús Sanoja Hernández propone otra primera vez, y Rafael Arráiz Lucca accede gustoso para entregarnos a un Paz Castillo transeúnte del paisaje venezolano, tomado de la mano de Manuel Cabré

Fernando Paz Castillo era caraqueño y esto, aunque parezca baladí, es importante para comprender su obra. Ve la luz del mundo el 11 de abril de 1893 en el valle que preside el Guaraira Repano. Sospecha desde niño que aquel cerro será una suerte de ángel tutelar a lo largo de su dilitadísima vida, por más que durante algunos períodos respire lejos del monte, llevado a otras metrópolis por el azar del diplomático.
Gracias a su vida caraqueña, estudia en un colegio de raigambre francesa, donde se combinan la educación religiosa y la lengua de Voltaire. Allí traba amistad con sus futuros compañeros de camada poética: Enrique Planchart y Luis Enrique Mármol, con quienes el fuego de la amistad irá creciendo bajo la llama de la vela del poema.
El poeta y el Círculo
Pero antes del acontecimiento capital de su período de formación, Paz Castillo frecuenta, como todos sus compañeros de generación El círculo de Bellas Artes. Ya Manuel Cabré, los hermanos Monsanto y el díscolo Reverón batallaban con la paleta, ya el legendario Círculo había roto con el academicismo de Don Antonio Herrera Toro, director de la Academia de entonces, ya habían tomado sus colores y se habían ido al aire libre a pintar paisajes. De aquella etapa de relación estrecha entre pintores y escritores formó parte el joven Paz Castillo, incluso no falta quien sugiera que la paternidad del nombre del Círculo es haber del poeta, y no de alguno de los pintores.
Alrededor del Círculo dan vueltas los integrantes del grupo Alborada: Gallegos, Soublette, Rosales y el enorme poeta Salustio González Rincones, cuando está en Venezuela. Pero también giran en torno de los pintores, los integrantes de la Generación poética de 1918. Acaso la más significativa de cuantas generaciones poéticas ha habido en el siglo XX venezolano.
De ella es protagonista Paz Castillo, junto a sus compañeros de escuela primaria ya citados y Jacinto Fombona Pachano, Andrés Eloy Blanco, Rodolfo Moleiro y el incómodo José Antonio Ramos Sucre. La cifra de 1918, como sabemos, viene dada por el año en que estos jóvenes ofrecen recitales públicos y además se publica un poemario de Enrique Planchart. Pero a Paz Castillo no lo desvela la magia de la publicación. Su primer poemario, La voz de los cuatro vientos, fue editado en 1931, cuando ya el año 1918 era un recuerdo, y los integrantes de su promoción se desperdigaban por la geografía nacional y extranjera. Treinta y ocho años contaba el poeta cuando se atreve a dar a la luz pública sus versos, aunque muchos de los poemas integrantes de este libro habían sido leídos en publicaciones periódicas y revistas.
Al año siguiente se va a España, siendo este el primer destino exterior de su periplo, pero aún el diplomático no inicia sus funciones. Fue con el gobierno del General López Contreras que Paz Castillo es enviado como Cónsul a Barcelona, para luego pasar como secretario de Legación a París, y después a la Argentina y luego a Brasil. Entre el 36 y el 38, cuatro países lo reciben con sus maletas, para fatigar la rutina del funcionario diplomático. Después Londres, México, Bélgica, Ecuador, Canadá hasta que a partir de 1959 es jubilado y se asienta su destino en la ciudad que le vio nacer.
La puerta que es El muro
En su largo y fatigante itinerario diplomático no dejó de escribir y publicar, pero lo mejor de su obra no surge en aquellos años. Quizás la minucia del oficio lo distrae de los poemas de largo aliento que se esperan de él, quizás la atención esmerada hacia la familia lo alejan del poema. A partir de la vuelta a la patria el poeta se ocupa seriamente de su obra: no sólo recoge y organiza su cuantiosa producción hemerográfica sino que la salva del olvido albergándola en libros. Sus valiosísimas reflexiones sobre la obra plástica, sobre la hechura del poema, sobre las figuras de nuestra historia republicana van salvándose del océano hemerográfico. El entusiasmo se apodera de aquel hombre que parece vivir como si hubiera recobrado la libertad, y es entonces cuando la vena del poeta alcanza su momento cúspide. Lo que se había venido gestando desde su segundo poemario, Signo (1937) y que había encontrado cauce casi definitivo en Enigma Del Cuerpo y El Espíritu (1956), termina por precipitarse magníficamente en El Muro (1964).
Este texto, al que juzgo de los mejores de la poesía venezolana, es el más acabado, el más profundo de la obra de Paz Castillo. No desdeño los posteriores, pero de ninguna manera se explican sin la puerta que el poeta abrió con El muro. De su etapa posterior brilla particularmente un poema estremecedor: "Misterio", incluido en el poemario Pautas (1973), y también resuenan con hondura los textos que componen Persistencias (1975), poemario donde la limpieza de los versos llega a su expresión más pura. Pero El muro es el sol del sistema planetario del poeta. Curiosamente fue escrito y publicado cuando el caraqueño rondaba los setenta años y ya era considerado un poeta de obra excelsa.
