A Cora Páez de Topel Capriles

A Cora Páez de Topel Capriles
A Cora Páez de Topel Capriles, gran amiga de Aziz Muci-Mendoza, él le recordaba al compositor de mediana edad Gustav von Aschenbach, protagonista de la película franco-italiana "Muerte en Venecia" (título original: Morte a Venezia) realizada en 1971 y dirigida por Luchino Visconti. Adaptación de la novela corta del mismo nombre del escritor alemán Thomas Mann.Se trata de una disquisición estético-filosófica sobre la pérdida de la juventud y la vida, encarnadas en el personaje de Tadzio, y el final de una era representada en la figura del protagonista.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Muy cierto es que ninguna cosa grande se obtuvo sin trabajo. Al final de la jornada cuando al fin nos echamos gustosos al descanso, es precisamente cuando el trabajo creador ha colmado nuestro corazón: nos sabemos necesarios para nosotros mismos, para nuestra familia y para la sociedad...

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Elogio del trabajo...

Rafael Muci-Mendoza



...Ya lo verán, se avivará el ingenio de los hombres  haciéndolos orgullosos
patriotas, productivos y felices.



Muy cierto es que ninguna cosa grande se obtuvo sin trabajo. Al final de la
jornada cuando al fin nos echamos gustosos al descanso, es precisamente
cuando el trabajo creador ha colmado nuestro corazón: nos sabemos necesarios
para nosotros mismos, para nuestra familia y para la sociedad... Al que
trabaja, todos los placeres de la vida le vienen gustosos. Al que nunca
trabajó ni se cansó, le colma la indiscreción, la rudeza, la incultura, la
ignorancia y se hace necio, desinformado, desconocedor y analfabeto, por
tanto, de ningún descanso puede obtener entero gusto pues siempre le quedará
el agrio sabor de lo regalado, de lo hurtado de otros, de lo no obtenido
mediante labor...

Vienen a mi memoria los primeros héroes de mi vida, todos musiuses, amantes
del trabajo y de lo hecho con el sudor de sus frentes. ¨Baisanos de la misma
buebla¨, como mis padres, mis tíos, mis primos y tantos que con ellos
dejaron la tierra de cedros corpulentos, viajantes infinitos que volaron a
increíble velocidad como las flores del aire a mil distintos destinos,
siempre enflusados en medio de aquel reverberante sol tropical, con sus con
sus maletas de suela buchonas, portadoras de mil milagros y novedades, ¨todo
bonito, todo barato¨: cortes de tela, camisones y camisas, encajes, cintas
de colores, sedas y percales, que libreta en mano y con sonrisa bondadosa
daban fiado a sus clientes, ahorrando como el que más para poder tener más y
así, poder dar más, porque quien no tiene no puede dar, se vuelve tacaño,
envidioso e inconforme. O aquellos italianos robustos, de torso tostado por
el sol, buenos para el trabajo fuerte con sus gorras de desechos de papel de
bolsas de cemento haciendo la nueva Caracas, que con un pan francés y una
pepsicola completaban su jornada cantando arias operáticas en tierra extraña
y fecunda; que sabiendo lo que era el hambre nunca malgastaron en
francachelas ni frivolidades porque también ahorraron. O el portugués en su
conuco siguiendo el periplo del sol por el firmamento, sacando de la tierra
sus favores sin prisas ni descanso y con renovado esfuerzo, sembrando,
cultivando y cosechando. Todo lo que se crea con mano propia, con esfuerzo y
lágrimas genuinas, se cuida con esmero, se fomenta con decisión y se quiere
para todos.

Y así, podríamos detenernos en cada uno de los grupos de inmigrantes que
vinieron al país huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, de la
Guerra Civil Española, de las diferentes dominaciones dictatoriales como la
turca otomana en el Líbano, que trajeron a Venezuela un numeroso grupo de
refugiados aventados de situaciones insostenibles, de campos de
concentración de países de la Europa de la posguerra. En cada rincón del
país todos ellos fundaron familias honorables, siempre pensando en el futuro
de sus hijos para que amaran su hogar de necesidad, hijos educados con
esfuerzo para que fueran ellos mismos, no desechos ni instrumentos ni
veletas de mezquinos intereses de otros, para que hicieran patria fuera de
su patria, y para que el producto acabado de sus deseos y trasnochos
hicieran una nación más robusta. La medicina venezolana ganó muchísimo al
son de nombres y hombres bondadosos huidos de España, que dejaron comer en
su mano a aquellos, nuestros padres predecesores, que todavía les recuerdan
agradecidos y que nos enseñaron a venerar sus memorias y a considerar
nuestra tierra como noble puerto para acoger pérdidas, lágrimas y angustias.


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Pero, de recios trabajadores que ganaban su sustento con su esfuerzo, por
obra y desgracia del populismo, de la revolución del engaño, se
transformaron en apenas quince años en menesterosos de mano extendida: ¨¡Una
limosnita por el amor de Dios!¨, tal como en tiempos de señores feudales. El
morbo paralizante caló rápido en la conciencia cultivada para el trabajo
transformándola en seria enfermedad del alma; las empresas del estado todas
se hicieron improductivas, un desordenado bachaquero de trabajadores sin
oficio ni beneficio que las quebraron rapiñadas por el clientelismo
denigrante, festín de camisas rojas y lipas protuberantes por la abulia y la
cerveza inmerecida, zánganos sin estímulos, de atrofiada musculatura
corporal y cerebral, enrarecidos por la dádiva, por el ¨póngame donde
haiga¨, creados y corrompidos adrede por la malicia de mentes cubanas que
tanto saben de maneras humillar en nombre del pueblo para luego sojuzgar...
El venezolano de hoy día, es un producto acabado del populismo rampante, y
sumido en su vergüenza no atina a encontrar su futuro, un mañana de orgullo
y de progreso pues su savia le ha sido succionada por el matapalo
revolucionario, ese que todo desbarata y atrofia, ese que regala lo que es
de todos, que es maula y botarate, que privilegia al extraño y le niega al
propio...

Pero el terreno yermo e improductivo, la tierra hecha estéril y sin provecho
por la maldad de hacerlo, serán mañana abundosas y fructíferas cuando de
nuevo el trabajo las posea y las haga suyas; aquellas desecadas y sin aguas,
serán surcadas por arroyos rumorosos hendiendo sus entrañas y llamando a la
semilla a asentarse y echar raíces, y al sustento a volver a la patria.
Nuestros grandes y caudalosos ríos no se perderán más en el mar; los haremos
remontar tierras secas y sin esperanzas, para que renazca la vida y
recuperemos la fuerza que perdimos, y con ello vendrá nuestra libertad si es
que hemos aprendido algo de esta tenebrosa noche populista. Ya lo verán, se
avivará el ingenio de los hombres  haciéndolos orgullosos patriotas,
productivos y felices. Déjenlos que la codicia los acabe y luego bastará un
viento bondadoso para presenciar su caída cual torre de naipes...

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