Elogio de la etnia...
Rafael Muci-Mendoza
No estoy seguro si mi padre, también migrante de la persecución siria
otomana tan terrible como fue, al comprenderlo se identificaba con él...
De buen porte era aquél indio guajiro, o si se desea de la etnia wayú o
wayúu, tan afecto a la casa de mi infancia, «Ramiro Espiayú», alto,
corpulento, de pocas palabras, con su cara aguzada de cotejo, su tez cobriza
curtida por el sol y su cara seria picada de viruela, a veces ablandada por
una media sonrisa, sus manos grandes y llenas de callos y nudos y a quien mi
padre llamaba para aquellos oficios propios de un ¨toero¨ pues hacía de
todo, lo hacía muy bien y en el término de la distancia; no sé si por
convencimiento o por prevención de una sarta de reprimendas que no estaba
dispuesto a recibir: bien le pasaba un lechado a las casas de mi papá,
reparaba las tejas, reemplazaba una viga cariada por otra o colocaba nueva
caña brava en el techado, reparaba la caja de agua del baño a dos metros del
suelo que al tirar de la larga cadena traía a la poceta una tonelada de agua
bullanguera, y si el templón era desproporcionado, se venía el depósito con
todo y tubería, o pintaba con brocha gorda lo que fuera, dejando aquellas
paredes homogéneas y lisitas...; pero especialmente, lo llamaba con ocasión
de aquellas empresas difíciles a quienes todos le sacaban el cuerpo y que
nadie podría hacer tan bien como él, como encaramarse en una escalera,
quitar el cielo raso del techo frente al paraqué -una habitación adyacente a
la sala que no se sabía por qué se llamaba así y donde se recibían las
visitas- y entendérselas con un enorme panal de abejas y sus furiosas
residentes no dispuestas a dar prenda. Aquel enjambre iracundo le picaba por
todas partes y él, ni se enteraba, ni mostraba interés alguno por
quitárselas a manotazos ni protegerse la cara ni los ojos, sus aguijones
ponzoñosos no le levantaban ronchas ni le producían siquiera escozor.
Parecía tener ese extraño síndrome llamado de insensibilidad congénita al
dolor donde ocurre una interpretación anormal de los estímulos dolorosos que
no son percibidos como tales y el tipo no se da por enterado cuando algo le
lastima o le hiere, y por ello tiene el cuerpo cuajado de mataduras y
cicatrices, o ese otro síndrome propio de la gente que la vida le ha negado
todo y ha pasado tanto trabajo y tanta privación y pena, que una picada de
avispa o la rabia de un alacrán le parecen nimiedades...
Ese era su trabajo y había que hacerlo, y hacerlo bien, por eso mi papá lo
quería mucho, tanto como a un hijo, y más aún lo admiraba y le respetaba por
su consecuencia, disposición y responsabilidad, y no dejaba de amonestarlo
cuando desviaba la meta. Era un indio que los muchachos de mi casa
juzgábamos como ¨raro¨, porque no era Ramiro uno de esos indios con pluma en
la cabeza que veíamos en la matinée de los sábados en el Teatro Imperio de
Valencia, apaches o sioux, chirikaguas o cherokees, pintarrajeados,
galopando sin montura, con una lanza en ristre y pegando gritos, que el
muchacho de la película -¨el catirito¨ cómo le decían en Maracaibo- no
perdonaba con su revolver Colt de tiro certero o su Winchester 1892;
aquellas montoneras, mensajes subliminales de desprecio e intransigencia,
eran verdaderas peleas de tigre con burro amarrado, que en su momento,
inocentes aplaudíamos a rabiar por virtud de la manipulación mediática
gringa contra las razas originarias a las cuales casi aniquilaron de un
todo...
¿Cómo había llegado aquel indio a Valencia...? Creíamos que «Espiayú» era su
apellido, porque entonces ignorábamos que en la Goajira existían al menos 30
clanes o castas, cuyo mayor porcentaje de población se distribuía entre los
«Epieyú», Uriana e Ipuana y por ello, al escuchar su nombre y pegado a él el
extraño apellido, no otra cosa que el nombre del clan al cual pertenecía,
por supuesto que distorsionado por la ignorancia y cosa que a él poco le
importaba, sentíamos sobrada emoción... Mi hermano Franco sentía especial
fascinación y cercanía hacia el indio a quien de continuo le pedía le
regalara un arco con sus flechas y un puñal, y el indio, de muy pocas
palabras, casi monosílabo, asentaba de vez en cuando para no llevarle la
contraria; pero en verdad Ramiro nunca le regaló nada, pero tampoco le
arrebató la esperanza... Ramiro era migrante como tantos hoy día, venido al
centro del país para huir tal vez de la vida limitada y austera, del calorón
y la tierra abrasada, o huyéndole al bastón de mando y a la justicia de un
palabrero, o quién sabe si de un desarraigo amoroso, echando de menos el
baile de la yonna o chicha maya donde más de una vez había mordido el polvo
por virtud de una india antojadiza de rápido bailar que le hiciera enredar
los pies y caer a tierra tan largo era... No estoy seguro si mi padre,
también migrante de la persecución siria otomana tan terrible como fue, al
comprenderlo se identificaba con él y vestía sus zapatos evocadores de
recuerdos que le ponían triste, pero también al ver a su numerosa prole
venezolana pagaba al país por las bondades que le había brindado...
Ha sido ancestral que el comercio sea la actividad más importante de los
wayú, dada la vida difícil en esas tierras lejanas y olvidadas, incluido más
recientemente el "bachaqueo" o contrabando entre Venezuela y Colombia de
gasolina, <http://lema.rae.es/drae/srv/
güisqui y artículos de primera necesidad. La Constitución Bolivariana de
1999, ¨la mejor del mundo¨ y la más vulnerada de la vía láctea, ha incluido
en su articulado sentencias hermosas para cuidarlos, pero me sospecho que se
trata de un dechado de letra muerta y ya fétida, tal cual su Preámbulo, más
perteneciente a un país idílico que a la diaria realidad que padecemos. Las
asambleístas que tienen que bregar con la protección de las etnias sólo
visten coloridas mantas guajiras, creo que más para aparentar que para
representar un genuino compromiso, pues además de haberles abandonado hace
rato, se olvidan de los pemones en el sureste del estado Bolívar en la
frontera con Guyana y Brasil, habitantes comunes en la Gran Sabana y todo el
Parque Nacional Canaima, que en sus hermosos mitos describen los orígenes
del Sol y de la Luna y la creación de los tepuyes milenarios -Monte Roraima
o Dodoima en pemón- y las actividades del héroe creador Makunaima y sus
hermanos; y los yanomamos, o la gran nación yanomami, ubicados en nuestro
país principalmente en el estado Amazonas, consentidos del padre Cocco,
misionero salesiano italiano nunca suficientemente exaltado y reconocido
aunque tan a menudo olvidado, y que además se extienden en los territorios
brasileños de Amazonas y Roraima.
El venezolano que es un ser de memoria corta o no le importan sino sus
intereses personales o sus propias pequeñas-grandes tragedias, acaso olvide
la Masacre de la aldea Haximu, un genocidio cometido en territorio
venezolano en 1993 donde en medio de fusiles contra flechas, unos 16
yanomami fueron asesinados por un grupo de garimpeiros o buscadores
independientes de oro. ¿Hubo justicia...? Los pemones que han sobrevivido
500 años después de la llegada de los españoles al continente americano
denuncian que "ya llegaron brasileros a minas del Parque Nacional Canaima,
aterrizan en Campo Carrao, al lado Salto Ángel, con combustible y bombas"...
El ejército o la guardia nacional quienes deberían protegerlos y proteger el
suelo patrio, se hacen la vista gorda y de inmediato les desmienten...
Cataplasmas de oro y billetes verdes sobre el pecho les eliminan el sentido
de pertenencia y sepultan su deber patriótico...
Resulta triste y penosa la situación en la que pueblos que han habitado las
selvas del Estado Bolívar de Venezuela, la Guayana y el Amazonas, siguen
siendo desplazados y despojados del derecho a poseer y a explotar las
tierras que han ocupado durante siglos, mucho antes de la Conquista de
América. Los buscadores de oro han hecho de aquellos hermosos parajes
territorios contaminados de enfermedades venéreas y de mercurio. Como este
metal pesado se amalgama con el oro y la plata, se ha utilizado para mejorar
la separación de las partículas de oro de la ganga o mineral secundario que
le acompaña. Las embatoladas de pocas luces no deben olvidar el desastre de
Minamata... En 1956, en esta ciudad industrial de Japón, comenzaron a
aparecer personas con extraños síntomas de discapacidad sensorial como falta
de coordinación motora y alteración de la sensibilidad en manos y piernas,
pérdidas de la visión, la audición y la palabra, y, en casos extremos,
parálisis e incluso muerte por hidrargiria o envenenamiento por mercurio,
con cerca de 900 muertos y más de 2000 afectados. El tipo y el grado de
síntomas que se presentaron eran individuales y dependían de la dosis, del
método de contaminación y de la duración de la exposición. Un ejemplo claro
y desgarrador de negligencia, búsqueda del lucro económico a cualquier
precio de los demás y desprecio al medio ambiente...
Lo que pasa es que el negocio es muy grande, la conciencia muy pequeña, la
codicia aguda para el negociado ilícito es febril y la ceguera funcional es
profunda para no mirar lo que no conviene...
