Elogio de una despedida...
Doctor Guillermo Pereira Soto (1934-2014)
Rafael Muci-Mendoza
Presenciando al través de un televisor la extracción de las cataratas que el
doctor Pereira ejecutaba a un familiar, una vez finalizada la intervención
le dije en tono de sana ironía: ¨Guillermo, ¡qué fácil...!, esa cirugía
hasta yo que no soy cirujano, podría hacerla ...¨ Lo que quise decirle fue
que tal era su proverbial maestría que cuando se movían sus dedos
prodigiosos eran capaces de transformar una compleja intervención en un
sencillo procedimiento... Ese rasgo es también propio de un maestro: hacer
que las cosas complejas aparezcan simples, mágicas, y muchas veces ignoramos
las horas de total dedicación y el esfuerzo cotidiano que ha conducido a esa
destreza, a esa pericia, únicamente dimanada de la conciencia, del análisis
de los errores y de la prudencia, de la sabiduría que surge con
espontaneidad invitándonos a la excelencia, don único, adquirido cuando se
es exigente y riguroso consigo mismo. Así, tan pausado y claro como hablaba
en la conversación diaria o en la academia, tan limpias, magistrales y
eficientes realizaba sus cirugías, y sus conversaciones eran veneros de
conocimientos y experiencias listas para iluminar sin mezquindades las vidas
de otros.
Es él, otro admirado amigo y maestro de la oftalmología quirúrgica
venezolana y muy especialmente aquella del segmento anterior del ojo, que
finalizando el mes de octubre fue llamado al empíreo para tareas más
importantes; tal vez la extracción de cataratas de una jerarquía angelical:
un serafín, un querubín o un trono, o a lo mejor las del mismo papá Dios.
Luego de ese momento de gran tensión y un resultado visual impecable,
imaginamos que Allá debe estar Guillermo al lado del Señor y con una copa de
vino de crianza de Federico Paternina a la diestra, agradeciéndole los dones
recibidos y dándole cuenta de cómo multiplicó con creces los talentos que le
fueron otorgados...
Modificando el monótono canto del aguaitacamino que dice: ¨¿Tú vas por
ahí?¨, ¨¿Tú vas por ahí?¨, ¨¿Tú vas por ahí?¨, Guillermo le ripostaba
dirigiéndose a los jóvenes, ¨¿Por qué no vienes por aquí por la ruta que te
señalo...?¨, ¨¿Por qué no vienes por aquí por la ruta que te señalo...?¨,
tal vez pensando en la inspiración que expresara en una glosa el escritor
guariqueño Germán Fleitas Beroes nacido en Camaguán, ¨para escribir sólo
quiero / oír con oído fino / las gotas del tinajero / y algún Aguaitacamino¨
(Fleitas, 1979)...
Guillermo oteó la ruta de su vida, miró a la lejanía, observó qué le
indicaban la rosa de los vientos y el compás marino, miró la brújula y el
sextante y sin titubeos se lanzó en pos de lo grande, de lo sublime,
arrastrando en su maratónica caminata a discípulos, pupilos y otros más
creciditos y maduros. Observó lo cambiante de su especialidad que mutaba y
se hacía irreconocible como descendiente de lo que una vez fue; por ejemplo,
la técnica del simpar Castro Viejo operando de pie, con cuchilletes toscos y
con lupas, incisión corneal de 11 mm, gruesas suturas y prolongados
posoperatorios con ambos ojos ocluidos y a los dos meses ¨lentes
cataratosos¨, gruesos y pesados que proporcionaban una visión muy
deficiente... Todo ello, con el ingenio del hombre mediante incesantes
superaciones y naufragios de teorías y técnicas, dio paso al cirujano
sentado, al microscopio quirúrgico que mostró detalles insospechados, a las
incisiones de 3 mm, a las suturas finas con agujas atraumáticas y a la
recuperación en apenas horas. ¡La ceguera por cataratas había sido vencida!
Pero también, porque no todo lo viejo fue peor, le gustaba pensar que en los
tiempos tempranos de la especialidad el énfasis era en la oftalmología como
un arte, siendo que hoy, infortunadamente, es considerada por muchos como un
negocio productivo, como una empresa comercial, restándole su característica
de humanitaria labor...
Guillermo, su apoyo en la celebración de los 25 años de la Unidad de
Neurooftalmología del Hospital Vargas de Caracas (2005) y las instituciones
creadas y motorizadas por él.
Recordando las maneras de Guillermo, también rememoro a Lord Acton
(1834-1902), el llamado ¨magistrado de la historia¨, una de las grandes
personalidades del siglo XIX considerada universalmente como uno de los
ingleses más eruditos de su tiempo. Consideró que había tres amplias
categorías del emprendimiento humano. La primera claramente prescrita y
limitada por la ley. En el otro extremo del espectro estaban aquellas otras
a las cuales designó como ¨maneras¨, que no chocando con las personas, ni
siendo reguladas por leyes o reglas, éramos totalmente libres de manejar
como deseáramos: interés, consideración, honestidad y cortesía eran las
conductas que debían gobernarla. Asentaba que el grado de civilidad de los
pueblos podía medirse conociendo cuán amplia era esta categoría. Definía la
ética como reglas de conducta, así que esta área debía ser regulada de forma
más cercana y exigente posible. La moral, definida como una conducta
virtuosa, era el área dónde el individuo y el grupo homogéneo al cual
pertenecía, debía comportarse como corresponde a la persona virtuosa. Un
código de ética inherente a nuestra profesión médica empleada como precepto
y ejemplo ayudaba en este sentido, pero la mayor parte del ímpetu debía
provenir del individuo, y cuando cada individuo percibía que era en su
propio interés y el del grupo al cual pertenecía, entonces el resultado
sería remunerador, duradero y se perpetuaría en las generaciones
posteriores. Se ha dicho que los venezolanos, vendados a conciencia,
copiamos todos los modos del país del norte y que el dinero es la carta de
presentación de aquella; Guillermo jamás permitió que el dinero antes que el
servicio -la palabra más hermosa del diccionario-, fuera su tarjeta de
presentación y por ende, de la oftalmología venezolana...
Fervientemente creía que por ello eran necesarias leyes justas, personas
decentes y eterna vigilancia para colocar los principios éticos delante del
afán de lucro. Era un innovador nato, ansiaba lo último para sus pacientes
siempre que su eficacia estuviera calibrada por el tamiz del tiempo,
rechazando las cuentas de vidrio, las baratijas, los abalorios, las
adulaciones y zalamerías porque muy bien sabía lo que quería para sus
enfermos.
Le conocí cuando siendo un internista me interesaba por el examen ocular
como manera de aproximarme a la enfermedad sistémica y ya me cansaba de
recibir tantos malos tratos y rechazos. Era visto como bachaco de otro
agujero, incapacitado para cazar en los vigilados cotos de los oftalmólogos.
Todo un caballero benévolo, no se sintió intimidado ni fue despreciativo
ante alguien que tan solo quería aprender y ayudar en un área hasta entonces
improductiva de la oftalmología nacional: la neurooftalmología. Antes bien,
me extendió su mano cordial y magnánima para dar lo que tenía y recibir a
cambio algo de lo que carecía.
Fue un hombre fino, ajeno a la garrulería pedantesca, de mente diáfana y
despierta, respetuoso, inteligente, que creyó en el país y en sus reservas
morales. Recorrió todos los caminos de la cirugía del segmento anterior y
estudió sus realidades y sus cómos con los que más sabían. Debía encajar
perfectamente con el enfermo, ese todo de naturaleza viva con todo lo que
alienta en su dolor. Así, en compañía de amigos del alma creó una
institución de elevado raigambre científico donde tanto se atiende con
esmero y profesionalismo a quien tiene como pagarse sus servicios, como
aquel otro, el que vive en condiciones de perpetuo sufrimiento, pobre de
solemnidad que toca a su puerta sin más compañero o familia que su dolor. Se
acercó a los jóvenes para mostrarles el camino por él transitado con
reciedumbre y decisión, aquel de la excelencia porque para él no había otro,
y de paso, ofrecerse como experto guía al único coste de la dedicación y el
respeto hacia el paciente y su padecimiento. Amaba los programas de
educación continua que las universidades autónomas en medio de estrecheces
impuestas por la marea roja han tenido necesariamente que descuidar. Al
efecto, creó la Unidad Oftalmológica de Caracas y Asociación Venezolana para
el Avance de la Oftalmología (AVAO) comprometidas con la ciencia
oftalmológica nacional.
Muchos de sus alumnos están esparcidos por la geografía nacional y aún en
tierras extrañas de donde provinieron atraídos por su fama voladora, y allí,
multiplican sus saberes milagrosos y sus milagros llevando luz al mundo de
la ceguera donde sólo se aposentan las tinieblas.
Con Guillermo todos aprendimos a ser artistas, a ser comprometidos con el
país y muy especialmente con el enfermo, ese que hoy en día se engaña con
cirugías milagreras en masa. Fue un regalo de la vida conocerle.
De la esperanza y del hacer posible lo imposible fue el socio nato: Recibió
premios, honores, condecoraciones, placas de reconocimiento, declarado
Doctor Honoris Causa de la Universidad del Zulia y muchos agradecimientos
merecidos, pero por sobre todo obtuvo la admiración y el respeto de sus
pares y la estima de quienes fuimos sus colegas, amigos y colaboradores de
sus ideas, tomando de paso, algo de la sombra benéfica que su recia
personalidad proveía.
Nos mostraste tu don de gente, tu bonhomía, tu carácter siempre optimista y
festivo y tu sincero afán de estimular a otros y aún sabedor de que la salud
te abandonaba, al preguntarte ¨¿Cómo estás Guillermo?¨ -respondías
remarcando las sílabas- ¡Muuyy bien! ...
Mucho lamentamos su temprana partida y todas las ideas que engavetadas
quedaron, para que otros, sus pupilos, puedieran llevarlas adelante sin que
les tiemble el pulso ni se les sobrecoja el ánimo.
Le sobreviven su querida esposa Dulce y sus hijas, luminarias de su vida,
Jacqueline, Evangelina, Geraldine y Ana Cristina a quienes acompañamos en un
cercano sentimiento de pena...
Para leerme pueden seguir estos enlaces o copiarlos en la barra del
buscador:
<https://www.tumblr.com/ search/rafael+muci+mendoza>
https://www.tumblr.com/search/ rafael+muci+mendoza
<https://www.facebook.com/ MuciMendoza> https://www.facebook.com/ MuciMendoza
Doctor Guillermo Pereira Soto (1934-2014)
Rafael Muci-Mendoza
Presenciando al través de un televisor la extracción de las cataratas que el
doctor Pereira ejecutaba a un familiar, una vez finalizada la intervención
le dije en tono de sana ironía: ¨Guillermo, ¡qué fácil...!, esa cirugía
hasta yo que no soy cirujano, podría hacerla ...¨ Lo que quise decirle fue
que tal era su proverbial maestría que cuando se movían sus dedos
prodigiosos eran capaces de transformar una compleja intervención en un
sencillo procedimiento... Ese rasgo es también propio de un maestro: hacer
que las cosas complejas aparezcan simples, mágicas, y muchas veces ignoramos
las horas de total dedicación y el esfuerzo cotidiano que ha conducido a esa
destreza, a esa pericia, únicamente dimanada de la conciencia, del análisis
de los errores y de la prudencia, de la sabiduría que surge con
espontaneidad invitándonos a la excelencia, don único, adquirido cuando se
es exigente y riguroso consigo mismo. Así, tan pausado y claro como hablaba
en la conversación diaria o en la academia, tan limpias, magistrales y
eficientes realizaba sus cirugías, y sus conversaciones eran veneros de
conocimientos y experiencias listas para iluminar sin mezquindades las vidas
de otros.
Es él, otro admirado amigo y maestro de la oftalmología quirúrgica
venezolana y muy especialmente aquella del segmento anterior del ojo, que
finalizando el mes de octubre fue llamado al empíreo para tareas más
importantes; tal vez la extracción de cataratas de una jerarquía angelical:
un serafín, un querubín o un trono, o a lo mejor las del mismo papá Dios.
Luego de ese momento de gran tensión y un resultado visual impecable,
imaginamos que Allá debe estar Guillermo al lado del Señor y con una copa de
vino de crianza de Federico Paternina a la diestra, agradeciéndole los dones
recibidos y dándole cuenta de cómo multiplicó con creces los talentos que le
fueron otorgados...
Modificando el monótono canto del aguaitacamino que dice: ¨¿Tú vas por
ahí?¨, ¨¿Tú vas por ahí?¨, ¨¿Tú vas por ahí?¨, Guillermo le ripostaba
dirigiéndose a los jóvenes, ¨¿Por qué no vienes por aquí por la ruta que te
señalo...?¨, ¨¿Por qué no vienes por aquí por la ruta que te señalo...?¨,
tal vez pensando en la inspiración que expresara en una glosa el escritor
guariqueño Germán Fleitas Beroes nacido en Camaguán, ¨para escribir sólo
quiero / oír con oído fino / las gotas del tinajero / y algún Aguaitacamino¨
(Fleitas, 1979)...
Guillermo oteó la ruta de su vida, miró a la lejanía, observó qué le
indicaban la rosa de los vientos y el compás marino, miró la brújula y el
sextante y sin titubeos se lanzó en pos de lo grande, de lo sublime,
arrastrando en su maratónica caminata a discípulos, pupilos y otros más
creciditos y maduros. Observó lo cambiante de su especialidad que mutaba y
se hacía irreconocible como descendiente de lo que una vez fue; por ejemplo,
la técnica del simpar Castro Viejo operando de pie, con cuchilletes toscos y
con lupas, incisión corneal de 11 mm, gruesas suturas y prolongados
posoperatorios con ambos ojos ocluidos y a los dos meses ¨lentes
cataratosos¨, gruesos y pesados que proporcionaban una visión muy
deficiente... Todo ello, con el ingenio del hombre mediante incesantes
superaciones y naufragios de teorías y técnicas, dio paso al cirujano
sentado, al microscopio quirúrgico que mostró detalles insospechados, a las
incisiones de 3 mm, a las suturas finas con agujas atraumáticas y a la
recuperación en apenas horas. ¡La ceguera por cataratas había sido vencida!
Pero también, porque no todo lo viejo fue peor, le gustaba pensar que en los
tiempos tempranos de la especialidad el énfasis era en la oftalmología como
un arte, siendo que hoy, infortunadamente, es considerada por muchos como un
negocio productivo, como una empresa comercial, restándole su característica
de humanitaria labor...
Guillermo, su apoyo en la celebración de los 25 años de la Unidad de
Neurooftalmología del Hospital Vargas de Caracas (2005) y las instituciones
creadas y motorizadas por él.
Recordando las maneras de Guillermo, también rememoro a Lord Acton
(1834-1902), el llamado ¨magistrado de la historia¨, una de las grandes
personalidades del siglo XIX considerada universalmente como uno de los
ingleses más eruditos de su tiempo. Consideró que había tres amplias
categorías del emprendimiento humano. La primera claramente prescrita y
limitada por la ley. En el otro extremo del espectro estaban aquellas otras
a las cuales designó como ¨maneras¨, que no chocando con las personas, ni
siendo reguladas por leyes o reglas, éramos totalmente libres de manejar
como deseáramos: interés, consideración, honestidad y cortesía eran las
conductas que debían gobernarla. Asentaba que el grado de civilidad de los
pueblos podía medirse conociendo cuán amplia era esta categoría. Definía la
ética como reglas de conducta, así que esta área debía ser regulada de forma
más cercana y exigente posible. La moral, definida como una conducta
virtuosa, era el área dónde el individuo y el grupo homogéneo al cual
pertenecía, debía comportarse como corresponde a la persona virtuosa. Un
código de ética inherente a nuestra profesión médica empleada como precepto
y ejemplo ayudaba en este sentido, pero la mayor parte del ímpetu debía
provenir del individuo, y cuando cada individuo percibía que era en su
propio interés y el del grupo al cual pertenecía, entonces el resultado
sería remunerador, duradero y se perpetuaría en las generaciones
posteriores. Se ha dicho que los venezolanos, vendados a conciencia,
copiamos todos los modos del país del norte y que el dinero es la carta de
presentación de aquella; Guillermo jamás permitió que el dinero antes que el
servicio -la palabra más hermosa del diccionario-, fuera su tarjeta de
presentación y por ende, de la oftalmología venezolana...