Todo fue lento en Paz Castillo: no solo el inicio de su vida literaria, al publicar por primera vez al borde de ser un cuarentón, sino la gloria de su mayor poema le llega a los setenta. Su vida, vista a la distancia, parece haber sido estructurada desde la premonición de su dilatación.
Entre luz y penumbra
En El muro se dan cita los fantasmas del poeta. La muerte llega puntual y siembra su bandera de interrogantes. La angustia de la incertidumbre también clava su banderilla: qué pasará con nosotros una vez traspasado el muro, el muro de la muerte; qué hay del lado allá de la vida. Un pájaro, esta vez un zamuro (¿acaso el mismo cuervo de Poe?) pasa de un lado a otro sin dificultad. Nosotros, los que no estamos hechos para el vuelo, permanecemos ante la línea divisoria, dándole forma con las manos a la arcilla de nuestras preguntas. Pero el muro, más que la flecha de una certeza, es la figura que inquiere, la que hace del lado de acá una sola interrogante. En el poema es citada esa otra columna de la obra de Paz Castillo: Dios, el sentido sagrado de la existencia y, junto a él, la tarde, el momento del día predilecto del poeta, la zona ambigua entre la luz y la penumbra. Como vemos, en El muro no sólo logra expresar su filosofía de vida sino que reúne a todos sus fantasmas, a todas las piezas del laberinto de su obra.
Quiero pensar y nada me impide conjeturar esta especie, que el muro del poema es el Ávila, el cerro tutelar de la infancia y la juventud del poeta. Los caraqueños que amamos el monte y, especialmente, la silueta que se dibuja con la luz del atardecer, se nos antoja el cerro como una línea divisoria, como un muro que nos preserva del mundo, como una pared capaz de construir nuestra comarca urbana, como una mole que nos separa del mar y, al hacerlo, hace del mar la escena única del horizonte. No sabemos si hemos aprendido a ver el cerro como nos enseñó a hacerlo El muro de Paz Castillo o si, en cambio, al leer el poema nos viene a la memoria el cerro de la ciudad. No importa qué ocurrió primero: lo sustancial es que entre la creación de la naturaleza y la del poeta, el matrimonio se aviene indisoluble.
Hay vidas que ofrecen similitudes extraordinarias: Cabré, noventa años, devoto del cerro; Paz Castillo, ochenta y ocho, demiurgo de las posibilidades metafísicas del monte. Ambos hijos de un momento glorioso del diálogo: El Círculo de Bellas Artes y La generación del 18.
Un poeta es un lector
Innumerables veces aludió Borges al orgullo que sentía por los libros que había leído, más que por los que había escrito. Que yo sepa, nada parecido afirmó Paz Castillo, pero bien podría haberlo hecho, ya que fue un lector voraz. No sólo leía las palabras que le ofrecían los libros, sino que también comprendía la gramática de los pintores. Leer, aunque parezca mentira, no ha sido una costumbre extendida entre los escritores venezolanos. Aún es así. Venezuela es un país tan laxo para algunos derroteros, que es perfectamente posible ser académico de la lengua y leer un libro cada muerte de Papa o ser profesor de literatura, y, en el fondo, odiar la escritura y tener al “Mío Cid” como un poema contemporáneo y, sin embargo, ser considerado como un escritor o, también, como un poeta, palabra para la que la laxitud es total. Raro fue entonces, y también lo sigue siendo, el poeta venezolano que ama la lectura. La mayoría afirma, con ingenua desfachatez, que les gusta más escribir que leer. Por el contrario, la obra de Paz Castillo es la obra de un lector.
Desde la confesión donde se manifiesta devoto El Quijote, leído varias veces a lo largo de su dilatada vida, hasta la poesía de Antonio Machado, el universo de lecturas castellanas del poeta caraqueño incluye a Darío, Manrique, Unamuno y, muy especialmente, Santo Tomás de Aquino. En la lengua de Shakespeare, bebió en las páginas de Whitman, Wordsworth y Keats. Se detuvo en Verlaine, Mallarmé, Apollinaire, Breton, Eluard, manifestando particular interés por la poesía francesa. No le fue ajena la obra de Nietzche ni la del praguens Rainer María Rilke. Fue, también, atento lector de sus compañeros de generación. Pudo llevar vida de escritor, por más que el trajín de la oficina le robara las horas. Sus lecturas estuvieron guiadas por el placer, por una parte y por el temblor de la búsqueda, por la otra. Su poesía está signada por la ansiedad del hallazgo: desde la perplejidad, el poeta elevaba una oración hacia las alturas esperando respuesta. Estaba tocado por el fervor de los despiertos.

La búsqueda de Dios
Por Jesús Sanoja Hernández
Pasados los tiempos de Pérez Bonalde y de los no valorados Juan Arcia y Sánchez Pesquera (salvo advertencia de Balza en el primer caso y de Picón Salas en el segundo), el modernismo sonó sus músicas, particularmente en los poemarios hasta hace poco inéditos de Salustio González Rincones, filiado en Lugones y Herrera y Reissig más que en Darío, y en el Blanco-Fombona de Pequeña ópera lírica, para hacerse sensual y a veces retumbante en Arreaza Calatrava y atemperado en Arvelo Larriva.
Cuando muy joven Paz Castillo adhirió al Círculo de Bellas Artes, dos poetas se disputaban la popularidad, Andrés Mata y Carlos Borges, este recién salido de la cárcel y en trance de dar un vuelco en su vida y en sus versos. El Círculo, con predominio de los pintores, significó una renovación recogida poéticamente seis años más tarde por la "generación del 18", a la cual perteneció Paz Castillo. Acerca de uno y otro movimiento meditó y escribió intensamente el autor de La voz de los cuatro vientos, y quien lea su poesía y sus Reflexiones de atardecer encontrará que en los "del 18" la unidad cronológica no es tal como cosmovisión y como factura escritural.
Para comenzar, Ramos Sucre y Andrés Eloy Blanco fueron antípodas en versificación y concepción del mundo. En Andrés Eloy el modernismo todavía aleteaba cuando escribió el Canto a España, mientras en Ramos Sucre no se veía por ningún lado. Blanco se fue a lo popular y Ramos Sucre a los confines del secreto, acompañado de libros raros y reconstrucción de edades perdidas. Luego, poetas como Fombona Pachano trabajaron en un terreno medio, con excelente maestría, e igualmente Luis Enrique Mármol, en tanto Moleiro, Planchart y Paz Castillo forman trinidad muy diferente, identificada en el lenguaje limpio, con palabra flotante, sin abusos métricos y referencias históricas.
Su primera obra editada, La voz de los cuatro vientos, llegó tardíamente, a los 38 años, como lo apunta Sambrano Urdaneta en su prólogo a la obra poética de Paz Castillo. Aquel 1931 resultó importantísimo para la narrativa venezolana (Cubagua y Las lanzas coloradas) y bastante decisivo para la definición de la vanguardia (Poemas sonámbulos, de Rojas Guardia, y perfil claro de la "generación de Elite") en el terreno de la poesía. Dos años más tarde, Uslar, en Elite, al rescatar la importancia de Rimbaud, lo situaba como el primer poeta moderno, “la fuente escrita de la poesía actual”, y en 1934, Carlos Eduardo Frías, en la misma revista, trazaba la silueta de Paz Castillo, una más de las tantas firmadas con el seudónimo de Luis Carlos Fajardo. Magnífico retrato de Paz Castillo, quien ya había pasado por España, trayendo en el morral cargamento de modernidad.
Antes de La voz de los cuatro vientos , Francisco Paz Castillo dio a conocer poemas dispersos, incluso algunos de ese libro que aguardaba ocasión editorial, por ejemplo los tres incluidos en Cultura venezolana en 1927, uno de ellos "Un día", antevisión del destino de los que "un día" se esfumarían como núcleo generacional: "Un día ya no seremos todos.../ Entonces/ sólo quedaremos un grupo, casi de almas,/ que el acaso juntó, después de laarga ausencia,/ una tarde apacible en una plaza".
En 1937 dio a conocer su segundo poemario, Signo, donde además de la evocación del Tajo, aparecen textos de inquietud metafísica, con un Dios intuido y preguntado a cada rato. Las visiones españolas reaparecen, en 1945, en los siete poemas de Entre sombras y luces, con intermediaciones de Unamuno y Machado. Tras prolongado silencio, la edición de Voces perdidas, 1966, equivalió a un interludio para retornar en 1971 a la angustia metafísica, la relación entre el cuerpo y el espíritu, el tiempo como una fluencia entre vida y muerte, con "el muro" y "la sombra de Dios indiferentes". Luego vinieron Pautas, 1973, con versos de poetas de su devoción como apoyatura, y por último Persistencias, 1975, y Encuentros, 1980. Persistencias, poesía reflexiva dispuesta en forma de prosa, podría resumir su concepto de la creación poética, acto reflexivo más que de inspiración, mediante el cual se traspasa el muro y se va, como una flecha, hacia los terrenos de Dios.

*Publicado el 7 de junio de 1998

Dedicamos este especial de domingo a la obra de Arthur Lenti, “Don Bosco: Historia y Carisma”. Su estudio de San Juan Bosco es, según William Rodríguez Campos, una de las visiones más realistas sobre la vida “de uno de los santos más radicalmente comprometidos con los asuntos sociales a finales del siglo XIX en Europa”

Vida de Don Bosco

San Juan Bosco | Imagen Cortesía
San Juan Bosco | Imagen Cortesía
Dedicamos este especial de domingo a la obra de Arthur Lenti, “Don Bosco: Historia y Carisma”. Su estudio de San Juan Bosco es, según William Rodríguez Campos, una de las visiones más realistas sobre la vida “de uno de los santos más radicalmente comprometidos con los asuntos sociales a finales del siglo XIX en Europa”

La Historia eclesiástica
Hace ya casi dos décadas apareció la traducción española de la Historia de la Iglesia de Guy Bedouelle. En las primeras páginas de ese buen texto, Bedouelle resume el estado de la cuestión de la Historia de la Iglesia como disciplina, su evolución y su relación con recientes estudios bíblicos.
El historiador –afirma Bedouelle– ha adquirido en el terreno de los métodos una autonomía completa, el problema esencial es el de la interpretación. Se trata –prosigue– de descubrir el curso y el entrelazamiento de los acontecimientos humanos y fijar objetivamente su recuerdo. Para ello, el historiador de la Iglesia debe escribir la historia de su tiempo con sus limitaciones, partiendo del documento. Hoy se profesa un respeto a los documentos, facilitado por el acceso a las fuentes. Estas constituyen la raíz del método histórico crítico.
A finales del siglo XVI y hasta finales del XVIII aparecen los grandes lectores y recopiladores de documentos. Ese es el caso de los jesuitas belgas llamados Bollandistas y de los benedictinos franceses de San Mauro (Mauristas). El final del siglo XIX es el tiempo de los grandes ensayos de síntesis y de documentación exhaustiva. El siglo XX, pues, nos ha abierto a la posibilidad de emprender nuevos caminos y replantear otros con un tratamiento más adecuado históricamente.

