La región periférica y saturnal de Patrick Modiano
Para muchos lectores, el premio Nobel de Literatura a Patrick Modiano (1945) ha resultado sorpresivo. Pero para muchos otros es mucho más que una buena noticia: es reconocimiento a una región literaria, a una escritura despojada y a una visión del mundo donde los protagonistas son seres de la periferia. Con textos de Luis Moreno Villamediana, Narcisa García y Nelson Rivera, Papel Literario ofrece un homenaje a este gran escritor francés
Cuando en 1970 Maurice Nadeau, testigo privilegiado del movimiento literario de Francia (fue Director Literario de “Combat” en tiempos Albert Camus y Pascal Pia, co-director de “La Quinzaine Litteraire” y Director de “Las Lettres Nouvelles”), finaliza la redacción de su imprescindible estudio sobre “La novela francesa después de la guerra”, habían transcurrido dos años desde que Patrick Modiano publicara “El lugar de la estrella”, su primera novela, reconocida con el Premio Roger Nimier (1968), y queentonces recibió enfáticos elogios. Un año después, en 1969, Modiano publica “La ronda nocturna”, también admirada por los ecos poéticos de su prosa. Pero, y esto es llamativo, Nadeauno menciona a Patrick Modiano (1945) en su razonado catálogo de autores y obras, aun cuando en al menos una de sus clasificaciones, “Los acontecimientos suscitan obras”, las dos novelas de Modiano, cada una con legítimos argumentos, hubiesen podido ser leídas e incluidas.
Mucho antes de recibir el anuncio que lo convierte en el ganador del Premio Nobel de Literatura, en 1972 obtuvo el Gran Premio de la Academia Francesa por “Los bulevares periféricos”. Su novela “Calle de tiendas oscuras” recibió el Premio Goncourt en 1978y el Premio Fénéonen 1979 (novela cuya primera traducción al castellano, realizada por Jorge Musto en 1980, fue publicada por Monte Ávila Editores). En 1984, su obra fue reconocida con el Premio Príncipe Pierre de Mónaco. A lo largo de los últimos treinta años, a menudo desapercibido, ha producido numerosas y espléndidas novelas cortas, que sus lectores consecuentes reconocen sin dificultad. Y es que a diferencia de tantos otros ejecutantes de prosa eficaz, Modiano ha construido una región saturnal: un inconfundible y melancólico planeta literario.
Fue el propio Modiano, tras la publicación de “Un pedigrí” en el 2005, quien estableció las pistas biográficas de su obra. Hijo de una bailarina (“chica bonita de corazón seco”) y de un judío que había llegado a París desde La Toscana, la pareja se conoció en 1942, bajo la ocupación de los nazis. En un párrafo sobrecogedor, Modiano se pronuncia sobre su origen y su identidad: “Las temporadas de grandes turbulencias traen consigo frecuentemente encuentros aventurados, de tal forma que nunca me he sentido hijo legítimo y, menos aún, heredero de nada”. Sus padres llevaban vidas apenas conectadas la una con la otra. Patrick fue un niño al cuidado de otros. Mientras duró su infancia veía entrar y salir a los más disímiles personajes: bailarines y coreógrafos de poco oficio, eternos desocupados, adultos de oficios dudosos, expertos en el mercado negro, personas de las que no se sabía de dónde venían y hacia dónde se dirigían: esas figuras y ese mundo incierto que Modiano proyectará en la sucesión de sus novelas (es en “Un pedigrí” donde Modiano cuenta que su abuelo, un judío de Salónica, vivió en Venezuela, en Caracas y en Margarita, hasta 1903, cuando se marchó a París).
Vidas fuera de su sitio
“Escribo estas páginas como se levanta un acta o como se redacta un currículum vitae, a título documental y, seguramente, para liquidar de una vez una vida que no era la mía. Sólo es una simple y fina capa de hechos y gestos. No tengo nada que confesar ni nada que dilucidar y no siento afición alguna por la introspección ni por los exámenes de conciencia. Antes bien, cuanto más oscuras y misteriosas seguían siendo las cosas, más me interesaban”.
Hay en Modiano un dolor de vivir que no alcanza nunca su capítulo final: allí está el origen de la poética de la incertidumbre, nuez de su obra. La debilidad del solitario, el azar como fuerza determinante (en “El horizonte” los protagonistas se conocen en el Metro). Los suyos son seres envueltos en misterios, personajes inciertos que huyen, a menudo, sin saber de qué (en “Domingos de agosto” el narrador se hace parte de la fuga de Sylvia, como si su vida adquiriese sentido en una cuestión que desconoce y no le compete). “En el café de la juventud perdida”, el narrador dice: No tengo más recuerdos buenos que los de huida o de evasión.
Personajes espectrales, seres casi irreales, que bien podrían confundirse con fantasmas. Perdidos y apartados. Suspendidos, periféricos y rotos. Fuera del tiempo. Sin perspectivas, olvidados. Vidas limitadas a pequeños cotos: gente que da vueltas sobre lo mismo. Que desaparece y reaparece. Que despierta sospechas, con frecuencia, acechados por la muerte. Personas que han perdido la esperanza de ser felices. Que huyen. “Unos perros perdidos”, que no se preguntan por sus orígenes, que no confían en nada, que ya no tienen energías para interrogarse a sí mismas. Personas de ‘corre o revienta’. Que han perdido la identidad (como en “Calle de tiendas oscuras”). O que no tienen otra alternativa que no sea la de perseguir la verdad, como requisito para descubrirse a sí mismos (en “Reducción de condena”, la voz que narra lucha por no perder sus recuerdos).
Fijación, signo que se repite en varias de sus novelas: la aparición de una joven mujer, solitaria y sin pasado evidente, cifra del enigma, que irrumpe a perturbar la rutina de uno o de varios hombres. Mujeres de peculiar opacidad, dotadas cada una de un inexplicable magnetismo para enamorar o incitar conductas compasivas (“Cuando de verdad nos vinculamos a una persona, hay que aceptar la parte de misterio que hay en ella”).
Frases mínimas y depuradas. Diálogos que hacen escuchar el silencio que contienen. Personajes como furtivas siluetas. ¿Qué es la vida en las historias de Patrick Modiano? Fragmentos imposibles de ensamblar. Partículas recuperadas. Personajes que solo pueden rastrearse a través de piezas sueltas y migajas, que experimenta lo inesperado: “el destino a veces insiste. Te cruzas dos o tres veces con la misma persona. Y si no le dices nada, pues peor para ti”. Son más las preguntas que el narrador no hace que las que hace. Hay una delicadeza primordial en la aproximación que Modiano hace a la condición humana. Cautela de origen. Reconocimiento de que el ser humano guarda relatos sagrados: que no deben ser interrogados, ni iluminados, ni narrados.
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