Fervientemente creía que por ello eran necesarias leyes justas, personas
decentes y eterna vigilancia para colocar los principios éticos delante del
afán de lucro. Era un innovador nato, ansiaba lo último para sus pacientes
siempre que su eficacia estuviera calibrada por el tamiz del tiempo,
rechazando las cuentas de vidrio, las baratijas, los abalorios, las
adulaciones y zalamerías porque muy bien sabía lo que quería para sus
enfermos.
Le conocí cuando siendo un internista me interesaba por el examen ocular
como manera de aproximarme a la enfermedad sistémica y ya me cansaba de
recibir tantos malos tratos y rechazos. Era visto como bachaco de otro
agujero, incapacitado para cazar en los vigilados cotos de los oftalmólogos.
Todo un caballero benévolo, no se sintió intimidado ni fue despreciativo
ante alguien que tan solo quería aprender y ayudar en un área hasta entonces
improductiva de la oftalmología nacional: la neurooftalmología. Antes bien,
me extendió su mano cordial y magnánima para dar lo que tenía y recibir a
cambio algo de lo que carecía.
Fue un hombre fino, ajeno a la garrulería pedantesca, de mente diáfana y
despierta, respetuoso, inteligente, que creyó en el país y en sus reservas
morales. Recorrió todos los caminos de la cirugía del segmento anterior y
estudió sus realidades y sus cómos con los que más sabían. Debía encajar
perfectamente con el enfermo, ese todo de naturaleza viva con todo lo que
alienta en su dolor. Así, en compañía de amigos del alma creó una
institución de elevado raigambre científico donde tanto se atiende con
esmero y profesionalismo a quien tiene como pagarse sus servicios, como
aquel otro, el que vive en condiciones de perpetuo sufrimiento, pobre de
solemnidad que toca a su puerta sin más compañero o familia que su dolor. Se
acercó a los jóvenes para mostrarles el camino por él transitado con
reciedumbre y decisión, aquel de la excelencia porque para él no había otro,
y de paso, ofrecerse como experto guía al único coste de la dedicación y el
respeto hacia el paciente y su padecimiento. Amaba los programas de
educación continua que las universidades autónomas en medio de estrecheces
impuestas por la marea roja han tenido necesariamente que descuidar. Al
efecto, creó la Unidad Oftalmológica de Caracas y Asociación Venezolana para
el Avance de la Oftalmología (AVAO) comprometidas con la ciencia
oftalmológica nacional.
Muchos de sus alumnos están esparcidos por la geografía nacional y aún en
tierras extrañas de donde provinieron atraídos por su fama voladora, y allí,
multiplican sus saberes milagrosos y sus milagros llevando luz al mundo de
la ceguera donde sólo se aposentan las tinieblas.
Con Guillermo todos aprendimos a ser artistas, a ser comprometidos con el
país y muy especialmente con el enfermo, ese que hoy en día se engaña con
cirugías milagreras en masa. Fue un regalo de la vida conocerle.
De la esperanza y del hacer posible lo imposible fue el socio nato: Recibió
premios, honores, condecoraciones, placas de reconocimiento, declarado
Doctor Honoris Causa de la Universidad del Zulia y muchos agradecimientos
merecidos, pero por sobre todo obtuvo la admiración y el respeto de sus
pares y la estima de quienes fuimos sus colegas, amigos y colaboradores de
sus ideas, tomando de paso, algo de la sombra benéfica que su recia
personalidad proveía.
Nos mostraste tu don de gente, tu bonhomía, tu carácter siempre optimista y
festivo y tu sincero afán de estimular a otros y aún sabedor de que la salud
te abandonaba, al preguntarte ¨¿Cómo estás Guillermo?¨ -respondías
remarcando las sílabas- ¡Muuyy bien! ...
Mucho lamentamos su temprana partida y todas las ideas que engavetadas
quedaron, para que otros, sus pupilos, puedieran llevarlas adelante sin que
les tiemble el pulso ni se les sobrecoja el ánimo.
Le sobreviven su querida esposa Dulce y sus hijas, luminarias de su vida,
Jacqueline, Evangelina, Geraldine y Ana Cristina a quienes acompañamos en un
cercano sentimiento de pena...
Para leerme pueden seguir estos enlaces o copiarlos en la barra del
buscador:
<https://www.tumblr.com/
https://www.tumblr.com/search/
<https://www.facebook.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario