A Cora Páez de Topel Capriles

A Cora Páez de Topel Capriles
A Cora Páez de Topel Capriles, gran amiga de Aziz Muci-Mendoza, él le recordaba al compositor de mediana edad Gustav von Aschenbach, protagonista de la película franco-italiana "Muerte en Venecia" (título original: Morte a Venezia) realizada en 1971 y dirigida por Luchino Visconti. Adaptación de la novela corta del mismo nombre del escritor alemán Thomas Mann.Se trata de una disquisición estético-filosófica sobre la pérdida de la juventud y la vida, encarnadas en el personaje de Tadzio, y el final de una era representada en la figura del protagonista.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Hace 40 años Vicente Nebreda creó La luna y los hijos que tenía, obra que se convertiría en el momento más controvertido de su producción coreográfica. En ella, el autor abordó su personal noción de identidad a partir del mestizaje venezolano como hecho sociocultural. La luna y los hijos que tenía, obra en más de un aspecto cuestionada en el momento de su estreno en 1975, adquirió el rango de emblema quince años después, cuando fue repuesta especialmente para ser representada en la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño con motivo de la realización en Caracas de la Cumbre de la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Una nueva valoración adquirió a partir de ese momento, tenida ahora, sin mayores cuestionamientos ideológicos, como título revelador de lo cultural venezolano en la danza escénica.

Hijos de la luna


Hace 40 años Vicente Nebreda creó La luna y los hijos que tenía, obra que se convertiría en el momento más controvertido de su producción coreográfica. En ella, el autor abordó su personal noción de identidad a partir del mestizaje venezolano como hecho sociocultural. 
El contraste entre las expresiones corporales y sus diferentes calidades, desde las más orgánicas y telúricas hasta las más académicas y esteticistas, y entre los ritmos musicales de los que se sirvió Nebreda: el joropo, los tambores negros y la música contemporánea del compositor estadounidense Michael Kamen que recrea distintas sonoridades de Venezuela, caracterizan este planteamiento escénico de comprometido concepto, confrontador lenguaje y abigarrada forma.
Estructurada en seis escenas: Rito de tura (introito) Bella ilusión (paso a dos) Yopo (quinteto) Flauta de caña (solo) Joropo seis pareao (cuarteto) y Rajuñao (final),  La luna y los hijos que tenía es un ejercicio creativo de concertación de disímiles y contrarios. De acercamiento de ideologías y estéticas. El mestizaje como acontecimiento histórico y como hecho social y cultural constituye el sustrato conceptual de la pieza, su punto inicial y su hilo conductor que bien puede llevar hasta la polémica, muy especialmente entre los estudiosos de las ciencias sociales.   

Nebreda concibe un fresco escénico a través del cual recrea un tiempo ancestral, el del nacimiento de una nueva raza resultado del encuentro y la violencia. El espíritu ritual con el que se inicia la pieza la orienta a lo largo de todo su desarrollo. La luna llena constituye una imagen simbólica bajo la cual se confunden lo cultural aborigen, español y africano, todo dentro de una concepción que fusiona formalismo académico e incluso sátira como distanciamiento teatral, con búsquedas, no tan apremiantes en el coreógrafo, de implicaciones antropológicas.
El universo concebido por Nebreda, lleno de pretendido exotismo, es esencialmente formal. No hay interés en el autor en formular tesis alguna sobre la  configuración violenta de nuevas sociedades a partir de la desaparición de otras, mediante procesos de conquista y colonización. En ese sentido, Nebreda alude a las referencias generalmente establecidas sobre un suceso histórico de consecuencias irreversibles, para proponer su visión de creador, necesariamente reduccionista de la realidad histórica, a través de la superposición de códigos corporales y rituales sobre otros pertenecientes a la tradición del ballet universal.  
La luna y los hijos que tenía, obra en más de un aspecto cuestionada en el momento de su estreno en 1975, adquirió el rango de emblema quince años después, cuando fue repuesta especialmente para ser representada en la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño con motivo de la realización en Caracas de la Cumbre de la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Una nueva valoración adquirió a partir de ese momento, tenida ahora, sin mayores cuestionamientos ideológicos, como título revelador de lo cultural venezolano en la danza escénica.
Rubén Monasterios, en tanto que crítico de danza y psicólogo social, vio en La luna y los hijos que tenía un intento de síntesis y de reformulación de algunos elementos de la cultura autóctona nacional. “Resulta imposible no reconocer su importancia, principalmente por su carácter de respuesta a uno de los problemas que confronta todo creador en contextos culturales como el nuestro, sin tradición coreográfica definida y en transición entre el micro universo parroquial y el macro universo cosmopolita”.
Con motivo de la presentación de la obra en Francia, Le Figaro de París reseñó con una mirada periférica: “Es una especie de fresco de inspiración suramericana, vivo, lleno de humor, sin pretensiones y pautado como un mecanismo de relojería”.
En La luna y los hijos que tenía, actualmente en el repertorio del Ballet Teresa Carreño, Vicente Nebreda indagó sobre lo que sentía le era propio. Lo expresó desde un punto de vista que causó diatriba, otorgándole las características de su reconocida visión estética que lo hizo universal.

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