Elogio de la apatía...
Rafael Muci-Mendoza
La tolerancia y la apatía son las últimas virtudes de una
sociedad agonizante...
Aristóteles (382-322 a.C.)
Todas las cosas ya fueron dichas, pero como nadie escucha es
preciso comenzar de nuevo.
André Gide (1869-1951)
Pérdidas afectivas y económicas, migraciones, aflicciones y penas in
crescendo hablan de la extremosa maldad en tiempos de comunismo. Ver a todo
el mundo sufriendo según la pena que le toque, y aquella otra global,
pasando mares de trabajo, humillado en su ser y hacer y presenciando la
huida de su afectos. ¡Es la intolerancia del oscurantismo...! ¡Qué
decepción...! La costumbre abre caminos no necesariamente saludables y
muchas veces peligrosos, especialmente cuando somos manipulados y obligados
a acostumbrarnos, el ejemplar fenómeno del sapo en la olla hirviente, un
calco de la apática sociedad venezolana actual... Nos hemos acostumbrado a
aceptar, a temer, a callar, a mirar con indiferencia o benevolencia a los
depredadores que nos gobiernan, que mancillan, falsifican o tergiversan la
Constitución Nacional como les viene en gana para arrimarla a sus bastardos
intereses. Hemos devenido en tontos útiles o entes de criterio inexistente.
Nos quitan a diario algo más; la situación es insostenible y estos
degenerados que no reaccionan para detener el desastre a que la maldad e
incompetencia nos han llevado...
Esta introducción viene a cuento por mi artículo de la semana pasada,
¨Elogio de la semiología¨ (domingo 5 de julio), que para mi sorpresa, tuvo
muy poca resonancia entre mis lectores y no produjo sino los tibios
comentarios de unos pocos: ¿Una aceptación tácita de los desafueros del
régimen? ¿Un fastidio de que siempre esté elevando una queja sin poder
cambiar la realidad? ¿Es que la destrucción de la medicina -preciado bien de
una nación- no merece ni un pinche comentario de mis colegas, de los
profesores de medicina, de estudiosos de la semiología, de las autoridades
de las facultades de medicina o del público en general? Así, las
autoridades, sus profesores y los mismos alumnos somos todos condenados a la
mediocridad, una trilogía infamante muy propia de la esclavitud del
espíritu, el oscurantismo infecundo y obligándonos a ser nosotros mismos el
brazo ejecutor que destruya los estudios médicos en el país... Somos reos de
culpa cuando no denunciamos de viva voz porque los esfínteres se nos han
tornado incontinentes, cuando no enfrentamos tantas nulidades encumbradas,
tanta fantasmagórica transformación, cuando nos calamos el pavoneo orondo de
sus dislates que festejan la ruina de MI país. ¡Qué baja autoestima el que
toleremos sin remordimientos ni acción la pérdida de una nación otrora
civilizada y hoy día barbárica...!
¿Cómo es que permanecemos como tranquilos observadores de este derroche?
¿Quién es el que se contenta con ser indiferente espectador de esta lid,
cuando ve que con un poco de audacia, ¡un poquito nada más!, pueden hacer
ascender y brillar con falso brillo a sabandijas que llevan hacia sí la
atención de los poderosos? Entiendo la degeneración sistémica del país, sólo
ha sido cuestión de tiempo, muñequitos de papier mache asalariados y sumisos
han proliferado doquier, instituciones tapa amarilla enquistadas en la
republiqueta socialista: el poder moral en pleno: defensoría del pueblo,
ministerio público y contraloría general de la república; tribunal supremo
de justicia, consejo nacional electoral, asamblea nacional -todos en
minúscula-, contentivos de ídolos colosales con pies de barro, fuegos fatuos
de dudoso luminar.
Estudiar medicina hoy día en MI país es ir contracorriente con cualquier
tendencia progresista mundial; parece una concesión graciosa del régimen
permitirnos estudiar medicina, no una ciencia regida por reglas milenarias,
no una actividad para los más aptos, y con la anuencia colaboracionista de
profesores temerosos, que no han podido deslastrarse de debilidades como el
vasallaje; el camino hacia la perfección ha sido bloqueado por los
iracundos, los soberbios, los envidiosos y los de ciega vida colocados en
puestos claves de poder. La semiología dictada en un salón de clases y no a
la cabecera del enfermo en el hospital o el ambulatorio es cuando menos una
aberración. Cuando el Decano y el Director de una Facultad de Medicina, en
este caso en la Universidad Rómulo Gallegos, permiten la masificación de los
estudios médicos al punto de excluir de la verdadera enseñanza del arte de
examinar a ¡tres mil estudiantes que no pueden ser ubicados en hospitales o
ambulatorios! Por supuesto, hay hacinamiento, faltan profesores, materias
como fisiología y fisiopatología se dan por vistas sin cursarlas. ¡No
tomaron previsiones; en su imbecilidad nunca pensaron que ello podría
ocurrir! Los estudiantes no pueden ser ubicados cuando llegan a los cursos
superiores porque no hay espacios para ellos; en medio de una contaminación
sónica terrible, una sección puede tener hasta 120 estudiantes sentados en
el suelo, humillados, y al lado, otro un salón con igual número de alumnos
aprendiendo ¡semiología!; se habla de profesores contratados, afines al
pensamiento imperante, delincuentes que no dan clases sino que tarifan las
calificaciones: al final de un examen llaman al estudiante y por un pago que
muchas veces sobrepasa los diez mil bolívares, les permiten pasar; el
control de estudios promueve estudiantes sin calificación; eliminan
prelaciones para favorecer a estudiantes discapacitados del cerebro, pero
revolucionarios. A los aplazados hay que hacerles varios exámenes de
reparación hasta que pasen... ¿Y usted se llama profesor...?
Este kafkiano cuadro nos invita a una reflexión ¿Somos o no somos profesores
de medicina? ¿Sabemos o no sabemos lo que debemos hacer? Este caso trajo a
mi memoria días dolorosos, de sufrimiento en soledad, días en que me sentí
como un extraño en mi propia casa, ignorado y hasta acosado por la
incomprensión y entre penas y desilusiones, decidí un aciago día lunes 24 de
enero de 2011 pedir mi jubilación como una manera de protestar y no
cohonestar la muerte de una forma de ser y hacer medicina legado de mis
mayores, que en la medida de mis posibilidades creí haber engrandecido algo
después de 46 años de docencia ininterrumpida... No renuncié a mi compromiso
hospitalario y aún lo ejerzo con esmero y dedicación. En esta coyuntura no
sabría qué decirle en esta contingencia a mis colegas profesores de la
universidad hermana, sólo puedo recordarles lo que yo hice... Una carta
pública en la red refrendó mi posición y mis creencias y está a la
disposición de los interesados que quieran acompañarme a protestar ante un
nuevo fraude a jóvenes esperanzados:
https://docs.google.com/ document/preview?hgd=1
<https://docs.google.com/ document/preview?hgd=1&id= 13xlva8mTB4qe3DLxpGtYwYVA
dkU1mzDZTW7hclkucyQ> &id= 13xlva8mTB4qe3DLxpGtYwYVAdkU1m zDZTW7hclkucyQ
Creí comportarme conforme a los principios y educación recibida en mi hogar
y con lo que posteriormente me enseñó la historia, el contacto con mis
maestros y yo mismo en función de maestro, y volvería a hacer lo mismo en un
caso como el que relato en mi misiva.
Con estos médicos defraudados se cumplirá el sarcasmo de Voltaire
(1694-1778), quien enunció que. ¨Los médicos suministran medicamentos sobre
los que poco saben, para curar enfermedades de las que menos aún saben, a
pacientes de los que nada saben¨...
rafael@muci.com; rafaelmuci@gmail.com
Para leerme pueden seguir estos enlaces o copiarlos en la barra del
buscador: https://www.tumblr.com/search/ rafael+muci+mendoza
https://www.facebook.com/ MuciMendoza
Rafael Muci-Mendoza
La tolerancia y la apatía son las últimas virtudes de una
sociedad agonizante...
Aristóteles (382-322 a.C.)
Todas las cosas ya fueron dichas, pero como nadie escucha es
preciso comenzar de nuevo.
André Gide (1869-1951)
Pérdidas afectivas y económicas, migraciones, aflicciones y penas in
crescendo hablan de la extremosa maldad en tiempos de comunismo. Ver a todo
el mundo sufriendo según la pena que le toque, y aquella otra global,
pasando mares de trabajo, humillado en su ser y hacer y presenciando la
huida de su afectos. ¡Es la intolerancia del oscurantismo...! ¡Qué
decepción...! La costumbre abre caminos no necesariamente saludables y
muchas veces peligrosos, especialmente cuando somos manipulados y obligados
a acostumbrarnos, el ejemplar fenómeno del sapo en la olla hirviente, un
calco de la apática sociedad venezolana actual... Nos hemos acostumbrado a
aceptar, a temer, a callar, a mirar con indiferencia o benevolencia a los
depredadores que nos gobiernan, que mancillan, falsifican o tergiversan la
Constitución Nacional como les viene en gana para arrimarla a sus bastardos
intereses. Hemos devenido en tontos útiles o entes de criterio inexistente.
Nos quitan a diario algo más; la situación es insostenible y estos
degenerados que no reaccionan para detener el desastre a que la maldad e
incompetencia nos han llevado...
Esta introducción viene a cuento por mi artículo de la semana pasada,
¨Elogio de la semiología¨ (domingo 5 de julio), que para mi sorpresa, tuvo
muy poca resonancia entre mis lectores y no produjo sino los tibios
comentarios de unos pocos: ¿Una aceptación tácita de los desafueros del
régimen? ¿Un fastidio de que siempre esté elevando una queja sin poder
cambiar la realidad? ¿Es que la destrucción de la medicina -preciado bien de
una nación- no merece ni un pinche comentario de mis colegas, de los
profesores de medicina, de estudiosos de la semiología, de las autoridades
de las facultades de medicina o del público en general? Así, las
autoridades, sus profesores y los mismos alumnos somos todos condenados a la
mediocridad, una trilogía infamante muy propia de la esclavitud del
espíritu, el oscurantismo infecundo y obligándonos a ser nosotros mismos el
brazo ejecutor que destruya los estudios médicos en el país... Somos reos de
culpa cuando no denunciamos de viva voz porque los esfínteres se nos han
tornado incontinentes, cuando no enfrentamos tantas nulidades encumbradas,
tanta fantasmagórica transformación, cuando nos calamos el pavoneo orondo de
sus dislates que festejan la ruina de MI país. ¡Qué baja autoestima el que
toleremos sin remordimientos ni acción la pérdida de una nación otrora
civilizada y hoy día barbárica...!
¿Cómo es que permanecemos como tranquilos observadores de este derroche?
¿Quién es el que se contenta con ser indiferente espectador de esta lid,
cuando ve que con un poco de audacia, ¡un poquito nada más!, pueden hacer
ascender y brillar con falso brillo a sabandijas que llevan hacia sí la
atención de los poderosos? Entiendo la degeneración sistémica del país, sólo
ha sido cuestión de tiempo, muñequitos de papier mache asalariados y sumisos
han proliferado doquier, instituciones tapa amarilla enquistadas en la
republiqueta socialista: el poder moral en pleno: defensoría del pueblo,
ministerio público y contraloría general de la república; tribunal supremo
de justicia, consejo nacional electoral, asamblea nacional -todos en
minúscula-, contentivos de ídolos colosales con pies de barro, fuegos fatuos
de dudoso luminar.
Estudiar medicina hoy día en MI país es ir contracorriente con cualquier
tendencia progresista mundial; parece una concesión graciosa del régimen
permitirnos estudiar medicina, no una ciencia regida por reglas milenarias,
no una actividad para los más aptos, y con la anuencia colaboracionista de
profesores temerosos, que no han podido deslastrarse de debilidades como el
vasallaje; el camino hacia la perfección ha sido bloqueado por los
iracundos, los soberbios, los envidiosos y los de ciega vida colocados en
puestos claves de poder. La semiología dictada en un salón de clases y no a
la cabecera del enfermo en el hospital o el ambulatorio es cuando menos una
aberración. Cuando el Decano y el Director de una Facultad de Medicina, en
este caso en la Universidad Rómulo Gallegos, permiten la masificación de los
estudios médicos al punto de excluir de la verdadera enseñanza del arte de
examinar a ¡tres mil estudiantes que no pueden ser ubicados en hospitales o
ambulatorios! Por supuesto, hay hacinamiento, faltan profesores, materias
como fisiología y fisiopatología se dan por vistas sin cursarlas. ¡No
tomaron previsiones; en su imbecilidad nunca pensaron que ello podría
ocurrir! Los estudiantes no pueden ser ubicados cuando llegan a los cursos
superiores porque no hay espacios para ellos; en medio de una contaminación
sónica terrible, una sección puede tener hasta 120 estudiantes sentados en
el suelo, humillados, y al lado, otro un salón con igual número de alumnos
aprendiendo ¡semiología!; se habla de profesores contratados, afines al
pensamiento imperante, delincuentes que no dan clases sino que tarifan las
calificaciones: al final de un examen llaman al estudiante y por un pago que
muchas veces sobrepasa los diez mil bolívares, les permiten pasar; el
control de estudios promueve estudiantes sin calificación; eliminan
prelaciones para favorecer a estudiantes discapacitados del cerebro, pero
revolucionarios. A los aplazados hay que hacerles varios exámenes de
reparación hasta que pasen... ¿Y usted se llama profesor...?
Este kafkiano cuadro nos invita a una reflexión ¿Somos o no somos profesores
de medicina? ¿Sabemos o no sabemos lo que debemos hacer? Este caso trajo a
mi memoria días dolorosos, de sufrimiento en soledad, días en que me sentí
como un extraño en mi propia casa, ignorado y hasta acosado por la
incomprensión y entre penas y desilusiones, decidí un aciago día lunes 24 de
enero de 2011 pedir mi jubilación como una manera de protestar y no
cohonestar la muerte de una forma de ser y hacer medicina legado de mis
mayores, que en la medida de mis posibilidades creí haber engrandecido algo
después de 46 años de docencia ininterrumpida... No renuncié a mi compromiso
hospitalario y aún lo ejerzo con esmero y dedicación. En esta coyuntura no
sabría qué decirle en esta contingencia a mis colegas profesores de la
universidad hermana, sólo puedo recordarles lo que yo hice... Una carta
pública en la red refrendó mi posición y mis creencias y está a la
disposición de los interesados que quieran acompañarme a protestar ante un
nuevo fraude a jóvenes esperanzados:
https://docs.google.com/
<https://docs.google.com/
dkU1mzDZTW7hclkucyQ> &id=
Creí comportarme conforme a los principios y educación recibida en mi hogar
y con lo que posteriormente me enseñó la historia, el contacto con mis
maestros y yo mismo en función de maestro, y volvería a hacer lo mismo en un
caso como el que relato en mi misiva.
Con estos médicos defraudados se cumplirá el sarcasmo de Voltaire
(1694-1778), quien enunció que. ¨Los médicos suministran medicamentos sobre
los que poco saben, para curar enfermedades de las que menos aún saben, a
pacientes de los que nada saben¨...
rafael@muci.com; rafaelmuci@gmail.com
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