A Cora Páez de Topel Capriles

A Cora Páez de Topel Capriles
A Cora Páez de Topel Capriles, gran amiga de Aziz Muci-Mendoza, él le recordaba al compositor de mediana edad Gustav von Aschenbach, protagonista de la película franco-italiana "Muerte en Venecia" (título original: Morte a Venezia) realizada en 1971 y dirigida por Luchino Visconti. Adaptación de la novela corta del mismo nombre del escritor alemán Thomas Mann.Se trata de una disquisición estético-filosófica sobre la pérdida de la juventud y la vida, encarnadas en el personaje de Tadzio, y el final de una era representada en la figura del protagonista.

miércoles, 27 de agosto de 2014

¡Aquella historia de mis cadillos...! Elogio de la sugestión

Academia Nacional de Medicina. Boletín virtual. Editorial. Septiembre, 2014

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¡Aquella historia de mis cadillos...!

Elogio de la sugestión

Rafael Muci-Mendoza

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La verruga vulgar, llamada coloquialmente en nuestro país, ¨cadillo¨, es un
crecimiento cutáneo no canceroso que se presenta cuando un virus designado
como virus del papiloma humano (HPV, por sus siglas en inglés), infecta la
capa superficial de la piel. En la mayoría de los casos, las verrugas tienen
un aspecto repugnante, una superficie áspera como la lija, se elevan como un
tepuy y exhiben un borde claramente definido. Comúnmente ocurren en los
dedos de las manos, brazos, planta de los pies y genitales, pero pueden
presentarse en casi cualquier parte del cuerpo. La verrugas en las plantas
de los pies se llaman verrugas plantares, en tanto que las que ocurren en el
área genital se llaman verrugas genitales. Por lo general las verrugas no
son dolorosas. Sin embargo, cuando aparecen en zonas en las que están
sujetas a presión o fricción, como la planta del pie, pueden volverse
extremadamente sensibles. Con frecuencia, las verrugas se ¨auto limitan¨ y
desaparecen por sí solas, es decir, cuando el cuerpo y su sistema
inmunológico adquieren sabiduría y deciden establecer una respuesta ofensiva
para eliminarlas, lo que a menudo suele ser exitoso. Pero también, las
evidencias indican que el cuerpo puede ser incitado a desplegar una ofensiva
a través del uso del poder de la sugestión.

¿¡Sugestión en medicina...!? Médico que se precie, aunque las evidencias lo
abrumen, no creerá en nada que no esté en el Manual Merck o en la Medicina
Interna de Harrison. Lo he reiterado... al entrar en la facultad de medicina
nos alisan las neuronas con un cepillo de dura cerda, así que perdemos toda
la candidez que traíamos de nuestras casas, y por ello, las creencias y
supuestos, tienen que pasar al través del fino tamiz de la ciencia, no
dispuesta a pactar con necedades ni hechos no comprobados. La hipnosis
médica podría considerarse como el uso deliberado del poder de la sugestión
para beneficio terapéutico, y vea usted, en estudios controlados que
incluyeron a un total de 180 personas con verrugas, el uso de la hipnosis
provocó el retroceso de las verrugas a un grado significativamente mayor que
ningún otro tratamiento tópico, placebo o ácido salicílico local. Otro
estudio encontró que el falso tratamiento con una máquina de rayos X, pudo
provocar que las verrugas en niños desaparecieran...



¨No te intimides por médicos y enfermeras, pues aún

cuando te encuentres hospitalizado, todavía eres un ser humano¨.

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Hay situaciones impactantes en nuestra niñez que suelen grabarse a hierro y
fuego en el dúctil cofre de nuestra memoria. Son especialmente aquellas que
nos produjeron vergüenza o dolor. Creo que fui el único de mi familia de
nueve hermanos donde los cadillos hicieron nido; los dedos de mis manos y
particularmente el extremo distal de mis dedos, cerca de las cutículas en la
base de las uñas, el sitio escogido por las malhadadas excrecencias para
tomar asiento a sus anchas. Me producían bochorno y alejamiento. Mantenía
las manos en mis bolsillos o me sentaba sobre ellas para que no me las
vieran. A veces las rebanaba con una hojilla de afeitar ignorando que la
sangre que manaban transportaba el virus trasmisible. Entre tanto tapujo y
haceduras de loco, un día mi madre me hizo mostrarle las manos a ver qué
secreto tan particular escondía en ellas...


El virus asemeja un ramillete de flores. Las verrugas vulgares o cadillos de
mis tormentos...

¨¡Ah... si son cadillos! Nada que mate o quite el sueño¨, exclamó con dejo
de indiferencia. Comenzó la quema infructuosa con lápices de nitrato de
plata... Era entonces imperativo enviarme a un dermatólogo, y un ¨baisano de
la misma buebla¨, el doctor David Saer, debía conocer de mis granujos y
tomar acciones contra ellos. Con una inyectadora de insulina y una fina
aguja harto hervida y con punta de anzuelo, colocaba en el insignificante
espacio periungueal anestesia local: procedimiento por cierto muy doloroso
que ni un pujido me sacaba, pero mis ojos se inundaban de lagrimones
denunciantes; y aún más doloroso cuando eran muchas verrugas al tiempo;
luego, las fulguraba con un artilugio enchufado a la red eléctrica que
colgaba de su pared; un ruido como de chisporroteo, humo, olor a carne
quemada, escara necrótica y al cabo de un tiempo se caía el tejido muerto...
pero no siempre el tratamiento era exitoso... y las execrables carnosidades
volvían por sus fueros y territorios ya dominados... De tanto ferrete y humo
mis dedos quedaron deformes hasta el presente; no obstante, mi madre
insistía una y otra vez en que volviera pero ni con amenazas lograba
llevarme de vuelta a mi inquisidor y verdugo.



¨Acepte el dolor y el desencanto como parte de la vida¨.



Ya yo me había resignado a mi suerte..., viviría con aquellos malos vecinos
y su repulsivo aspecto por lo que me quedara de vida. ¡El vaso medio vacío
de la adolescencia...! Pero Dios da el frío y da la cobija: en una ocasión,
acompañando a mi madre al Mercado Principal de Valencia, nos topamos con una
amiga de ella con quien se trenzó en amena conversa; la misia observó de
soslayo mis dedos quemados y al enterarse de que todo aquel estropicio era
debido a la fulguración de mis cadillos, sugirió a mi madre un simple
tratamiento que ¨nunca fallaba¨. Mi madre sonrió, no le creyó y luego me
dijo que ella, ¨no creía en fantasmas, aparecidos ni gatos enmochilados¨.
Así que, o iba donde el ¨baisano¨ a repetir mi sufrimiento, o me quedaba con
mis cadillos. Yo había escuchado con especial atención la conseja herética,
las prácticas recomendaciones de la doña y decidí por mi cuenta, ponerlas en
práctica.

Me fui a la pulpería del señor Francisco García Maya impregnada de olor a
pescado salpreso, que quedaba subiendo por la Avenida Bolívar a dos cuadras
de mi casa. Él se encontraba matando moscas en el mostrador con un
lanzallamas casero: una lata del insecticida Fleet a la que se colocaba
sobre el extremos distal del tanque del veneno, un cabo de vela encendida
precisamente en el trayecto del líquido de aspersión; cada vez que impulsaba
el pistón, salía un chorro de candela que tomaba por sorpresa a la legión de
Musca(s) domestica(s) que pateándolo todo, festejaban con alborozo. A mis
ojos atónitos, ¡Aquel lanzallamas era fascinante...!  Y podría estar todo el
día presenciando y rememorando aquella faena, pero no..., no debo distraerme
de mi relato.





La lata de Fleet devenida en laza llamas, el mosquero y los cristales de sal
marina...

