Historia universal de la envidia
ALIRIO PÉREZ LO PRESTI | EL UNIVERSAL
lunes 16 de marzo de 2015 12:00 AM
Hace poco fui a una cena "por compromiso", comí con soltura y me retiré a dormir temprano. Soñé que flotaba en las aguas del mar Caribe y los peces jugaban a dar círculos a mí alrededor. Al despertar recordé unas palabras leídas hace ya mucho tiempo.
En el libro intitulado El Aleph de Jorge Luis Borges, se encuentra el cuento Deutsches réquiem. Este relato trata sobre los pensamientos de un hombre que en pocas horas va a ser ejecutado. En el cuarto párrafo de este texto dice:"Hacia 1927 entraron en mi vida Nietzsche y Spengler. Observa un escritor del siglo XVIII que nadie quiere deber nada a sus contemporáneos". Es un excelente escrito que recrea la pulcritud y erudición desmedida que suele caracterizar los trabajos del escritor sureño.
Lo leí siendo muy joven y todavía recuerdo el efecto que me produjo la frase"nadie quiere deber nada a sus contemporáneos". Luego Borges, siendo viejo, ciego y reconocido mundialmente como un gran escritor, dijo verbalmente en una entrevista que logré ver: "nadie quiere deberle nada a sus contemporáneos", lo cual para mí representaba una repetición en sus labios de un párrafo de su obra que me había impresionado. En esta ocasión particular, hacía referencia a la poca disposición que existe entre numerosos escritores de no reconocer méritos ajenos, mucho menos influencias de las personas pertenecientes a su propio tiempo.
Como tantas frases aparentemente escuetas, el "metamensaje" de ésta me produjo un obstinado interés. En casi todas los dichos del habla cotidiana en los cuales se usan generalizaciones (nadie, todos, nunca, siempre, jamás, ninguno, etcétera), se incurre en la posibilidad de aseverar algo en términos radicales, puesto que se estaría "sobregeneralizando".
Escrutando lo dicho por el gran escritor argentino, hay que admitir que esta máxima en realidad es turbia y delicada, porque se trata de uno de los elementos más oscuros presente en la estructura profunda del mundo íntimo y no tan íntimo de las personas. Es la envidia humana que corroe y se arrastra desde edad muy temprana. La envidia inherente a lo vil y cruel y ajena a la solidaridad y la compasión.
Es un elemento animal que establece la competencia como mecanismo básico de supervivencia y es exaltada por una socialización en donde lo humanizado dista de estar presente, pues se estimula la competición entre pares de múltiples maneras. Desde muy temprana edad la envidia actúa como elemento de compensación frente a lo carencial, o sea, aquello que no se tiene. Forma parte de una dinámica inherente a la competencia, pero también es un mecanismo de defensa psicológico tan frecuente que explica muchas de las actitudes y juicios que con insistencia se asoman en la dinámica social.
Entre tantas cosas, por ejemplo, los seres humanos tenemos gran propensión a encasillar a los demás. Encasillar nos permite clasificar al otro, pero también a través de la clasificación se minimizan sus virtudes, lo cual es consustancial con la envidia inherente al día a día.
Envidia y sensación de sentirse menos que los demás van juntos, de allí la tesis de Alfred Adler que consideraba que precisamente el complejo de inferioridad era el motor de la historia. En algunas personas, el sentirse menos que otro actúa como motivación que induce potenciales cambios, los cuales muchas veces son "para mejorar". Ese es el polo de la envidia que motiva y genera cambios; por otro lado está la contrabalanza en la cual se rivaliza de manera destructiva. Allí no sólo se intenta generar sufrimiento en otros, sino que el envidioso padece de los efectos de sus miasmas viscerales.
Se puede manejar la envidia al entender que existe la propia y la de los demás en una suerte de fuerzas que inevitablemente van de la mano danzando en una dinámica interpersonal y colectiva que se muestra áspera. En ocasiones he percibido tan circundante el elemento inherente a la envidia que he sentido deseos de aislarme de algunas personas, mas la vida obliga a que existan relaciones con las cuales no podemos romper, sea porque impere el compromiso o porque la ciudad nos parezca pequeña.
El gran Jorge Luis Borges lo vivió en carne propia. No sólo fue profundamente envidiado y rechazado durante un largo tiempo por sus coetáneos, sino que pudo ver cómo luego de convertirse en una leyenda, otros escritores trataban de escribir como él. En una especie de énfasis intelectual por parecer más borgiano que el propio Borges, se corroboraba una vez más "cómo se rechaza lo que atrae, porque se carece de aquello que lo atractivo posee".
Volviendo a la cena con la cual comencé este texto, en la misma, una joven hermosa e inteligente, sentada a mi lado, molesta porque el hombre que le agrada no le corresponde, me preguntó: -"¿qué tiene ella que no tenga yo, Alirio?".
