A Cora Páez de Topel Capriles

A Cora Páez de Topel Capriles
A Cora Páez de Topel Capriles, gran amiga de Aziz Muci-Mendoza, él le recordaba al compositor de mediana edad Gustav von Aschenbach, protagonista de la película franco-italiana "Muerte en Venecia" (título original: Morte a Venezia) realizada en 1971 y dirigida por Luchino Visconti. Adaptación de la novela corta del mismo nombre del escritor alemán Thomas Mann.Se trata de una disquisición estético-filosófica sobre la pérdida de la juventud y la vida, encarnadas en el personaje de Tadzio, y el final de una era representada en la figura del protagonista.

martes, 21 de abril de 2015

Casi por instinto desconfío de aquellos cantantes que deciden que son más inteligentes que yo y pueden decirme cómo tengo que pensar, cómo tengo que vivir, cómo tengo que sentir. Incluso he llegado a sospechar, a estas alturas y después de lo llovido, que tal vez la música más libertaria y subversiva sea, precisamente, la que tenemos por más tonta y superficial.

Música y manipulación

MARIANO NAVA CONTRERAS |  EL UNIVERSAL
viernes 10 de abril de 2015  12:00 AM
No se crean ustedes que a mí siempre me gustó la música de Chino y Nacho y de Celedón. No qué va. Como buen estudiante de letras siempre supe que existía un estrecho lazo entre la música y la poesía. Por eso me esforzaba por escuchar las letras de las canciones que ponían en la radio y, claro, casi siempre salía decepcionado. Como imberbe admirador de Homero, supe pronto que música y palabra forman una unidad indisoluble, que la una no puede concebirse sin la otra, que la palabra entra más fácilmente en el alma cuando tiene ritmo y melodía. Como pichón de lector de Platón, pronto me enteré de que la música era un instrumento formidable a la hora de "educar" a las personas, algo que después mantuvieron los más grandes pedagogos. Aquello de música y gimnasia para formar el cuerpo y el espíritu no era, pues, ningún capricho.

Pertenezco a una extraña generación que aprendió a despreciar la música "comercial" y "superficial" que escuchaban las mayorías. Así éramos de estúpidos. Nos parecía una profanación el que la gente comerciara con algo tan sagrado como la música y los sentimientos. "Dime lo que escuchas y te diré quién eres", solíamos repetir, y ese criterio bastaba para dividir el mundo en tontos e inteligentes, en buenos y malos. Jackson's Five contra Pink Floyd, Disco Music contra Supertramp, una especie de "maniqueísmo pop", así de simple. Por eso cuando conocí a la Trova fue como si me hubiera ocurrido una epifanía. O sea que era posible que en el Caribe se hiciera música "profunda" y con "mensaje". O sea que también en nuestra lengua y tropicales ritmos podían cantarse esas verdades intensas y trascendentes que solo creíamos para las sublimes alturas del rock inglés.

No tengo que decir que me compré todos los discos, me aprendí todas las canciones, todas las letras, todos los acordes en la guitarra y me hice casi adicto "a la canción que compromete a mi pensar", como dijo aquel otro. Cual Juan Charrasqueado merideño, no faltábamos nunca ni yo ni mi guitarra (una Yamaha todoterreno que me regaló mi mamá para un cumpleaños) a las frecuentes fiestas y reuniones de estudiantes. Allí, con los ojos apretados de inspiración, garganta aclarada con buen ron, arropados por el frío y la neblina, cantábamos "trovas" entrañables como "Yolanda" y "El unicornio azul". Recuerdo que más de una vez me serrucharon la novia por andar pendiente de las melodías y los acordes revolucionarios. Ahí fue cuando comenzó a no gustarme la cosa.

Creo que hace poco dije que algunos tenemos la imprudente manía de pensar mientras nos vamos poniendo viejos, e incluso algunos leemos más, lo que por estos días pareciera un extremo intolerable. Y el asunto se pone inconveniente cuando te enteras de cosas que no convienen. Al tiempo me di cuenta de que esos que cantan hermosas melodías que nos hablan del amor desprendido, de un mundo mejor, de la lucha contra el aburguesamiento y la hipocresía de esta sociedad, tienen un tipo de vida bien burgués y bien hipócrita que no tiene nada que ver con sus canciones. Algunos viven como estrellas de Hollywood. Algunos incluso ni siquiera viven en el país cuyos paisajes tan inspiradamente cantan. Alguno de ellos inclusive vive en Hollywood. Al tiempo te vas dando cuenta que todo forma parte de un perverso sistema de propaganda y manipulación, un negocio burdo y cruel como aquél que tanto despreciabas cuando eras chamo y, claro, te decepcionas. Como de la novia bonita a la que llevaste a una fiesta y se fue con otro pana mientras estabas cantando, te decepcionas.

Un día le conté a un compañero de aquellos tiempos todas estas cuitas y dudas y él, tan poeta, me dijo "no importa brother, la música no tiene la culpa". Reconozco que al comienzo la respuesta me desconcertó. Pero no. No porque a punta de canciones bonitas han sido engañados pueblos enteros y han sido llevados al combate, a la miseria y a la ruina, de la Guerra de Troya a la Alemania de Wagner y Von Karajan. No porque muchas veces esta música "profunda" no es más que una estrategia de proselitismo, burda propaganda, muy bien pagada eso sí, que se presta para la manipulación política. Y como la mala costumbre de leer lo que sea no se te quita, un día te cae en las manos una revista de divulgación científica que dice que la zona de la corteza cerebral que procesa el ritmo y la armonía está relacionada con la que procesa los sentimientos. No sé si es verdad o mentira, pero tiene lógica. Todo el que despechado haya llorado con un bolero sabe de lo que hablo. Ni en las más lúbricas fantasías del viejo Homero.

Desde entonces, casi por instinto desconfío de aquellos cantantes que deciden que son más inteligentes que yo y pueden decirme cómo tengo que pensar, cómo tengo que vivir, cómo tengo que sentir. Incluso he llegado a sospechar, a estas alturas y después de lo llovido, que tal vez la música más libertaria y subversiva sea, precisamente, la que tenemos por más tonta y superficial.

@MarianoNava 

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