Sobre José Ignacio Cabrujas y su teatro, de Leonardo Azparren Giménez
“En esta oportunidad nos convoca Leonardo Azparren Giménez, nuestro apreciado escritor, el serio y acucioso investigador, el lúcido analista e ilustre conocedor de cuanto atañe a nuestra dramaturgia y a la historia de la gestación y evolución del teatro venezolano con su libro ‘José Ignacio Cabrujas y su teatro” (bid & co., Caracas, 2012)
En ocasión de la celebración de las Jornadas de reflexión sobre el amor y la conquista”, organizadas en octubre de 1988 por el Instituto de Cooperación Iberoamericana de Venezuela, y a las cuales fueron invitados como ponentes historiadores, antropólogos y otros universitarios, me correspondió presentar al dramaturgo José Ignacio Cabrujas, y dije entonces: “Hacerlo me significa un placer y un honor. Todos lo conocemos bien, todos hemos seguido de cerca sus realizaciones, todos aplaudimos en él al escritor de talento desbordante; por lo cual me limitaré a la confesión pública de una convicción que me acompaña desde hace muchos años: nuestra generación tiene en José Ignacio Cabrujas su inteligencia más lúcida y su voz más alta. El es quien mejor nos expresa”. Lo dicho esa vez no he dejado de reiterarlo durante todos estos años.
José Ignacio Cabrujas Lofiego fue dramaturgo, director, actor, cronista, profesor, y guionista de cine y televisión, pero también un creador y conductor de programas radiales, y maestro de grandes parodias; reconocido igualmente en su pasión por la música, la gastronomía y algunos deportes. Tanto significaba la música para él que en casi todas sus obras de teatro y telenovelas hay alusiones verbales a distintas composiciones y a sus creadores, e incluso interpretaciones de determinadas partituras como temas. Fue fiel en el afecto a su barrio y a sus compañeros de escolaridad y juegos; un reflejo de esa identificación, con su correspondiente contenido humano, supo recogerlo Jesús Sanoja Hernández al escribir: “Como en la novela de Meneses, Campeones, hay un fondo de pueblo, con sus peloteros y boxeadores, en el desenlace de la que fue fiesta existencial de José Ignacio”, e igualmente sentida y acertada la observación de la actriz María Cristina Lozada: “Ninguna voz proveniente de tan desconcertante timidez, ha producido tal estruendo en la conciencia nacional”.
En esta oportunidad nos convoca Leonardo Azparren Giménez, nuestro apreciado escritor, el serio y acucioso investigador, el lúcido analista e ilustre conocedor de cuanto atañe a nuestra dramaturgia y a la historia de la gestación y evolución del teatro venezolano. Hoy y para nuestro bien, él, a quien tanto le debemos, nos entrega como su más reciente aporte a nuestra formación humanística, su obra José Ignacio Cabrujas y su teatro.
Es profundo el análisis que él hace de la producción dramática de Cabrujas; lejos del simple recuento, este académico apasionado del teatro ahonda en las características estructurales y argumentales de cada obra, y se permite correlacionar al autor y la pieza en sí, en términos de la elaboración y los alcances de la misma, de lo propuesto y lo subyacente, de lo visible a lo anímico, de manera que el lector más allá de las expresiones usuales de haber degustado o no la lectura, se ve más que invitado a explicarse a sí mismo las razones de coincidir o contrastar con las opiniones que tan clara y decididamente emite Azparren como crítico.
Y ¿qué lo llevó a realizar tal trabajo tan exigente y laborioso? Él responde en estos términos que me permito citar: “Detecté que había una inquietante identidad de propósitos entre el autor y sus criaturas, y una idéntica retórica con la que se expresaban. Sentí que Cabrujas había llenado el escenario de espléndidos fantasmas compartidos.”
Azparren sumó a su estudio de las obras, la lectura de artículos y entrevistas de Cabrujas en diversos medios, haciéndonos además depositarios de esta noble confesión de su compromiso: “Nuestro propósito es comprender a José Ignacio Cabrujas y su teatro, no el teatro de José Ignacio Cabrujas”. Cabrujas fue un dramaturgo prolijo desde que escribió su primera obra en 1957. “Aspiramos mostrar la vitalidad de su proceso de crecimiento y transformación y los factores que determinaron los cambios temáticos y discursivos”.
Cabrujas dejó inconclusa la carrera de Derecho en la Universidad Central de Venezuela para hacerse hombre de teatro a plenitud, si bien parecía llevar consigo desde siempre la disposición a hacer de esa su opción de vida.
Existe un justificado consenso en el recuerdo y la mención elogiosa del Teatro Universitario de la Universidad Central de Venezuela dirigido por Nicolás Curiel, como centro fundamental de formación, que dio por fruto una de las más importantes generaciones de gente de teatro que haya conocido el país, también vanguardia de alta expresión artística y técnica, y que en el caso de Cabrujas tuvo jerarquía de escuela inspiradora. Allí tomó el camino de la dramaturgia y escribió Juan Francisco de León, cual inicios de su indagación de la historia e idiosincrasia venezolanas. En la nota del programa dice Curiel, con visión futurista: “Hoy el Teatro Universitario tiene a su haber una pieza y un autor que ofrecer a la escena nacional; es un grave ofrecimiento, creemos haber encontrado en Juan Francisco de León la realización inicial de un moderno teatro épico venezolano”. Estrenada en el Aula Magna el 11 de julio de 1959 la obra fue llevada a Viena, al VII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes.
Ese viaje, el primero suyo a Europa, representó en los inicios de su carrera de dramaturgo un conjunto de vivencias de esas que marcan la vida de una persona sensible como lo era él.
Formó parte, con Isaac Chocrón y Román Chalbaud, de la llamada Santísima Trinidad del Teatro Venezolano; juntos fundaron El Nuevo Grupo y conformaron una verdadera generación de dramaturgos de alta madurez creativa, devenida en una referencia clave. Era aspiración manifiesta de los actores y actrices, llegar a caracterizar en teatro o televisión algún personaje escrito por él. Cosme Paraima deActo Cultural y Pío Miranda de El día que me quieras, son presencias definitivas en el recuerdo y el amor de todo espectador teatral venezolano.
Según Azparren, “Cabrujas y su teatro se nos presentan simbióticos, porque él y cada una de sus obras son interdependientes. Sus declaraciones a diversos medios de comunicación muestran a una persona vehemente en sus convicciones y, al mismo tiempo, consecuente con sus contradicciones; en conflicto con su entorno y con el país; y atormentado en sus afectos.”
“El teatro venezolano que surge con la instauración de la democracia en 1958 tiene como columna vertebral una nueva dramaturgia, cuyo rasgo principal es el realismo crítico, con independencia de los modelos discursivos empleados por los autores”.
En los años setenta él decidió romper esquemas que eran trabas atávicas de nuestros escritores así, a partir de 1976 y durante casi veinte años escribió telenovelas, defendiéndolas como una propuesta dramatúrgica válida. Fue columnista en varios diarios y revistas, y principalmente un celebrado cronista; a decir de Chalbaud, Cabrujas “daba la vida por expresar su amor por el país”. En 1988 la Fundación Polar publicó Caracas, con fotografías de Gorka Dorronsoro y el texto suyo La Ciudad Escondida, asimismo en ese año le fue conferido el Premio Nacional de Teatro. Durante años fue profesor en la Escuela de Artes de la UCV, y entre 1992 y 1993 profesor invitado del Instituto de Creatividad y Comunicación.
Son numerosas y por demás atinadas las observaciones de Azparren acerca de Cabrujas en su desempeño como dramaturgo. Así por ejemplo: “Es perenne su preocupación por la historia nacional, entendida en términos vivenciales cotidianos. No le interesa la historia inculcada, o en abstracto, sino la vivida que afecta día a día mediante sus manifestaciones específicas, principalmente la política, la religión y la cultura” / “Cabrujas es el dramaturgo que más atención le ha prestado a la religión, como insinuación, frase al margen, referencia explícita, recurso ad hoc para concretar una situación o tema central para desacralizarla. En prácticamente todas sus obras, religión y Dios están presentes” / “Tal desesperada necesidad de hablar y de expresar un estado de ánimo estuvo acompañada de una crisis teatral: qué teatro escribir y qué plantear en él. ...Años más tarde el dramaturgo lo dijo: quería sincerarse con lo que sentía, antes que con lo que había estado pensando hasta ese momento”.
Para Azparren las obras que conforman el llamado Quadrivium:Profundo, Acto Cultural, El día que me quieras y El Americano Ilustrado, “son en Cabrujas el camino en el que decantó su sentimiento dramático de país y llegó hasta la gente para expresar lo que sentía y le pasaba” Así se presenta un universo nunca antes visto en la dramaturgia nacional”
La actitud suya condujo al autor de esta obra a frontales juicios concluyentes, como señalar que “Ante su cambio radical podemos inferir que Cabrujas había dicho todo lo que tenía que decir, todo lo que tenía por dentro sobre su experiencia vital con la historia y la religión, con la política y la cultura, con los afectos y los desafectos. Se dio cuenta de que no podía continuar con una visión heroica de la historia nacional, pero eso no significó un olvido de la historia, porque en todas sus obras está presente como recordatorio, paisaje o idea rectora”.