Le pedí a su madre, misia Cora, una viejita poco amable con cara de perro
pequinés, que me regalara un cristal de sal marina. Afortunadamente, sin
preguntar para qué la quería, me acercó una bolsa y yo retiré uno como de un
centímetro de diámetro. Fui a mi casa y me dirigí a la máquina de coser
Singer de mi mamá. En unas primorosas gavetas con arabescos dispuestas en
línea vertical y a la derecha del artefacto, sabía que guardaba cintas de
colores. Escogí una delgada y roja. Con ella, até firmemente el cristal de
forma tal que no se saliera y dejé un largo cabo sobrancero... Subí por la
calle canturreando mentalmente y me devolví por la misma avenida, y sin
voltear la mirada hacia atrás, dejé caer distraídamente el cristal y su
señuelo rojo en la certeza de que alguien, atraído por su aspecto, lo
tomaría del suelo. Allí precisamente radicaba la magia y la contra; aquél
mortal que lo cogiera en sus manos recibiría mis cadillos al tiempo que
desaparecerían de las manos mías...  Egoísta tratamiento, ese de tirarle a
otro nuestro sufrimiento. No es que mucho me interese y puede que usted no
me crea, pero en pocas semanas las excrecencias se habían ido de mis manos
para siempre quedando sólo las deformes cicatrices que las fulguraciones
previas que el ¨baisano¨ me había regalado... No me pregunte por favor por
el otro cristiano que recogió el señuelo; con dos padre nuestros y un
avemaría rezados con fervor infinito, había yo ya quedado exento de culpa.
Cuando entré en la facultad de medicina ni se me ocurrió comentar mi
experiencia al pasar por la Cátedra de Dermatología ni proponer tan
primoroso tratamiento; era sitio donde tanta ciencia flotaba en el ambiente,
extraños e impronunciables nombres de patologías de la piel y sus faneras
surgían como diagnósticos diferenciales y donde lo que no curaba la
cortisona, era cáncer...



¨Nunca cortes lo que puede ser desatado¨

¿Por qué será que los médicos no podemos tener comportamientos naturales
como las demás gentes?, tal vez porque como antes dije, se piensa que
nuestras creencias son artículos de fe y deben ser tamizadas a través de los
poros ultramicroscópicos de la ciencia. Lo que no pasa, no puede ser
aceptado. Nos sentimos suerte de clase ¨suprahumana¨ y científicos a
ultranza; no nos andamos por las ramas de la superchería, de las gallinas
negras, de los conjuros, de los despojos ni del mal de ojos. En la mocedad
de mi ejercicio médico me avergonzaba pensar que mis profesores pudieran
sospechar que ¨alguna que otra vez¨ usara placebos, no otra cosa para mí,
que vergonzosos engaños; pero me confortaba saber que mis pacientes
mejoraban con ellos. Entonces no alcanzaba a intuir que envuelto en ese
placebo iban mis fervientes deseos porque el ser humano que tenía enfrente y
me empeñaba en conocer, mejorara, pues como es sabido la mayoría de las
veces el paciente sufre de temor al dolor y a la incapacidad, al miedo y a
la muerte, y de allí, el efecto terapéutico de mostrarles que se encuentran
bien y que sus angustias muchas veces sólo son creaciones fantasmales de la
infancia. Basta con oírlos atentamente, realizarles un buen examen físico,
tratar de entender la envergadura de lo que trae, darles una explicación
sencilla y despedirlos con una sonrisa que a la vez promueva en ellos otra
similar... No en vano decía Michael Balint (1896-1970), psicoanalista y
bioquímico británico de origen húngaro, ¨La droga que más frecuentemente
utiliza el médico en su práctica general, es con mucho, ¡su propia
persona!¨. Y no es que el médico no deba formarse e informarse de manera
cabal y suficiente en cuestiones de ciencia para atender a sus pacientes;
ello es necesario pero no suficiente; debe además, conocer que existen
imponderables en su práctica que van más allá de la ciencia y están más acá
de la persona del paciente...



El 14 de febrero de 1993 en mi desaparecida columna ¨Primum non nocere¨ del
diario El Universal de Caracas escribía a mis inexistentes alumnos María y
Pedro, ¨Todos los pacientes, académicos y analfabetas creen en magia. Casi
todos lo negarán, pero magia esperan de ustedes.  Por fortuna para ellos, la
magia no requiere de medicinas peligrosas ni de cirugías radicales, y
efectivamente todos, nos guste o no, llevamos un mago por dentro...
¡descúbranlo y aprendan cómo usarlo sabiamente y en el momento apropiado, y
siempre, anteponiendo el mejor interés del necesitado...!¨, pues sabido es
que el hecho de enfermar es una categoría de la vida humana. ¡NO es el
órgano sino el individuo en su totalidad quien enferma...!

Hasta hace pocos años el atrevimiento de mencionar estos problemas en
ambientes académicos nos exponía a ser considerados como charlatanes o
imbéciles; y tal vez todavía ocurra igual. Los médicos que abrazamos la
clínica para ayudar a nuestros enfermos debemos romper con las ataduras del
positivismo que hace que lo visible, objetivo, comprobable y cuantificable
sea ley única de nuestra cofradía, pero también en menester que, para que
podamos percibir la sutil trama de la vida humana, invisible, subjetiva, no
siempre comprobable ni cuantificable, debemos acceder la médula del otro
mediante el contacto humano sincero y empático.

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Lo que cuelga del cuello de mis pacientes...

Del cuello de mis pacientes y del mío propio, he visto colgar medallas de
vírgenes y connotados santos coexistiendo con el ojo que todo lo mira, la
mano de azabache o un trozo de coral, intentos quizá vanos de alejar los
malos entes que nos rodean. Y eso ¿por qué...?  Invitado con ocasión de la
XXVI Reunión de Egresados del Postgrado de Cardiología del Hospital
Universitario de Caracas el 24.11.2001, realicé una pequeña encuesta antes
de iniciar una conferencia intitulada, ¨¿Tiene la esperanza efectos
curativos...?¨ Y he aquí las preguntas con sus respuestas de los veinte
asistentes al evento, (1). ¿Lleva consigo alguno de los presentes algún
amuleto, medalla, moneda pitadora, etc...? Sí: 50%: No: 50%. (2). ¿Tiene la
esperanza efectos curativos...? Sí: 85%; No: 15%. (3). ¿Tiene la esperanza
efecto placebo...? Sí: 78%; No: 22%.  (4). El beneficio del placebo es
debido... A. Al efecto placebo propiamente dicho: 68%. B. Al médico que
suministra el placebo: 32%.Oculto por detrás de las fachadas de sus caras se
encontraba magia benefactora.

Luego diserté sobre cómo habíamos subsistido evolucionando para ser los
hombres que hoy día somos en un proceso de más de cuatro millones de años,
desde el Australopithecus ramidus, el Homo erectus, el Homo habilis y el
Homo sapiens hasta el Australopithecus afarensis con Lucy que vivió hace
entre 4  y 2.7 millones de años en el Valle del Rift, y el Cráneo de Dali,
datado 209.000 años hallado en 1978 por Shungtan Liu en la Comarca de Dali,
Provincia de Shaaki, China. Entonces, nuestros ancestros vivían en un medio
lleno de peligros y el sentimiento de temor e inseguridad era constante.
Fenómenos naturales como el rayo y la lluvia, el fuego, catástrofes
diversas, presencia de animales inmensos y feroces, tribus enemigas, hambre
y penuria, temor de inminentes riesgos los llenaban de agitación y congoja.
Un buen día, aprendió a hacer fuego, controlarlo y tenerlo como herramienta
de trabajo; fue aquella la primera relación del hombre con la luz y el
calor. Todo pues estaba preparado para que surgiera de entre ellos un ser
superior: ¿En qué momento pues, surge el médico...? Quizá en aquella
circunstancia especial durante un lance de caza donde uno de la horda cayó
herido; todos corrieron a salvar sus vidas, pero aquél, compungido se
devolvió a recoger al descalabrado: allí nació el primer médico... Más
luego, alguno, con vocación de servicio se auto escoge, emerge entre el
gentío y es aceptado por la tribu. Lo hizo en la figura del chamán, y lo
comprendió como una ingente necesidad de aliviar el dolor y evitar la
muerte. El saber y no la fuerza serían los fundamentos de su poder. Los
enfermos y la tribu depositarían en él su albedrío y ello fue suficiente
para movilizar procesos orgánicos estabilizadores y de reparación. Aquellos
primeros curadores derivaban seguridad; conocían lo desconocido; tenían el
poder de curar, reanimar la vida y alejar la muerte. Revestidos de poder
mágico y curativo, mediaban entre los hombres y las fuerzas de la naturaleza
o las divinidades benignas o malignas que merodeaban por los meandros de las
mentes primitivas. Curaban porque conocían por intuición lo que muchos
siglos más tarde comprenderíase mejor bajo el término de psicoterapia.
Curaban y la vida seguía adelante en el desarrollo del hombre y la sociedad
humana. ¿Alguna diferencia con el médico actual...?
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Con Apolo, inventor de la Medicina, Dios de la poesía y la música: ¨nada en
exceso¨ y ¨conócete a ti mismo¨, y favorecido por su hijo, el Dios Asclepios
-Esculapio-, el empleo de la palabra con propósitos curativos surge con
fuerza de primavera en la Grecia clásica en tres formas: plegaria, ensalmo
mágico y conversación placentera. El tiempo sigue sin detenerse y es
Hipócrates (460-¿356?), quien arranca la medicina de las manos de los dioses
para entregarla a la responsabilidad de los hombres. Aleccionadoras sus
palabras: Corta es la vida, el camino o arte es largo, la ocasión fugaz,
falaces las experiencias, el juicio incierto, la decisión difícil. No basta,
además, que el médico se muestre como tal en tiempo oportuno, sino que es
menester que el enfermo y cuantos lo rodean coadyuven a su obra. Surge en
sus albores la tekhne u observación de la vida del enfermo conjuntada con la
naturaleza, noción que permite establecer un sabio mandato vigente aún en
nuestros días, la téhkne iatriké: ¨Un saber hacer, sabiendo por qué se hace,
lo que se hace¨. El asclepiade o médico hipocrático como el piache curaban,
y el humilde sobador aún cura...

El hombre trasciende la medicina y sus preceptos, hay mucho por aprender y
más por descubrir, pero es necesario que nos despojemos de la inventada aura
de sabiduría y ciencia que creemos poseer. Cualquier médico, aun cuando esté
en posesión de una elevada postura científica, quiéralo o no,  está imbuido
de poderes mágicos otorgados por su paciente...


De que la magia nos ha acompañado a lo largo de los tiempos da cuenta el
siguiente hecho histórico: En 1776 a Benjamín Franklin, John Adams y Thomas
Jefferson les fue asignado el proyecto de crear lo que se llamó, "The Great
Seal of the United States".  Cinco años después el Congreso aprobó el sello
que se halla en el reverso del billete de un dólar norteamericano... El Ojo
de la Providencia está representado por un triángulo radiante que
representa, ¨El-Ojo-Que-Todo-Lo-Ve¨, y la frase annuit coeptis significa
¨Dios favoreció nuestro empeño¨; la frase novus ordo seculorum escrita
debajo del triángulo significa, ¨nuevo orden secular¨. En 1945, Franklin D.
Roosevelt dio la aprobación final para la inclusión del Gran Sello en el
billete de un dólar.  Es harto conocido ahora más que nunca, que los Estados
Unidos de América fue fundada en gran medida por hombres con una filosofía
basada en el ocultismo: a saber, los miembros de la masonería y otras
sociedades secretas, quienes vieron en los Estados Unidos una potencial
"Nueva Atlántida" o "Nueva Jerusalén". Ellos previeron el futuro de la gran
nación como un faro para el resto del mundo, guiando a las naciones hacia la
formación de un  <http://www.bibliotecapleyades.net/esp_sociopol_nwo.htm>
Nuevo Orden Mundial de paz, democracia, e iluminación. Hoy mucha gente
estaría de acuerdo en que los Estados Unidos es, en efecto, de varias
maneras, el desiderátum de esta función.

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La magia en el billete de un dólar norteamericano...

Guiados por sentimientos opuestos de odio, dominación y esclavitud, se ha
erigido el Socialismo del Siglo XXI, y se ha repetido muchas veces que los
billetes venezolanos en el reverso traen parte de una estrella de cinco
puntas; si se unen los billetes, la estrella se configura por completo; se
asegura que es la Estrella Satánica de Cinco Puntas o estrella al revés,
símbolo del macho cabrío. Se murmura que los babalawos asesores de Chávez le
ordenaron otro pacto relacionado con el culto a María Lionza, para rechazar
espiritualmente todo intento de relevarlo del poder y así perpetuarse en él.
De esa forma, la imagen de los seguidores del demonio es llevada por cada
ciudadano en su bolsillo en los billetes de cualquier denominación y además,
las figuras escogidas simbolizan la Corte Negra: Negro Primero, el guía de
la Corte Negra, la heroína Luisa Cáceres de Arismendi representa a María
Lionza y el Indio Guaicaipuro, líder de la Corte India: El parecido de las
fotos de las Tres Potencias con estos tres billetes es enorme; difícil creer
que sea una coincidencia, pero mientras no se demuestre lo contrario queda
el beneficio de la duda. Aunque mi solidaridad no se encuentra empeñada en
lo que relato, sólo quiero enfatizar que la magia, querámoslo o no, se
encuentra entre nosotros...

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¿Llevan los billetes venezolanos la impronta satánica?

Por otra parte, las frases ¨mal de ojos¨ y ¨bien de ojos¨ señala dos tipos
de mirada: La primera, una mirada intensa cargada de odio o envidia: la
gente se protege llevando amuletos de protección ¨trabajados¨ para librar a
su poseedor; la segunda es otra opuesta, aquella que es trasunto de
generosidad de espíritu: la mirada médica, una mirada intensamente cargada
de amor que nos convierte en una batería de energía positiva.
¡Aprovechémosla!

Este párrafo se refiere al intento decidido y melancólico de muchos
pensadores y médicos a lo largo de los tiempos, de tratar de incorporar la
persona del enfermo tanto tiempo ausente en el ámbito de la consulta médica:
su subjetividad, en la relación médico-paciente. Decía Baltazar Gracián
(1601-1658), ¨Visto un león, están vistos todos, vista una oveja, están
vista todas, pero visto un hombre, sólo está visto uno, y además mal
conocido¨, y Armand Trousseau (1801-1867), hizo célebre la frase, ¨No hay
enfermedades, solo enfermos¨. ¨¡Mucho de rana, poco de hombre!¨, proclamaba
desesperado, don José de Letamendi y Manjarrés (1828-1899), el mismo que
dijo, "De quien te diga que de medicina sólo sabe, ten por seguro que ni de
medicina sabe", y que aludía a lo poco que estaba presente la subjetividad
del hombre enfermo en los estudios médicos. Ludolf Krehl (1861-1937) famoso
internista expresó, ¨Si con nuestras débiles fuerzas no colaboráramos en el
ulterior avance de la medicina, el cual consiste en el ingreso de la
personalidad del paciente en el quehacer del médico como objeto de
investigación y estima, es decir, en la restauración de las ciencias del
espíritu y de las relaciones de la vida entera como el otro de los
fundamentos de la medicina, y en igualdad de derechos con la ciencia
natural¨. Y es que hoy día ya no parece importante ¨escuchar con la tercera
oreja¨, como insinuaba Theodor Reik (1888-1969). Nos hemos transformado en
robots y todo cuanto hacemos es mecanístico.

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Viktor von Weiszäcker (1886-1957) en su libro "El hombre enfermo.
Introducción a la antropología médica", asienta, ¨El ritmo uniforme de la
cotidianidad se perturba fácilmente por circunstancias que la mayor parte de
las veces son ignoradas por el individuo¨, y de seguidas, hace la siguiente
pregunta, ¨¿Por qué hoy?¨, por qué no nos enfermamos ayer o mañana, por qué
específicamente el día de hoy. Pide entonces imponer la adopción de una
concepto holístico del humano enfermo desde una perspectiva antropológica
que considere al hombre, su circunstancia y el entorno en el cual se
inscribe. No olvidemos que somos viajeros extranjeros en nuestro propio
cuerpo, sin dudas nos damos cuenta de que existe con él una comunicación por
medio de un lenguaje, pero al mismo tiempo somos incapaces de traducir, ese,
nuestro lenguaje corporal, ¨¿Por qué hoy...?¨¿Qué decir del amplio catálogo
de ¨hiel¨ qué ocurre durante las lunas de ¨miel¨?, donde no faltan
resfriados, trombosis hemorroidarias, diarreas y hasta apendicitis agudas...
¿Cómo explicar el alivio que inducía el aceite alcanforado tibio que la mano
solícita y amorosa de nuestras madres nos aplicaba en la ollita del cuello
haciendo desaparecer el dolor de garganta y la carraspera, o la imposición
de manos de reyes y poderosos en la antigüedad, no más ayer?, ¿Nos hablan
los infectólogos o los epidemiólogos por qué los ejércitos derrotados son
más susceptibles a las infecciones que las victoriosas...?, ¿Puede alguien
morir por convencimiento o por terror?, ¿Cómo se explica la muerte por vudú?
Nuestra mente funciona con base a creencias; la ciencia, la religión, el
arte, todas las formas de conocimiento se basan en creencias. De esa forma,
cuando por ejemplo usamos ácido acetilsalicílico o aspirina para aliviar un
dolor de cabeza, asumimos que funciona porque se nos elimina el dolor de
cabeza. De esta forma creamos nuestras creencias con base a una relación
causal. Cuando una causa (tomar la medicina) trae aparejada una consecuencia
(curarse), entonces creamos una relación en la que creemos (la medicina
cura). El problema es que solemos establecer el sujeto de la acción en el
objeto (medicina) al que otorgamos unas propiedades intrínsecas (curar); y
esto no tiene por qué ser así en absoluto, incluso no suele ser así.



Colofón (2)Colofón

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El ser humano desvalido y echado por tierra, hoy día es visto como una
máquina a reparar, tanto a nivel macro como a nivel genético; el médico ya
no sabe para qué existe y se transforma en mecánico de seres humanos, siendo
que el hospital es visto como un taller de reparaciones.



¿Cuáles son pues los límites de la explicación científica de la enfermedad
humana...?, ¿Qué significa saber medicina...?, ¿Qué entraña el término
curación por la fe...?, ¿Por qué los placebos avergüenzan a la ciencia si al
mismo tiempo ella demuestra tanto interés en ¨controlarlos¨ y mantenerlos
alejados de sus cotos de caza...? El reduccionismo del hombre llevado a un
nivel molecular que promueve la revolución tecnológica, ignora el mundo
interno y la espiritualidad del ser, entrañando igualmente el más grande
desafío moral que hayamos enfrentado los médicos alguna vez...

Michel Balint (1896-1970), psicoanalista de la Clínica Tavistok de Londres,
a quien mencionamos en párrafo anterior introdujo el concepto de la ¨falta
básica¨, donde la enfermedad es el resultado de factores ambientales
tempranos productoras de desamparo. Destacó igualmente la importancia del
¨amor primario¨ y la importancia de la regresión durante el tratamiento. En
su libro ¨El doctor, el paciente y su enfermedad¨ (1957), escribe y
repetimos, ¨La droga que más frecuentemente utiliza el médico en su práctica
general, es con mucho... ¡su propia persona!¨


Michel Balint y la necesidad del acercamiento al paciente en su íntima
soledad considerándolo como persona y no como enfermedad...

La historia del placebo es la historia de la terapéutica médica hasta
tiempos muy recientes, y nos recuerda la unidad del ser en sus vertientes
corporal, emocional, ambiental y espiritual. En los ensayos doble-ciego, se
considera la respuesta al placebo como un ¨simple contaminante¨ o como ¨un
ruido en el sistema¨; sin embargo, son los placebos los fantasmas que
pueblan la objetividad biomédica, suerte de almas en pena que surgen de la
más espesa umbra del primitivismo, ayes lastimeros que exponen las grietas y
paradojas de los parámetros creados por nosotros para definir los efectos
activos y reales de los ¨verdaderos tratamientos¨...

¿Será que sus efectos denuncian el dualismo persistente en medicina: la
escisión de mente y cuerpo...?

Mis glamorosos cadillos, fantasmas materializados que se curaron con
fantasmas, dieron pie a estas reflexiones que espero sean tomadas con
benevolencia...

 rafaelmuci@gmail.com

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