La obra de Arthur Lenti
Pienso que es eso –precisamente– lo que hace Lenti con la vida y obra de San Juan Bosco (1815-1888) de manera magistral. Tanto que las primeras 86 páginas, dedicadas al estudio de las fuentes y de la tradición biográfica sobre Don Bosco, son una joya de inestimable valor para historiadores, científicos sociales e  investigadores.
Allí está planteado la fisonomía y alcance del método histórico-crítico aplicado a los documentos –muchos de ellos desconocidos o mal interpretados – relativos a la vida y obra de Don Bosco.
De este modo, derrumba contundentemente mitos y visiones superficiales sobre Don Bosco, convertidas en “categorías”: Don Bosco opuesto a los párrocos; revolucionario perseguido por las autoridades civiles; abandonado y solo; Don Bosco no implicado en política. Lenti demuestra que todas esas anécdotas son falsas.
Otros episodios, como el “sueño de los nueve años” y el encuentro –no demostrable documentalmente– con Bartolomé Garelli o el ingreso del primer huérfano al asilo de Valdocco tienen un alto componente simbólico. Más allá del cientificismo o del providencialismo, algunos textos, como las Memorias del Oratorio, escritas, corregidas y completadas (1879) en la ancianidad de Don Bosco, están condicionados por el recuerdo y el tiempo. De allí la importancia de definir y comprender ajustadamente los documentos.
El volumen de documentos considerados o reconsiderados por Lenti es impresionante. Han sido pesquisados documentos de archivos parroquiales, civiles y municipales no conocidos. Laudable –y de positivo efecto pedagógico– es la inclusión continua del contexto regional, nacional y mundial –político, religioso y cultural–  en el estudio de la vida y obra de uno de los santos más radicalmente comprometidos con los asuntos sociales a finales del siglo XIX en Europa.
Si ya en vida de Don Bosco, la biografía de A. Du Boÿs (1885) había parecido estar destinada a desbancar las anteriores, esta nueva, la de Arthur Lenti, está llamada a ser la definitiva obra crítica sobre la vida y obra de Don Bosco. Es un regalo del autor y del cielo que esto se produzca cercano al bicentenario (2015) del nacimiento del Santo de los jóvenes. Lenti –fundamentadamente– denuncia con sumo respeto la mentalidad precientífica con la que se hizo la historiografía anterior a él. Al ubicar a Don Bosco en su contexto vital destaca el apego afectivo que Ruffino, Bonetti, Barberis, Berto, Viglietti, Rúa, Lemoyne y Cagliero tenían hacía él como condición para convertirse en sus cronistas e historiadores. ¿Será también un límite?
Al situar al santo en su contexto religioso, Lenti destaca un elemento fundamental para la hermeneusis de Don Bosco: la influencia directa, consciente y deseada de los jesuitas, paúles, franciscanos, oblatos, oratorianos, etc. Por eso, al estudiar la acción social de Don Bosco, su espiritualidad y pastoral, no se podrá dejar de lado que Don Bosco sintetiza vital, espiritual y pedagógicamente esas influencias.
Si de pedagogía se trata, el texto –sobre la base de los grandes clásicos salesianos, Braido, Stella– dedica páginas sencillas, pero profundas al “método” educativo de Don Bosco: la “Asistencia”, y su  interdependencia con la relación educativa, la familiaridad y la caridad pastoral. En ese método confluyen –igualmente–  su teología sacramental y su propuesta de espiritualidad juvenil.
El capítulo V –de importancia capital para nosotros– conforma una rigurosa, amplia y documentada relación de la tierra natal de Don Bosco y su familia. Con los datos de los archivos parroquiales del pueblo se devela la verdadera fecha de nacimiento de Don Bosco: miércoles 16 de agosto de 1815, y no el 15 como el mismo Don Bosco afirmó y durante años creyeron los salesianos. También se demuestra el error en el lugar de nacimiento. Juan Melchor Bosco Occhiena nació en la Casa Biglione y no en la “casita” de I Becchi como se ha creído. También destaca –por los ribetes conmovedores– la figura y presencia fuerte, fundamental y heroica de Mamá Margarita.
