Luis Brito, el personaje vs el artista
Es una labor difícil tratar de cerca a un artista y diferenciar entre su creación y su persona. Extrovertido o retraído, discreto o escandaloso, cualquiera sea el carácter del creador uno termina proyectándolo en su obra; en camino inverso, empezamos a explicar la forma de ser de cada artista mediante el prisma de su trabajo expresivo.
En el catolicismo, el Misterio de la Santísima Trinidad, establece que un Dios único posee tres naturalezas distintas simultáneamente, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Creo que para valorar en el tiempo una obra creativa, es imprescindible establecer una diferencia similar entre el artista y la persona. No se trata de separarlos con un bisturí, sino entender que son dos naturalezas distintas que conviven, a veces en armonía, otras veces en conflicto, dentro de un mismo ser.
En el caso de Luis Brito, sus amigos tuvimos el privilegio de disfrutar de un gran artista y un gran personaje. Como se indicó en el inicio del texto, es difícil diferenciar entre ambos, pero en este caso el asunto se complicaba mucho más. El personaje Luis Brito, alias el Gusano, alias Lérido Monroy, cautivaba de tal manera que bastaban unas pocas horas de contacto para quedar prendado de él. Solo por poner un ejemplo: dudo que exista Jefe de Estado o magnate, por muy rico que sea, que cuente con la cantidad de choferes que Luis tuvo, calculo una media centena, todos trabajando voluntariamente, aportando sus propios vehículos para transportar al gran amigo y sin restricción de horario o días feriados.
Sin embargo, esa misma campechanía y liviandad de Luis Brito, ese burlarse de sí mismo y de todos los demás, dificultó, y sigue dificultando, comprender algunos elementos presentes en su obra. Algunas de sus series son como un laberinto, donde tienes que recorrer espacios densos, tan hermosos como terribles. Pero entonces aparece el mismo Luis, con un carteloncito que dice PARE DE SUFRIR, y uno lo sigue hasta la salida huyendo de la locura y la muerte. Mi conclusión es que Luis hacía eso porque él mismo sentía un respeto, y a veces un temor profundo, por lo que podía emanar de sus trabajos.
En paralelo a esto, el artista Luis, en el momento de fijar los parámetros estéticos de cada serie, trabajaba en una forma tan estricta que más de uno se sorprendía; no podía ser que ese hombre tan dicharachero se transformase en un purista que no aceptaba el mínimo desvío de su deseo.
Otra condición muy importante es el carácter conceptual de las obras de Luis Brito. Sin embargo, él trabajó en una inversa a la que es común en el arte contemporáneo. En lugar de partir de una idea abstracta, él captaba imágenes sin una idea preconcebida de lo que deseaba. Luego, cuando el cuerpo de trabajo estaba completo, era que se descubría, por ejemplo, que había desarrollado una reflexión sobre la muerte. Por supuesto, esta pulsión estaba en él desde el comienzo, pero en lugar de enunciarla explícitamente, se daba la libertad de avanzar sin un mapa. Ya al final, teníamos ante nuestros ojos un conjunto fotográfico tan hermoso como denso, portador de conceptos profundos sin la obviedad y simplificación que caracteriza a cierto “arte conceptual”.
Como diría Luis, aquí llegué a donde quería llegar: para muchos, incluso gran parte de quienes lo aman sinceramente, es difícil comprender que este nativo de Río Caribe, echador de broma, es a la vez un creador cuyo trabajo, pleno de misticismo, posee una dimensión extraordinaria y terrible. No es fácil asimilar que el amigo bromista que te grita, desde una mesa del Café Piu, que no seas tannalgasprontas©LuisBrito, es un artista de talla universal y que, tal como sucedió con Armando Reverón, tendrá tarde o temprano el reconocimiento que merece. Y sí, el párrafo tiene un error formal, se refiere a Luis Brito en presente; no puedo, ni me da la gana referirme a él en pasado. En lo que a mí respecta, Luis sigue vivo, escenificando una maravillosa guerra entre su personaje y su obra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario