Reír Llorando
(poema de Juan de Dios Peza con comentarios al margen)
A la par de la primera revolución industrial del siglo XVIII, hicieron
su aparición en Europa las factorías, los horarios laborales de 16 o 18 horas,
el consumismo, la mayor explotación del hombre por el hombre, el futuro
incierto y, como la sombra que el cuerpo arrastra, otra importante calamidad de
la humanidad: la depresión, condición caracterizada por sentimientos de
abatimiento, infelicidad y culpabilidad, y además por anhedonia o incapacidad
para disfrutar de las cosas y acontecimientos de la vida cotidiana. Los médicos
de entonces, todavía lejana la invención de la psicoterapia y los
antidepresivos de síntesis, recurrirían a remedios naturales para mitigar el
esplín, como era llamada la melancolía o tedio de la vida: Se prescribían
temperamentos, mudanzas, pócimas insufribles, pero también la risa como bálsamo
para paliar tanta infelicidad: David Garrick (1717-1779), fue un reconocido
actor inglés de la época. Estaba tan extraordinariamente dotado para la
comedia, que los médicos recetaban sus actuaciones hilarantes como una especie
de remedio mágico, capaz de sanar cualquier pena del espíritu. Podríamos
asegurar que Garrick, sin percatarse de ello, fue el primer risoterapeuta de la
historia. En el hogaño, en pleno siglo XXI, cuando los médicos conocemos
científicamente que los niños ríen unas trescientas veces al día pero cuando
adultos apenas si reímos unas quince, salimos hoy a proclamar sus
espectaculares efectos y rendimos admiración por él y por ese comediante o
humorista nuestro que sólo busca que todo espectador olvide sus problemas,
afloje el ceño fruncido, relaje la nuca y se lance a movilizar los
cuatrocientos músculos que se ejercitan al compás de la risa. El pobre de
Garrick partió de este mundo por su propia mano sin nunca haber siquiera conocido
a Garrick el terapeuta…, y es que los comediantes son propensos a la depresión
y al suicidio en razón de que es el humor un recurso inconsciente utilizado por
los histriones con depresión para subir sus ánimos o encajar en sociedad.
Inspirado en la vida y obra de David Garrick fallecido a los 62 años, el
político, escritor y poeta mexicano Juan de Dios Peza (1852-1910), crea el
cautivador poema que hace tres lustros me ofrendó un paciente y que guardé en
el cofre de mis más caros tesoros para regalárselos a ustedes hoy. A
continuación les presento para vuestro deleite con la esperanza de que se
sensibilicen con las grandes contradicciones humanas representadas en el arte
literario…
Viendo a Garrick -actor de la Inglaterra-
el pueblo al aplaudirlo le decía:
“Eres el más gracioso de la tierra,
y más feliz…” y el cómico reía.
Víctimas del esplín, los altos lores
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores,
y cambiaban su esplín en carcajadas.
Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
sufro -le dijo-, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.
Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte;
en un eterno esplín muriendo vivo,
y es mi única pasión la de la muerte.
-Viajad y os distraeréis. -¡Tanto he viajado!
-Las lecturas buscad. -¡Tanto he leído!
-Que os ame una mujer. -¡Si soy amado!
-Un título adquirid. -¡Noble he nacido!
-¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas.
-¿De lisonjas gustáis? -¡Tantas escucho!
-¿Qué tenéis de familia? -Mis tristezas.
-¿Vais a los cementerios? -Mucho… mucho.
-De vuestra vida actual ¿tenéis testigos?
-Sí, mas no dejo que me impongan yugos:
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos, mis verdugos.
Me deja -agrega el médico- perplejo
vuestro mal, y no debe acobardaros;
tomad hoy por receta este consejo
“Sólo viendo a Garrick podréis curaros”.
-¿A Garrick? -Sí, a Garrick… La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquel que lo ve muere de risa;
¡Tiene una gracia artística asombrosa!
-¿Y a mí me hará reír? -¡Ah! sí, os lo juro;
Él sí; nada más él; más… ¿qué os inquieta?
-Así -dijo el enfermo-, no me curo:
¡Yo soy Garrick!… Cambiadme la receta.
¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!
¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora
el alma llora cuando el rostro ríe!
Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma
un relámpago triste: la sonrisa.
El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto,
y también a llorar con carcajadas.