El propósito de cambio se tradujo en un corpus dramático (Quadrivium) que Azparren no duda en considerarlo “el más importante del teatro venezolano”, y afirma asimismo que “Cabrujas asume el lenguaje como una aventura creadora y logra una imaginería discursiva de inmediata repercusión en el espectador”.
Y el comentario a propósito de las que denomina Obras postrimeras (Una noche oriental, Autorretrato de artista con barba y pumpá y Sonny, diferencias sobre Otelo, el moro de Venecia) es que “Da la impresión de que Cabrujas se planteó ser otro, recomenzar su sistema de relaciones consigo y con el país, con menos interrogantes angustiosas y procurando comprender otros ámbitos de la existencia”.
Observación discutible es la de que a Cabrujas, agotadas la palabra y las obsesiones ideológicas, le sobrevino el vacío, de manera que en sus obras postrimeras “No hay pasión, no hay trascendencia, no hay requisición de la historia; sólo relato despersonalizado, como si quisiese volver a diseccionar algo, sin comprometerse.”
Con respecto a Una noche oriental es criterio del crítico que los personajes “No sufren ni se arrepienten por lo que son, lo asumen de manera natural”. Y dicho por el propio dramaturgo a El Diario de Caracas: Una noche oriental es “el día que nació la democracia en Venezuela, el día en que se inventó una democracia, con todas sus contradicciones”.
Cabrujas demostró ser sabio además en desentrañar con humor las claves del país; en 1987 en la publicación de la COPRE,Heterodoxia y Estado-5 Respuestas, afirmó que en Miraflores, en el congreso y los tribunales, lo que tenemos “no es más que un espectáculo con demasiado tiempo en la cartelera”; como también que “Hay una impunidad prácticamente metafísica de la corrupción en el país”. En él, el humor viene a ser en esencia una forma de percibir la vida y de vivirla, no un fenómeno episódico sino una constante siempre acertada en cuanto a dónde, cuándo y cómo, expresarse, es más bien un rasgo caracterológico en el que se evidencia su genialidad creativa. Fue grande su admiración por Aquiles Nazoa y Pedro León Zapata, en ejercicio de la cual rindió sentidos homenajes a aquel y acompañó a éste en cuanta empresa humorística le propuso. Su última crónica para El Nacional fue sobre su equipo de beisbol favorito, y si bien estaba presente el elemento humor también había claves perceptibles para otras lecturas, pues al final decía: "Me he quedado sin equipo. He pasado del activismo a la teoría, y lo que es peor a la melancolía".
Falleció de un infarto del miocardio en Porlamar, el 21 de octubre de 1995, justo cuando se aprestaba a la realización de nuevos y ambiciosos proyectos, acerca de los cuales el país estaba informado y atento. Su muerte equivalió a un silencio repentino del pensamiento y produjo una gran consternación nacional, una triste sensación colectiva de desamparo intelectual y anímico; y en el tiempo transcurrido desde su desaparición física no ha habido un solo día en que por distintas razones no hayamos sentido la enorme falta que él nos hace.
La vigencia de su existencia entre nosotros se nutre de recuerdos, de la evocación nostálgica de su presencia, y se prolonga dignamente en el tiempo con obras significativas como lo es este libro que hoy presentamos, “José Ignacio Cabrujas y su teatro”, salido de una sentida identificación personal, de una entrañable admiración y de una definida devoción por el estudio y el doble ejercicio de la investigación y la historia; una cuidada edición de la meticulosa profundización realizada por Leonardo Azparren Giménez.
Llevo conmigo la bien fundamentada certeza de que serán muchos los lectores con una genuina inquietud intelectual e interesados en tan apasionante tema, que reconocerán la importancia de esta obra y harán de ella una referencia de especial valor para el abordaje del teatro en sus múltiples y atractivos aspectos. Celebremos entonces juntos, este conmovedor cúmulo de recuerdos y revelaciones hecho llegar a nuestras manos.
JOSE IGNACIO CABRUJAS Y SU TEATRO
Leonardo Azparren Giménez
bid & co. editor
Caracas, 2012
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