En parte porque tenía mucha hambre y no quería hablar y en parte porque parece irrefutable mi argumento, le contesté: -"a él. Ella lo tiene a él y tú no".
@perezlopresti
En el libro intitulado El Aleph de Jorge Luis Borges, se encuentra el cuento Deutsches réquiem. Este relato trata sobre los pensamientos de un hombre que en pocas horas va a ser ejecutado. En el cuarto párrafo de este texto dice:"Hacia 1927 entraron en mi vida Nietzsche y Spengler. Observa un escritor del siglo XVIII que nadie quiere deber nada a sus contemporáneos". Es un excelente escrito que recrea la pulcritud y erudición desmedida que suele caracterizar los trabajos del escritor sureño.
Lo leí siendo muy joven y todavía recuerdo el efecto que me produjo la frase"nadie quiere deber nada a sus contemporáneos". Luego Borges, siendo viejo, ciego y reconocido mundialmente como un gran escritor, dijo verbalmente en una entrevista que logré ver: "nadie quiere deberle nada a sus contemporáneos", lo cual para mí representaba una repetición en sus labios de un párrafo de su obra que me había impresionado. En esta ocasión particular, hacía referencia a la poca disposición que existe entre numerosos escritores de no reconocer méritos ajenos, mucho menos influencias de las personas pertenecientes a su propio tiempo.
Como tantas frases aparentemente escuetas, el "metamensaje" de ésta me produjo un obstinado interés. En casi todas los dichos del habla cotidiana en los cuales se usan generalizaciones (nadie, todos, nunca, siempre, jamás, ninguno, etcétera), se incurre en la posibilidad de aseverar algo en términos radicales, puesto que se estaría "sobregeneralizando".
Escrutando lo dicho por el gran escritor argentino, hay que admitir que esta máxima en realidad es turbia y delicada, porque se trata de uno de los elementos más oscuros presente en la estructura profunda del mundo íntimo y no tan íntimo de las personas. Es la envidia humana que corroe y se arrastra desde edad muy temprana. La envidia inherente a lo vil y cruel y ajena a la solidaridad y la compasión.
Es un elemento animal que establece la competencia como mecanismo básico de supervivencia y es exaltada por una socialización en donde lo humanizado dista de estar presente, pues se estimula la competición entre pares de múltiples maneras. Desde muy temprana edad la envidia actúa como elemento de compensación frente a lo carencial, o sea, aquello que no se tiene. Forma parte de una dinámica inherente a la competencia, pero también es un mecanismo de defensa psicológico tan frecuente que explica muchas de las actitudes y juicios que con insistencia se asoman en la dinámica social.
Entre tantas cosas, por ejemplo, los seres humanos tenemos gran propensión a encasillar a los demás. Encasillar nos permite clasificar al otro, pero también a través de la clasificación se minimizan sus virtudes, lo cual es consustancial con la envidia inherente al día a día.
Envidia y sensación de sentirse menos que los demás van juntos, de allí la tesis de Alfred Adler que consideraba que precisamente el complejo de inferioridad era el motor de la historia. En algunas personas, el sentirse menos que otro actúa como motivación que induce potenciales cambios, los cuales muchas veces son "para mejorar". Ese es el polo de la envidia que motiva y genera cambios; por otro lado está la contrabalanza en la cual se rivaliza de manera destructiva. Allí no sólo se intenta generar sufrimiento en otros, sino que el envidioso padece de los efectos de sus miasmas viscerales.
Se puede manejar la envidia al entender que existe la propia y la de los demás en una suerte de fuerzas que inevitablemente van de la mano danzando en una dinámica interpersonal y colectiva que se muestra áspera. En ocasiones he percibido tan circundante el elemento inherente a la envidia que he sentido deseos de aislarme de algunas personas, mas la vida obliga a que existan relaciones con las cuales no podemos romper, sea porque impere el compromiso o porque la ciudad nos parezca pequeña.
El gran Jorge Luis Borges lo vivió en carne propia. No sólo fue profundamente envidiado y rechazado durante un largo tiempo por sus coetáneos, sino que pudo ver cómo luego de convertirse en una leyenda, otros escritores trataban de escribir como él. En una especie de énfasis intelectual por parecer más borgiano que el propio Borges, se corroboraba una vez más "cómo se rechaza lo que atrae, porque se carece de aquello que lo atractivo posee".
Volviendo a la cena con la cual comencé este texto, en la misma, una joven hermosa e inteligente, sentada a mi lado, molesta porque el hombre que le agrada no le corresponde, me preguntó: -"¿qué tiene ella que no tenga yo, Alirio?".
En parte porque tenía mucha hambre y no quería hablar y en parte porque parece irrefutable mi argumento, le contesté: -"a él. Ella lo tiene a él y tú no".
@perezlopresti
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