Traigo a colación este poema, imagen en espejo de la vida del actor
Robins Williams (1951-2014), quien contando 63 años y atenazado por una
depresión mayor, sin salida, se arrebató la vida siendo que la muerte le era
más tolerable que la vida misma. Fríamente la prensa deja cruda constancia:
¨Las autoridades creen que el actor y comediante se colgó con un cinturón en la
habitación de su hogar en Tiburon, California, cerca de San Francisco. Williams
también tenía cortes superficiales en su muñeca y la policía encontró un
cuchillo de bolsillo cerca de él¨. That´s it…
Existen dos películas que siempre he recomendado a mis alumnos. Una de
ellas, ¨Patch Adams¨ (1998), hermosa cinta, donde admiré el rol de Williams
como protagonista de un médico estrafalario, simple, humano e irreverente,
deseoso de hacer el bien, maltratado y atacado en una universidad de prestigio,
donde como bachaco de otro agujero, urticó pieles sensibles al salirse de los
rígidos cánones establecidos por quienes poseemos poder médico y por supuesto…
¡detentamos el dominio y privilegio de la verdad…! Me impactó mucho por su
humanidad, humildad, decisión, sencillez y generosidad y por el toque de humor
que llenó muchas de sus actuaciones, arrancando lágrimas de mis ojos. Carencias
puntuales de los médicos de este siglo… Siendo sinónimo de acercamiento
humanitario, ha sido mi credo el hacer reír a mis pacientes no importando la
patología que los traigan a consideración y enseñar a mis alumnos a imitarme.
Debemos ser científicos, pero mucho más, un poco más humanos, un poco más
comediantes y un poco más artistas…
La otra película es ¨The Doctor¨ (1991), protagonizada por el actor
William Hurt quien se transmuta en el doctor Jack McKee, fino cirujano
cardiovascular, hombre altivo y distante, que camina los pasillos del hospital
con una trulla de internos en batas blancas maltratando a todo humano que se
atraviese en su paso. Una impertinente ronquera le lleva a la consulta de una
hermosa médica laringóloga de su mismo hospital, más fría y distante que él. El
maltrato verbal no se deja esperar… Durante su estada hospitalaria, entre otras
vicisitudes tiene que hacer largas sentadas en una sala de espera, sufrir el
desdén de las secretarias que no le reconocen como miembro de su propia grey
médica, le ponen un enema rectal que no era para él, se torna taciturno, se
aleja de su mujer y sintiéndose incomprendido, se enamora de una jovencita con
un tumor cerebral maligno que termina por matarla… Luego de muchas
frustraciones, experiencias y enseñanzas, y, ya curado y reconciliado con su
cercano afecto, se le ve al final de la película nuevamente con sus alumnos,
todos vestidos con batas de enfermo, haciendo fila, dispuestos a sufrir lo que
sufren sus pacientes del hospital, uno de ellos alza un envase de metal con
goma y cánula portando el líquido del enema que le será puesto… Es una enseñanza
acerca de cómo la enfermedad en carne propia puede hacer al médico menos
omnipotente, más humano, empático, y eficaz… Una advertencia que no debemos
desoír…
En mi libro ¨Primum non nocere: Primero No Hacer Daño, Vivencias de un
Médico del Hospital Vargas de Caracas¨ (2004), escribí en 1992 en el Diario El
Universal de Caracas, ¨De ese personaje quizá mítico que fue Shen Nung, a quien
se le acredita ser el fundador de la farmacopea china, se afirma que se hizo
practicar una incisión en la pared de su abdomen a la cual adaptó una ventana
de claro vidrio. El aguzado de Shen, sentado frente a un espejo se solazaba
mirando el efecto que en sus entrañas sus remedios producían… Inspiradora
anécdota para nosotros sus ¨modernos colegas¨, quienes durante nuestros años de
formación en el Alma Mater y en los hospitales públicos docentes debimos
disponer también, de una ¨Cátedra de Tragos Amargos y Sinsabores en Pellejo
Propio¨, donde se nos dieran a probar todos los procedimientos de diagnóstico y
de tratamiento que posteriormente pondríamos en ejecución en la humanidad de
nuestros impróvidos pacientes -tantas veces a la ligera y por ¨mera rutina-¨.
En esa cátedra de tragos amargos y malas experiencias en carne propia, el
médico en ciernes pasaría por todas las vicisitudes por las que tiene que pasar
un enfermo: desde colocarle un enema rectal que no era para él, pasando por
aquél que le operan una hernia en la ingle equivocada o le amputan la pierna
sana -¡ello ocurre!-, le tomaran una vía venosa puyándolo varias veces en ambos
antebrazos, lo despiertan a las 1.00 A.M. para darle una simple pastilla o un
purgante, o le someten a ayunos repetidos, o le hacen una preparación para una
colonoscopia fallida, o le llevan varias veces a una consulta y se encuentra
con que no aparece su historia, el médico no fue o se le llevó en el día o la
hora inadecuada y encima, es regañado cuando vuelve a su sala y a su cama.
Recordemos a Patch Adams y al doctor Jack McKee, cada uno en su agonía
nos dejó conductas humanas para meditar…
Porque es cierto, hay dos realidades no miscibles, la del médico
distante y la del enfermo ¨paciente¨, sometido, enmudecido, aterrorizado y
tolerante.
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