Otro invasor de aquellos desolados territorios es la malaria o paludismo.
Aquellos tiempos de casas muertas, de escalofrío solemne con tiritar de
dientes, anemia y bazo agrandado vienen con la octava estrella de la
bandera, pura paja... De acuerdo a la Sociedad Venezolana de Salud Pública y
la Red Defendamos la Epidemiología, hasta el 18 de julio pasado se
notificaron 69.413 casos, lo que representa un aumento de 57,8% con respecto
al período homólogo anterior donde se contabilizaron 43.992. El estado
Bolívar concentró 54.381 enfermos o el 92,2 % de los casos notificados. Los
estados Amazonas, Delta Amacuro, Monagas, Sucre, Apure y Zulia, también se
encuentran en el ojo de la epidemia, esa que la dictadura se empeña en
negar, siendo que en el inmediato quinquenio 2010-2014 el incremento fue de
109%, un salto atrás epidemiológico, una afrenta a la epidemiología
nacional... Pero, ¿qué queremos?, no puede compararse un Henry Ventura y su
cerebro chiquito que emulando el parto de los montes parió la «micromisión
contra la malaria» con un Arnoldo Gabaldón que en su tiempo, con
conocimientos, liderazgo, garra y corazón logró que Venezuela fuera el
primer país de América Latina en erradicar la malaria... ¡La vergüenza no
existe en los prohombres de la revolución...!
Es que la Venezuela chavomadurista, tiene uno de los peores escenarios
económicos: la inflación más alta del planeta, prolongada recesión,
desabastecimiento y carestía de productos esenciales, desgarradora crisis
humanitaria en salud, un desorden cambiario originado por tres tasas de
cambio para engordar la codicia de los vivos del régimen, un país donde la
gente está pasando hambre, ese mismo donde mueren 25.000 ciudadanos
violentamente cada año, donde la fuerza pública de Venezuela opera en
conjunto con las bandas criminales y con toda la delincuencia organizada que
hay en el eje fronterizo permitiendo el contrabando a gran escala, ese que
no pasa por las trochas sino por los puentes internacionales, ¿Quién puede
creer que un régimen falsario e irresponsable, inmoral y mendaz y que se
encuentra de salida, pueda darles seguridad, estabilidad y tranquilidad a
20.000 refugiados sirios...?
Ramiro debe estar contento con mi recuerdo, pero también muy triste; triste
al ver a su pueblo rebajado por políticos corruptos a categorías
infrahumanas que hablan tanta paja que podrían dar de comer a toda una
legión de chivos hambrientos... ¡Chivo que rompe tambor, con su pellejo lo
paga...!
Addendum
La condena de Leopoldo López de manos de una funesta jueza es la condena de
todos los demócratas decentes de MI país y con relación a la pena
inmerecida, desproporcionada y cruel impuesta desde las alturas del régimen
achacoso e insignificante, el escritor Hermann Hess (1877-1962), nos
alecciona:
· «Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra
vez lo imposible»
· «Dios no nos envía la desesperación para matarnos, nos la envía para
despertar en nosotros una nueva vida»
· «Donde cesa el bienestar y empieza la penuria, se deja sentir la
educación que la vida nos quiere dar»
<mailto:rafael@muci.com> rafael@muci.com; rafaelmuci@gmail.com
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Francisco al presidente de Serbia: apoyar a los refugiados sirios e iraquíes
El Papa señaló la importancia del diálogo ecuménico y a la aportación de la Iglesia católica al bien común de la sociedad
Por Redacción
Ciudad del Vaticano, 11 de septiembre de 2015 (ZENIT.org)
El Santo Padre Francisco ha recibido este viernes por la mañana en audiencia a Tomislav Nikolic, presidente de la República de Serbia.
Lo informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede, precisando que "durante las conversaciones, transcurridas en un clima cordial, se han constatado las buenas relaciones entre la Santa Sede y la República de Serbia y se han tratado temas de interés común concernientes a las relaciones entre la comunidad eclesial y la civil".
Además hubo una referencia particular "al diálogo ecuménico y a la aportación de la Iglesia católica al bien común de la sociedad serbia".
A lo largo de los coloquios se ha hablado también del camino de Serbia hacia la plena incorporación a la Unión Europea, así como de algunas situaciones de carácter regional e internacional.
Entre ellas "la condición de los prófugos y de los refugiados sirios e iraquíes y la importancia de privilegiar una solución compartida de la crisis en curso".
Sucesivamente el presidente de Serbia ha encontrado al cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado, a quien acompañaba el arzobispo Paul Richard Gallagh er, Secretario para las Relaciones con los Estados.
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