Finale molto agitato
El Nacional 1 DE MARZO 2015 - 00:01
Un olisco a final de régimen recorre el país. ¿Cuál final? es la pregunta mayor.
Ante un cúmulo de catástrofes morales, sociopolíticas, económicas, alimentarias y sanitarias incluso menos mortífero que el venezolano actual, un gobierno de país democrático solicitaría un voto de confianza y, al no obtenerlo, se disolvería dando paso a elecciones anticipadas. Pero aquella democracia, la que produjo un Betancourt, la que trajo de vuelta, juzgó y encarceló a Pérez Jiménez, la que sin conmociones mayores nacionalizó el petróleo y lanzó luego un empeachment contra el presidente que lo guió, no la tenemos más. Volvieron por vigésima sexta vez el despotismo militarista, la violación de constituciones para reelegirse, los traspasos feudales de poder a la mujer, el hermano o un oscuro gregario, la peor charlatanería mediática, el gobernar por “planes de la patria” alias “misiones” ahora coronadas por un orwelliano ministerio de la Eterna Felicidad Social. Lejos de reconocer errores buscando con humildad un mejor y consensual gobierno de lapólis, esas dictaduras reaccionan a las crisis profundizándolas, intentando sobrevivir por la fuerza, limitando su estrategia a la fuga hacia adelante (de la que Chávez, el gran artífice de la catástrofe, fue adicto), al terrorismo de Estado contra la disidencia y a la artimaña para seguir ganando elecciones o invalidar eventuales victorias del “enemigo”. No se pase por alto que el despotismo chavista, Ledezmadocet, disolvería hasta la Asamblea si la fuese a perder electoralmente.
Ahora, ficción gubernamental y realidad chocan de frente, las estridencias del triunfalismo oficial se estrellan contra las duras realidades de una inseguridad entre las más peligrosas del mundo, la peor inflación de la Tierra, un desabastecimiento global ya cercano al cubano (la gente se pelea por un pollo o un saco de cemento), una grave involución tecno-científica, un abatimiento brutal de la calidad educativa y de la libertad de comunicar, una carencia de insumos y servicios sanitarios que mata cada día más venezolanos, una penuria generalizada en agua, energía y transportes, y una merma abismal del poder adquisitivo (el salario mínimo da para un kilo de tomates diario, el universitario promedia los 70 dólares mensuales, el más modesto auto cuesta 150 salarios, casi el doble que en la extinta URSS). Esto, en un país de 26 millones cuyo gobierno ingresó en 15 años (petróleo + impuestos) casi el doble de los 1.160 millardos de euros que la BCE acaba de otorgar a los 28 Estados de la Unión, con 501 millones de habitantes, para sacarlos de la crisis económica. ¿Por qué el presidente Maduro no corta en seco la ayuda del país a Cuba y el Caribe, por qué no envía aviones a traer de urgencia insumos médicos-quirúrgicos, por qué no convoca un gobierno plural de salvación nacional? Nada de eso hará porque es un comunista adoctrinado en La Habana, no un político.
Sin embargo, disponemos hoy de cifras demoledoras que –de quedarles un fondo de vergüenza moral– sí debieran obligar a Maduro y su equipo no a exclamar un “Dios proveerá” sino a pedirle excusas al país e irse a la oposición. Un estudio conjunto de tres respetables universidades demuestra: 1) que las variopintas ayudas/limosnas gubernamentales han beneficiado más a la clientela electoral chavista que a los pobres, y 2) que tras quince años de omnipotente chavismo la pobreza ha aumentado hasta alcanzar 30,1%. Lo primero es simplemente una bellaquería más, pero lo segundo derriba al chavismo de su propio caballo de batalla, eliminar la pobreza volviendo verosímil aquello de “los necesitamos pobres” y reduciendo el gobierno a pandilla de intoxicados ideológicos manejando un país donde se estaba mejor cuando se estaba peor.
El desenlace pacífico de este juego trancado solo Maduro lo tiene: o salva al país mandando al demonio todo lo que aprendió en La Habana (en una Habana que por demás ya no existe, que está doblando el cabo), o lo hundirá con feroz tozudez entre sangre, sudor y lágrimas para todos.
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