El Capítulo VI narra –en tonos dramáticos– la conmoción política (1815-1824) generada en la tierra de Don Bosco –el Piamonte– y Nápoles por las revoluciones. En la “historia mínima” la figura que descuella es –otra vez– la abnegada madre de Don Bosco y su acción educadora. Los difíciles años de la adolescencia de Juan Bosco (1824-1830), huérfano de padre, son expuestos en el capítulo VII. Allí Lenti ubica el contexto general y el familiar. En este último aparece la figura –cargada injustamente de mala prensa– del hermanastro Antonio, a quien re-presenta. Se narran las peripecias de Juanito Bosco, criado, y se relata en tonos conmovedores la aparición de Don Calosso. Figura potente de padre sustituto.
Capítulo VIII: Don Bosco ingresa –con sacrificios extremos– a la escuela de Castelnuovo. Se suceden los movimientos revolucionarios de 1830. Don Bosco se encuentra con la figura impactante y futuramente permanente del entonces seminarista José Cafasso. Ese encuentro lo marcará.  El Capítulo IX narra el ingreso de Juan Bosco a la escuela secundaria pública de Chieri (1831-1835). Juan Bosco, joven serio y responsable, funda en 1833 la “Sociedad de la alegría” a la que asociará a sus amigos y, en el futuro, a sus “alumnos” del Oratorio. En esta época conoce a Luis Comollo, quien se convierte pronto en su amigo, confidente y modelo.
Un capítulo –el X– es dedicado enteramente a un periodo y una situación biográfica mal historiados: la crisis vocacional (1834-35). Juan Bosco se debate entre el seminario y el noviciado; no entre ser o no sacerdote. Asunto que estuvo tempranamente claro y se convirtió en el motivo fundamental de las desavenencias –razonables– con el hermano Antonio; encargado de la economía del hogar a la muerte del padre. Resuelve su crisis y decide dedicarse enteramente a los jóvenes abandonados. El capítulo XI expresa la formación sacerdotal en el seminario de Chieri que, como seminarista residente, obtuvo Don Bosco. Fueron –según él mismo afirma– años felices; con buenas calificaciones y con la amistad –solo truncada por la muerte prematura– de Luis Comollo. La enseñanza allí era superficial y dogmática. Don Bosco equilibra magníficamente esta situación haciéndose ávido lector de obras religiosas. Su interés especial radica en temas históricos y morales. A esos temas dedica casi cuatro horas diarias de estudio.Un ambiente cerrado, jansenista, reinaba en el seminario. Solo muy lentamente va entrando a ese recinto el “benignismo” jesuita y en el Convictorio del que Juan Bosco –apenas ordenado sacerdote– formará parte.
El último año de seminario y el primero de sacerdocio de Juan Bosco (1840-1841) son narrados con detalles extremos en el capítulo XII. Juan Bosco ha sido influido profundamente en su espiritualidad por Don Cafasso y San Alfonso Ligorio en el sentido negativo del “terrible” compromiso sacerdotal. Progresivamente, el novel sacerdote va trascendiendo esos aspectos negativos y perfila –influido por San Francisco de Sales y San Felipe Neri– una espiritualidad orientada al apostolado alegre. Destaca, al final de este capítulo, el apéndice que es un buen logrado compendio de Historia de la Iglesia, doctrinas y sistemas morales del siglo XVI al XIX.
El capítulo XIII relata la experiencia de Don Bosco en el Convictorio eclesiástico (1841-1844). Se trata de una experiencia de equilibrio formativo y teológico en la vida de Don Bosco. Gracias a esta vivencia, Don Bosco conoce las cárceles y la experiencia de los oratorios en Turín encabezada por esos tiempos por el fundador, el insigne sacerdote Juan Cocchi (1813-1895)
El capítulo XIV es el más impactante de todos y de los más documentados; expresa el “descubrimiento” explosivo de Don Bosco de los jóvenes “pobres y abandonados” en Turín. Se narra desencarnadamente la situación social, moral y religiosa de la juventud. Don Bosco da una respuesta rápida y adecuada a través del Oratorio y del Asilo de huérfanos. La novedad del Oratorio de Don Bosco: la básica finalidad religiosa. Este capítulo cierra con un buen apéndice sobre la Historia de la Casa de Saboya y el estado religioso de la diócesis de Turín entre 1831-1890.
El Capítulo XV describe los inicios del Oratorio de San Francisco de Asís y analiza sus posibles orígenes. Se critica la “tradición” Garelli como no documentada, la narración del inicio del Oratorio con  los dos jóvenes adultos y la afirmación más genérica de la conformación de la experiencia –exclusivamente– con jóvenes salidos de las cárceles. El Capítulo XVI –que forma unidad con el anterior– narra la dramática itinerancia del Oratorio de Don Bosco y los apoyos y distanciamientos con la Marquesa Barolo (1844-1846).
En la constitución del Oratorio de Valdocco y en la fundación de otros dos, la figura señera, fiel y heroica que aparece es la del teólogo Don Borel, quien antes había sido bastión fundamental de un excepcional trabajador social: Don José Cottolengo. En el capítulo XVII encontramos el compromiso vocacional definitivo de Don Bosco (1844-1846) con los jóvenes. Más allá del mito y de la tradición tejida a partir de él, Don Bosco no estuvo solo en esa obra nunca. Desde su madre hasta las autoridades civiles como Cavour, o sacerdotes amigos como Don Merla, Borel o Cafasso, él llevó adelante –siempre con la ayuda de Dios– su acción social y religiosa  a favor de los jóvenes.
Contra la tesis de Lemoyne que los “ayudantes” de Don Bosco le abandonaron o lo supusieron demente, está la prueba de mamá Margarita muerta en el Oratorio (1856); Borel alquilando la Casa Pinardi (1846) para el Oratorio, y un largo etcétera de asociados a su obra entre los que destacan Vola, Cárpano, Trivero y Paccioti. La revolución liberal y el Risorgimento italiano (1848-1849) son tratadas ampliamente como el contexto político en el que se desarrolló parte de la obra de Don Bosco. El Capítulo XIX vuelve sobre el Oratorio y sus primeros pasos. La narración es muy amplia y detallada. Luego de muchas peripecias y pruebas, en 1846 se alquila la casa Pinardi –antigua casa de citas– para el funcionamiento estable del Oratorio. Seguidamente, Don Bosco abre un asilo anexo a la casa (1847), respondiendo a la urgente necesidad de orfandad creciente, en la tradición de santos anteriores: Felipe Neri, José de Calasanz, Vicente de Paúl y La Salle.
En 1849 se (re) abre el Oratorio del Ángel de la Guarda. Este mismo año, en el Oratorio de Valdocco Don Bosco establece clases nocturnas. Pero no es el primero. El padre Andrés Marco fue el pionero el 3 de diciembre de 1845. El Capítulo XX trata de los conflictos y crisis internas al Oratorio. Es el más delicado de los capítulos; el tema con mayor sombra; ni siquiera se ubican protagonistas y asuntos específicos. El texto cierra con el reglamento de Don Bosco para el Oratorio y la exposición del perfil de Don Bosco como escritor. Impresiona tanto o más que el cariz de los Reglamentos, sabiendo la ingente actividad social de Don Bosco, la labor intensa del santo como escritor y comunicador. Él declara ser el autor de 26 obras, pero Arthur Lenti le contabiliza 170 obras mayores. Una de ellas, El Joven cristiano (1847), tuvo 118 ediciones y traducciones al francés, castellano y portugués antes de la muerte de Don Bosco (1888). Otra de sus obras, la Historia de Italia (1855), fue traducida al inglés. Pero lo más interesante es que Don Bosco escribe (1849) una Introducción al Sistema Métrico –con intención académico-moralizante–, que fue todo un éxito hasta el punto de ser re-editada en 1851, 1855 y 1875.
Obra extraordinaria en que se sintetizan armónicamente una visión realista de la vida y obra de Don Bosco y su auténtica motivación religiosa.

Don Bosco: Historia y Carisma
Arthur Lenti
España, 2010.

viernes, 27 de marzo de 2015

En el marco de la celebración de la Semana Mayor, Cultura Chacao ofrecerá la presentación de una serie de conciertos de música sacra en distintas iglesias del municipio, a cargo de importantes agrupaciones venezolanas.

Los días 30, 31 de marzo y primero de abril

Música Sacra sonará en iglesias de Chacao

Cultura Chacao ofrecerá la presentación de una serie de conciertos de música sacra en distintas iglesias del municipio, a cargo de importantes agrupaciones venezolanas.

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EL ciclo de conciertos comenzará el lunes en la Igesia Buen Pastor (Cortesía
EL UNIVERSAL
viernes 27 de marzo de 2015  07:34 AM
Caracas.- En el marco de la celebración de la Semana Mayor, Cultura Chacao ofrecerá la presentación de una serie de conciertos de música sacra en distintas iglesias del municipio, a cargo de importantes agrupaciones venezolanas.

En tal sentido, el lunes 30 de marzo se presentará la Schola Cantorum de Venezuela en la Iglesia El Buen Pastor, en Bello Campo, durante la Misa de las 5:30 p.m., con un repertorio que abarca cantos gregorianos y varios fragmentos de la obra musical "La Misa Criolla", entre otras piezas.

El martes 31 de marzo la Schola Juvenil de Venezuela acompañará la Misa de la 6:00 pm en la Igesia Inmaculado Corazón de María (El Rosal), con un variado programa de música litúrgica que abarca las obras: Pueri Habareorum (Canto Gregoriano), Kyrie, Sanctus/Benedictus y Agnus Dei de la Misa Brevis de S. Hatfield, Ave María de T.L. de Victoria, Canticorum Júbilo de G.F. Haendel, entre otras.

La agenda musical de Semana Santa culminará el miércoles 1 de abril con la agrupación Lux Aeterna, la cual interpretará antiguas joyas de la literatura musical sacra de occidente y nuevas creaciones de carácter espiritual, en una presentación que tendrá lugar en la Iglesia San Juan Bosco de Altamira, después de la Misa de las 6 p.m. Entre las piezas que se escucharán este día figuran: Bendición  de Adrián Suárez, Benedictus de la Misa L' Homme Armé  de Giovanni P. da Palestrina, Tenebrae factae sunt de Carlo Gesualdo, Ave verum corpus de W. A. Mozart, Himno de querubines  de P. I. Chaykovsky, Popule Meus de José Ángel Lamas, y Jesús que mi alegría perdure de J. S. Bach, entre otras.

La invitación es para los días lunes 30 de marzo a las 5:30 p.m. en la Iglesia El Buen Pastor (avenida José Félix Sosa, Bello Campo), martes 31 de marzo a las 6:00 p.m. en la Iglesia Inmaculado Corazón de María (avenida Sojo, El Rosal), y miércoles primero de abril a las 7 pm en la Iglesia San Juan Bosco (avenida San Juan Bosco, Altamira). La entrada es libre.