A PROPÓSITO DE “LA PETICIÓN DUDAMEL”
Gustavo Adolfo Dudamel Ramírez (Barquisimeto, Venezuela, 26 de enero de 1981
Ángel Alayón | octubre
11, 2016
Decidí estudiar clarinete porque en
la casa no había un piano. El Sistema me dio un instrumento marca Yamaha con el
cual comencé mis clases con el Maestro Eduardo Salazar, en el Conservatorio de
la Orquesta Simón Bolívar del callejón Sanabria, en El Paraíso. Con ese
instrumento El Sistema también me dio una oportunidad para formarme. Allí
estuve desde los ocho años de edad hasta que cumplí los dieciocho, en 1990.
Aquella experiencia fue enriquecedora
y formativa. Hoy me alegra que El Sistema se haya expandido como lo ha hecho,
aunque no deja de parecerme curioso el rebranding del cual
ha sido objeto al convertirse en un programa social.
Existe evidencia de los efectos
positivos del estudio de la música en el desarrollo cognitivo de los niños. Y,
quizás más importante aún, también existe evidencia de los efectos positivos de
la música y la práctica orquestal en habilidades no-cognitivas, como la
capacidad de trabajar en equipo, el liderazgo, la disciplina y otras
características esenciales para el desempeño académico, profesional y ciudadano
de un ser humano.
Algunos de esos efectos positivos del
estudio de la música se derivan del uso del tiempo de los niños y jóvenes:
siempre será mejor que pasen las tardes en una escuela de música que en la
calle, en medio de un entorno desestructurado. La literatura que existe sobre
el impacto de la música es incipiente y se están haciendo investigaciones
importantes sobre el tema. Y aunque el impacto de los programas sociales debe
ser evaluado caso por caso, menciono esto porque creo que, basado en la
evidencia, el estudio de la música tiene un efecto positivo en los niños, así
que no será ése el punto a discutir en lo que resta de este texto.
Gustavo Dudamel dijo recientemente, durante su discurso como Orador de Orden en la
ceremonia de entrega de la Medalla Nacional de Las Artes y Humanidades 2015,
que ante la crisis económica estaba en desacuerdo con que se disminuyeran las
asignaciones públicas al estudio y práctica de las artes. Se refirió al caso de
Venezuela y de El Sistema, en estos términos:
“En mi amado país Venezuela una
crisis como esta está sucediendo actualmente. La gente está pasando sus días en
busca de alimentos, medicinas y las necesidades de la vida.
Los mismos argumentos existen – ¿cómo
podemos financiar la música, las artes– cuando las necesidades básicas no se
satisfacen? Un artículo reciente planteó la siguiente pregunta: ‘¿Puede El
Sistema salvar a Venezuela?’. Para mí, la pregunta más apropiada sería: ‘¿Puede
Venezuela salvar a El Sistema?’, que ahora es más importante que nunca para los
venezolanos y para su esperanza. Yo trabajo todos los días para asegurarme que una
vez que Venezuela supere esta crisis, El Sistema pueda continuar ayudando a
crecer y fortalecer a aquellos quienes, de alguna otra manera, no tendrían
algún sueño”
Este planteamiento de Dudamel es
llamativo y no deja de ser interesante. Pero no es original. Cuando un país
recorta sus asignaciones públicas, todos los grupos de interés manifiestan, en
nombre de la importancia de su sector, que no deben sufrir reducciones
presupuestarias. Dudamel lo dijo sobre la música, pero pudimos haber escuchado
una declaración similar de algún representante del sector educativo o de la
salud o incluso de algún vocero del béisbol profesional.
La petición Dudamel se enmarca, desde
el punto de vista de la teoría de la elección pública, en la llamada competencia por recursos
entre grupos de presión.
Para entender las consecuencias de
“La Petición Dudamel”, imaginemos que una ciudad tiene solamente cuatro tipos
de gastos: seguridad, educación, salud y música. Si le dedican todos tus
recursos a seguridad, habrá menos homicidios y la gente se sentirá más segura,
pero nadie podrá asistir a las escuelas ni a los hospitales y los
conservatorios estarán cerrados.
Digamos que no nos gusta este
resultado y que decidimos que los cuatro sectores de gastos reciban una
asignación en el presupuesto. En este caso, todos los sectores estarán
funcionando de acuerdo con los montos asignados. Pero ahí hay un detalle: ahora
tendremos más asesinatos en la ciudad. Para decirlo de manera directa, en honor
a Gary Becker, cuando se decide un presupuesto público, se decide cuántos
homicidios habrá, cuántos niños se quedarán sin escuelas, cuántas operaciones
médicas no se realizarán.
Es una manera dura de recordar que
los recursos son escasos y tienen un costo de oportunidad. Eso y que decidir
qué se hace con las políticas públicas siempre implica decidir sobre la vida o
la muerte.
Hagamos otro ejercicio: supongamos
que tenemos un millón de dólares y queremos hacer el mayor bien posible con ese
millón de dólares. Obviemos la definición de “bien” para no desviarnos y
respondamos estas peguntas: ¿en qué usaría usted ese millón de dólares en la
Venezuela actual? ¿Lo dedicaría a la compra de medicinas para los pacientes
oncológicos? ¿O compraría alimentos a los niños que no van a la escuela por
falta de alimentación? ¿Se lo daría a El Sistema o a alguna otra causa?
Podríamos formular infinitas preguntas como éstas, tan infinitas como nuestros
deseos y preferencias, pero los recursos son limitados y beneficiar a un grupo
en materia de presupuesto siempre implica perjudicar a otro.
Dudamel está en su derecho de
solicitar más recursos para El Sistema, pero los educadores, los médicos, los
pacientes y sus familiares también. El problema es cómo se dilucida el uso de
los recursos escasos en una sociedad. Ésa debería ser una discusión en la que
se aborden cuáles son los sectores que justifican la asignación de recursos,
cuál es impacto real de cada bolívar gastado en esos sectores y cómo tomamos,
de la forma más racional y transparente posible, las decisiones presupuestarias.
Y ésa es una discusión que
desafortunadamente no tenemos en Venezuela desde hace muchos años.
Sin embargo, sí sabemos que el gasto
público en Venezuela ha respondido a intereses partidistas, un hecho que Jorge
Giordani, el zar de la economía durante la era chavista, confesó en una carta
pública.
Sólo se me ocurre una sugerencia para Gustavo Dudamel, ahora que
entró a participar en el terreno de la política fiscal: no se quede en eso de
pedir recursos. Eso es algo que harán todos los afectados por la crisis. Pase más bien a preguntarse cómo hacemos para que en
Venezuela los bienes y servicios públicos necesarios se provean en las
cantidades y con la calidad adecuadas; cómo hacemos para que no haya niños sin
escuelas y para que quienes sí las tienen tengan una educación de calidad; cómo
hacer para que enfermarse en Venezuela no sea sinónimo de muerte; cómo lograr
que se pueda andar por la calle sin sentir miedo; qué debe hacerse para que las
empresas puedan producir de forma abundante y suficiente.
Pregúntese cómo hacemos para que
Venezuela sea próspera, tanto como para que haya una expansión sin precedentes
de inversión privada y nuevos emprendimientos con ambiciones globales.
Pregúntese cómo hacemos para que se erradique la pobreza, para que haya democracia
plena y para que en verdad, más allá de los discursos, haya oportunidades para
todos en Venezuela.
Hágalo. Porque en la construcción de
ese país no sólo le irá mejor a El Sistema: nos irá mejor a todos.
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