A Cora Páez de Topel Capriles
miércoles, 27 de agosto de 2014
Elogio de los tiempos...Ya no podré tener a mi vera algún alumno que con su cuidado me dé la última despedida, la última lágrima agradecida...
Elogio de los tiempos...
Rafael Muci-Mendoza
Ya no podré tener a mi vera algún alumno que con su cuidado me dé la última
despedida, la última lágrima agradecida...
Eran aquellos mareados y ya sepias tiempos... Vivíamos libres y a plenitud
como el río que corre en pendiente, incansable, incesante, erosionando las
piedras en su curso convirtiendo sus excrecencias en lajas que hablaban del
efecto pisa pasito y paciente de los años, de vivencias alegres y amargas y
de la resistencia con la que soportamos sus embates, quizá heredada de
antiguos nautas fenicios de mi sangre, de recio espíritu que a vela
desplegada y decididos, viajaban triunfales en medio de mares procelosos
llevando el ábaco, el abecedario y la letra de cambio, el cedro libanés,
espejos de metal, telas, estatuillas, peines, joyas de oro y plata, armas de
bronce, objetos de cristal...; es el correr del tiempo aprovechado que
templa el espíritu para la lucha, dejando en sus meandros improntas que como
pátina de color amaranto, expresan la denuncias en canicie, en arrugas y en
el peso de tanta mundología para compartir. Eran aquellos tiempos en que en
suerte de rebaño gritón inundábamos pasillos de mi hospital, todos jojotos,
todos asustados ante el reto pero felices, aprendiendo a trompicones a
abrazar con el corazón su historia..., la historia de viejos maestros
devenidos en los que habían heredado sus saberes para depositarlos en
nosotros, ¡Ah!, sin mucho convencimiento de que asiríamos sus maneras, las
haríamos nuestras, las transformaríamos y las pasaríamos a otro clan
vocinglero para que continuara la tradición ancestral. Eran tiempos de
admiración por el maestro, de respeto por el mayor, de deslumbramiento por
el conocimiento adquirido en largas e insomnes madrugadas comprendiendo e
introyectando cómo se teje la trama que enferma al unísono el espíritu y el
cuerpo, harinas de un mismo costal. Eran tiempos en que pasados terribles
exámenes de rigor asíamos incrédulos y bajo las Nubes de Calder el terco
pergamino, orgullo del esfuerzo realizado, apenas el inicio de un largo
camino; éramos respetados médicos cirujanos venezolanos, ¡no cabía otra
designación!, muchos colegas venidos de otras latitudes se fundieron a
nuestras costumbres, porque Venezuela no había sido para ellos una
conquista, era, efectivamente, el regazo de una buena madre supletoria, teta
nutricia pletórica de bondad que no discriminaba ni echaba de lado...
Eran tiempos en que no podíamos atisbar ni aún imaginar la aberración de
tiempos futuros, estos de traición infinita, de fraudulenta conquista por
muchedumbres de médicos extraños usados como mercancía para el trueque, de
saber superficial y desordenado, inmiscibles con los legítimos herederos del
saber de Vargas y Razetti, portadores de una pseudo-ciencia tenida por
ciencia pero nunca aplicada a los hijos de los traidores que aún recurrirán
sin escrúpulos a nosotros a los que ellos en secreto continúan considerando
los genuinos. Una pseudo-ciencia de alto coste y poco valor para ese
creciente lumpen o perraje que hay que mantener inane, esclavo y palurdo
para poder manejarlo al antojo de los comisarios y militarotes de pocas
luces, lamebotas de los Castro: odiosa decrepitud. Eran tiempos donde se
respetaba esa hoja de vida rellenada con el duro quehacer constructivo de
cada día; no eran estos tiempos donde el prontuario delictivo pesará más en
la balanza que la excelencia...
Eran tiempos de recogida admiración por los maestros, de deseos de
emulación, de reverenciar a aquellos que nos hicieron saber de nuestras
deficiencias y virtudes, que nos llamaron al orden cuando fue justo, que nos
reprobaron cuando fue necesario, que nos descorrieron el velo de la
ignorancia para ver tantas verdades cuando todo parecía tan monótono y
uniforme, a llenar los ojos de certitudes, a identificar esa única y antigua
gárgola del ala sur del Hospital Vargas que no se parece a ninguna de las
demás, esos que llevaron nuestra mano al abultado abdomen del paciente para
que palpáramos con suavidad el enorme bazo del antiguo Banti bilharziano, en
aquellas épocas cuando todavía había ríos infestados de caracoles con
cercarias, hoy secos o esmirriados por la tala inclemente y el basurero en
que se han transformado los ríos del país; o nos colocaron el estetoscopio
en el sitio exacto para que auscultáramos el frote esplénico de la
periesplenitis de una leucemia, o el soplo piante, audible a la distancia de
una desprevenida válvula cardíaca hecha jirones por la furia bacteriana.
Pero, son otros los tiempos... son otros estos tiempos de abyección por
todos tolerada, por todos aceptada, de podredumbre maloliente expuesta al
ojo ya invidente por la costumbre o al olfato de insensible pituitaria,
donde el retruécano de Niccolò Ugo Fóscolo (1778-1827) adquiere
extraordinaria vigencia; sabias palabras tan lejos en el tiempo pronunciadas
y que parecieran escritas ayer para juzgar la realidad que nos envuelve, que
nos embarga el ánimo, que nos estruja el corazón...
Para el médico revolucionario no hay otro maestro que el Che, segador de
vidas por odio y constructor de vidas resentidas, envidiosas del saber ajeno
y el resentimiento íntimo por no haber aprovechado los dones que les fueron
confiados, terribles sentimientos que operan siempre a la vera del
triunfo... ¿Es que hay amor en ese paredón de fusilamiento que fue su
legado...? Ya no es una patria donde todos los médicos somos parte de una
grey: la de la medicina para el hombre: soma, mente, espíritu, ambiente
imbricados: microcosmos en medio del macrocosmos que lo incluye todo. Por un
lado los consentidos del régimen, también médicos para alquilar que serán,
comprometidos hasta los tuétanos, no con los pacientes, sino con sus amos y
señores; por el otro, la generación de relevo forzada a emigrar a rumbos
ignotos, a llevar el candor del humilde hospital venezolano expresado en
buena formación comprometida, a crear con nostalgia de viejos tiempos una
nueva querencia..., a echar raíces en una nueva realidad que no siempre les
da la bienvenida, donde la desconfianza al extranjero campea, donde se saca
avaricioso provecho del que emigra sin concederle reconocimiento ni buena
paga a su labor, siendo posible que hasta pueda vivir en un gueto con otros
miembros de su ciudadanía para sentir el hálito del país lejano y ya
perdido... Ya no podré tener a mi vera algún alumno que con su cuidado me dé
la última despedida, la última lágrima agradecida... ¡No hay derecho, no hay
razón!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario