La coleccionista misteriosa
El Nacional 4 DE ABRIL 2015 - 00:01
Pocas cosas llaman tanto la atención como el misterio de la gente anónima que posee un talento excepcional desconocido. Gente que no persigue el éxito. Gente que no busca reconocimiento. Gente que quiere hacer lo que le gusta sin que la importunen. Así era Vivian Maier, y por esa razón escribí una columna tiempo atrás sobre el descubrimiento de sus extraordinarias fotografías, atrapadas en un anhelo de privacidad absoluto.
Ella era hija de una madre francesa y de un padre austriaco. Había nacido en Nueva York, había pasado una larga temporada en Europa, para regresar a Estados Unidos y trabajar como cuidadora de niños acomodados en Chicago.
Su vida privada siempre fue un misterio, que ella resguardó con celo militar. Sólo se sabía que cargaba una cámara rolleiflex en el cuello y que siempre tomaba fotos que nunca nadie llegó a ver. Murió en 2009, ya anciana y sola, cuando se cayó sobre el hielo y se golpeó la cabeza.
John Maloof, un historiador de veinte años que andaba en busca de una pasión en la vida, se tropezó con unas cajas y maletas en el remate de unos galpones que se alquilaban como depósitos privados. Cuando la gente no paga, las pertenencias se rematan. Este muchacho pagó menos de 400 dólares por el legado de Vivian Maier. Nunca imaginó que había tropezado con lo que estaba buscando.
Esta semana finalmente vi Finding Vivian Maier, documental de ochenta y tres minutos que realizó John Maloof sobre el tesoro que cayó en sus manos. Fue nominado al Oscar y ha colaborado con la difusión de la obra de una fotógrafa excepcional.
Este documental abre una puerta que hasta ahora apenas habíamos percibida entornada y que nos dejaba ver sólo la punta de una complejidad superlativa. No como quisiéramos que fuera, sino como la protagonista decidió vivirla.
Maloof se encontró con los restos de una vida, desde la perspectiva de una coleccionista. Es decir, una inusitada colección de objetos que se acumulan en la vida de una persona. Cien mil negativos fotográficos tomados en cuarenta años. Películas en super 8, grabaciones con desconocidos.
Pero la imagen y la voz de las personas no estaban solas. Había prendas diversas, como sombreros, zapatos, vestidos, abrigos... Y facturas, recibos, billetes de tren, entradas de cine… Rastros de una vida que pasa muy cerca de nosotros y que no llegamos a advertir.
Pero esto no era todo: dientes de leche de los niños a los que había cuidado o monedas o botones… Dejó cartas, cámaras Rolleiflex, recortes de periódicos con crímenes horrendos.
El acierto de John Maloof resulta conmovedor, sobre todo cuando comienza a buscar a los testigos que conocieron a Vivian Maier en los años sesenta. Eran niños en aquellos años, que ahora son adultos: personas que recuerdan a una mujer entrañable de la que nunca supieron absolutamente nada.
Creo que es imposible ver Finding Vivian Maier sin confrontar sentimientos contradictorios. Impacta la tristeza de una vida solitaria. La imposibilidad de mostrar una obra genuina y poderosa. El enigma de una existencia que pareciera no haber encontrado un alma gemela para compartir la alegría de estar vivo.
Maloof crea una obra sorprendente a partir del descubrimiento de un misterio. La arqueología de un enigma imposible de descifrar. Yo como espectador me he preguntado cuántos artistas se pierden a diario en la vorágine de celebraciones y reconocimientos rutinarios. Cuántos esperan por un John Maloof que encuentre el hilo de Ariadna, es decir, la salida del laberinto para encontrar el arte en estado puro.
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