Ya está publicado en la red el número XVI de la Colección Razetti de la
Academia Nacional de Medicina. Les invitamos a leerlo y especialmente todo
lo relativo al doctor José Gregorio Hernández: <http://www.anm.org.ve>
www.anm.org.ve
Academia Nacional de Medicina. Boletín Virtual. Editorial, julio 2015
Bela Lugosi (1882-1956) y Christopher Lee (1922-2015), actores intérpretes
de Drácula
Elogio de los caminos del equívoco…
<http://www.google.co.ve/url?
uact=8&ved=
bet-letters.com/graffiti-
bvm=bv.95277229,d.b2w&psig=
083244>
http://graffiti-alphabet-
habet-Styles-Letters-E-9.gifl axioma de la melena espuria
o los apuros del Conde Drácula...
· -Tragicomedia en cinco “in-humanos” actos.
Prolegómeno...
El avance tecnológico —casi de ficción—, que ha enriquecido la medicina
moderna en recientes lustros, ha forzado en la conducta del médico, la
errónea idea de que ya no es a importante la comunicación total con el
paciente como rasgo principalísimo del proceso de diagnóstico, tratamiento y
sanación. El magnetismo, casi misterioso, que ejercen en nosotros los
médicos las múltiples técnicas e instrumentos maravillosos de que disponemos
—que casi que nos permiten practicar una “autopsia en vida” del cuerpo
enfermo—, nos ha compelido extasiados, a relacionarnos con ellos en forma
servil e irracional y a olvidar la anamnesis, ese proceso de recolectar
datos concernientes a un paciente, su familia, previas residencias,
experiencias y sensaciones anormales o actos observados por el enfermo o sus
cercanos, con fechas de aparición y duración, así como también el resultados
de algún tratamiento; o más propiamente, a la historia clínica en su
totalidad como premisa para su fructuoso y oportuno empleo. No pocos errores
de diagnóstico y por ende, de tratamiento, surgen al obviar estas sólidas
reglas del arte, consagradas por el paso de los siglos. Es axiomático por
tanto, el enorme valor de una total comunicación previa, de semejante a
semejante, esclarecedora y sanadora como antesala a la indicación de
exámenes complementarios...
En la superstición popular, un vampiro —ente chupador de sangre— es el alma
en pena de un criminal, hereje o suicida, que abandona su sepulcro durante
la noche y adoptando la forma de un murciélago, sale a clavar sus filosos
colmillos en el cuello de sus víctimas para absorber su sangre. Antes del
despuntar del alba, debe regresar a su ataúd, lleno con la tierra que le vio
nacer para iniciar su diurno reposo. De acuerdo a la leyenda eslava de donde
se originó, las víctimas del chupador después de sus muertes, se transforman
en vampiros ellas mismas. Entre todos los demonios de las antiguas
tradiciones, ha sido el vampiro el que ha gozado de éxito más connotado,
particularmente después de la novela gótica, Drácula (1897). Nacida de la
pluma del novelista irlandés Bram Stoker (1847-1912), de quien se dice basó
su novela en las conversaciones que mantuvo con un erudito húngaro Arminius
Vámbéry, quien le habló de un tal Vlad Drãculea...
El famoso muerto-viviente revive el romance de horror. El misterioso Conde
Drácula se aposenta en un solitario castillo en Transilvania, una región de
Rumania que por tradición, está infestada de vampiros y licántropos –hombres
lobo-, y donde se muestra la naturaleza del engendro, quien es cadáver de
día, pero caballero elegante y cultivado por las noches —cuando no está
persiguiendo a sus víctimas transformado en murciélago-. A partir de 1931,
el famoso actor rumano Bela Lugosi (1882-1956), nos lo dio a conocer a
través del cine, y desde pequeños, todos aprendimos mucho sobre
“vampirismo”: los métodos para reconocerlos —no dan origen a sombra y no son
reflejados por los espejos—, o para protegernos de ellos —mostrándoles un
crucifijo, un rosario o durmiendo con una ristra de ajos atada alrededor del
cuello—, o conociendo los detalles de cómo deben ser eliminados -destruyendo
los lugares donde duermen de día, o atravesando sus corazones con una
estaca…-.
¿Cómo reconocer a un vampiro…?
· Delgados, como un humano pero con colmillos, con piel
extremadamente pálida y dedos y uñas largas; el color de sus ojos cambia,
entre rojo, negro y dorado, dependiendo de si tomaron sangre humana o
animal, o si por el contrario, no la tomaron; vestimenta preferentemente
negra, aunque puede variar entre rojos, morados y violetas; incluso sus
capas son negras; al no tener alma, no se reflejan en los espejos ni dan
origen a sombra; tienen capacidad de hacer que cambie el tiempo; pueden
transformarse en murciélagos y lograr obediencia de seres repulsivos, como
ratas, moscas, arañas y los murciélagos, pero también de lobos, dingos y
zorros; permanecen eternamente jóvenes, con la edad que tenían al momento de
ser convertidos; poseen telepatía y control mental; están adornados de mucho
talento y de una fuerza sobrehumana y velocidad sobrenatural; capacidad para
convertirse en animal o niebla; pierden facultades durante el día: el
vampiro huye de la luz diurna, que lo debilita pero no lo destruye: puede
moverse a medio día durante un escaso período de tiempo (en la novela, el
conde Drácula, aparece a plena luz del día buscando a Mina Harker); duermen
en el interior de un ataúd sobre tierra traída de su lugar natal; beben
sangre humana como único alimento y convierten en vampiros a quienes asesten
su mordedura fatídica o bauticen con su propia sangre haciéndoles beberla.
Si únicamente somos mordidos, no nos transformamos en vampiros; se les
puede mantener a raya con crucifijos, ristras o flores de ajo, la Sagrada
Forma consagrada y agua bendita; pero para que muera realmente, se le ha de
clavar una estaca en el corazón o se lo ha de decapitar; van Helsing
menciona que sí, cuando el íncubo está dentro del ataúd, se coloca una rosa
sobre la tapa del mismo, no podrá salir...
¡Melena no siempre se relaciona con la cabellera suelta! Para los médicos,
“MELENA” -del griego, negro-, es un fenómeno morboso que consiste en la
expulsión de sangre por el intestino durante la defecación, que al estar
modificada o digerida, vira del color rojo al negro alquitranado.
Generalmente es consecutiva a un sangrado digestivo originado en el estómago
o en la parte más proximal o alta del intestino delgado. Es por tanto, un
alarmante signo clínico de reconocido valor. La falsa melena del niño,
llamada también “espuria”, se aplica a las heces ennegrecidas que no
proceden de su tubo digestivo, sino de la sangre originada de grietas en el
pezón de la nodriza. Comer derivados de la sangre de animales -como las
morcillas-, derivados del hierro o bismuto, o deglutir la propia sangre
originada en la boca o nariz, producirán también heces modificadas, y de no
ser que el paciente sea adecuadamente interrogado podría pasar como
proveniente de alguna lesión en el tubo digestivo, dando lugar a la
ejecución de exámenes molestos e innecesarios...
¡Entiendo que se sienta confundido! ¿Qué tiene que ver el infame personaje
de Stoker, el Conde Drácula, con algo tan innoble, repugnante y maloliente
como unas heces ennegrecidas? Pues bien, el relato fabulado que usted leerá
—escrito sin ánimo de hacer mofa de especialidad médica alguna—, es una
crónica satírica, abundosa en exageraciones e implícitos mensajes, que
únicamente desea exaltar la importancia del «saber escuchar», para que en
nuestro evolutivo devenir de curadores integrales, alcancemos a ser
efectivos y confiables
“historiadores” de nuestros pacientes, lo que sin lugar a dudas redundará en
beneficio inconmensurable para ellos y nos gratificará a nosotros, en la
forma de vivencias crecedoras.
Sin más preámbulos, les contaré aquella parte de la historia que nunca fue
contada...
Acto I: El ennegrecido hallazgo...
-“Siendo ya notoria la fama del Conde Drácula entre las núbiles residentes
de los numerosos villorrios de la brumosa Transilvania — aquellas, que entre
suspiros de deseo y mea culpas de mentira, se debatían en la duda de qué
hacer, de encontrarse en la noche intempesta y cara-a-cara con el lívido y
libidinoso personaje—, ocurrió que cierta noche, en una de esas furtivas
incursiones que seguían al advenimiento del ocaso y luego de un provechoso
periplo por una comarca abundosa en jugosas doncellas, sintió el Señor
Conde, urgentes movimientos abdominales y ruidos de tripas, inequívoca
indicación de que debía dar de cuerpo... ¡y de inmediato! Nerviosamente miró
en derredor, divisando, a no pocas varas de distancia, una tapia no muy
alta, donde al resguardo de miradas indiscretas, se permitiría satisfacer su
tan ¿humana?, como desesperada necesidad... Y helo allí -distraído por
naturaleza-, que completado su ingente deseo y ya dispuesto a marcharse a
casa, sucedió que de soslayo miró al suelo, no pudiendo evitar el comparar
su deyección con muchas otras, que esparcidas por el lugar, tomaban
obligadas el sereno en la clara noche de plenilunio... Gran temor y
desconcierto se aposentaron en su alma torva al constatar, que las suyas,
más parecían alquitrán, que el desecho final de la dieta de aquellos otros
humanos, que en aquel acantonado lugar y sigilosos también, le habían
precedido en similar operación... Aprehensivo y cobarde—aunque fama de ello
no tuviera—, y sintiendo muy de cerca el acerado frío de la guadaña de la
muerte, en pocos segundos, transformado en murciélago y volando como alma
que el diablo lleva, completó la distancia entre la tapia —llamada “de los
pujidos”—, y un remodelado castillo de los suburbios, en una de cuyas
almenadas torres, en iluminado aviso multicolor podía leerse desde la
distancia, “La sofisticada. Policlínica de Super-Especialistas”. Abrigaba el
Señor Conde en lo insondable de su despreciable alma, la firme convicción de
que sólo, un tal profesional, podría alivianarle su tremendo desasosiego...”
¿Qué habría de ocurrirle al Conde Drácula por su ennegrecido hallazgo, por
su queja tan específica, concreta y de por sí, diagnóstica? ¿Encontraría en
el Super-Especialista el bálsamo que mitigara el sufrimiento de su alma
pecadora —alma al fin—? ¿Prevalecería en su caso el arte anamnéstico o la
acción irreflexiva...?
El axioma de la melena
espuria o los apuros del
Conde Drácula...
-Tragicomedia en cinco “in-humanos” actos.
Acto II: El íncubo es repetidamente mancillado...
En el Acto I, exaltamos el valor semiológico de la melena o heces de color
negro por la presencia de sangre digerida originada en el estómago o
primeros tramos del intestino delgado. Además, enfatizamos la importancia de
la comunicación y del saber escuchar en la relación médico-paciente como
paso previo e inaplazable a la indicación de exámenes complementarios que,
en su ausencia, pueden crearle al pobre enfermo más problemas que
beneficios. En el mismo Acto I, por un albur del destino, el Conde Drácula,
en las adyacencias de una tapia —llamada “de los pujidos”—, había comparado
sus heces ennegrecidas con las de otros humanos que habían defecado
previamente. Su sorpresa y terror habían sido tales que lo encontramos
movilizándose hacia un modernizado castillo, devenido en sofisticada clínica
de super-especialistas. Continuemos pues nuestra verídica y penosa
historia...
-“Transmutado en murciélago y cortando raudo la pesada bruma en la denegrida
noche transilvánica, el señor Conde se lamentaba de su suerte: ¡Tan bien que
la había pasado durante tantos siglos! Había paladeado sinnúmero de sangres
diferentes: El gustillo suave y perfumado de las mozuelas saludables, el
melífero sabor de las diabéticas, el toque de amargor de las despechadas, el
bilioso acento de
las inquinadas, y hasta el inconfundible saborcillo a orina de las
urémicas... Parecíale como si su disoluta biografía estuviera a punto de
culminar, y él ¡no estaba preparado aún para ello! Miles de preguntas se
agolpaban en su mente depravada ante la situación que su condición de poco
observador y distraído, le había deparado. ¿Por qué negras? ¿Por qué tan
diferentes? ¿Por qué tan fétidas? Y fue así, como ya transformado en gente,
llegó jadeante ante una oficina del remodelado castillete donde, según
rezaba en una fina placa de cobre pulido fijada a
la pared, despachaba el “DocTOR TURA, Super-Especialista en estómago,
apéndices y aledaños”. Las paredes del recinto estaban tapizadas de diplomas
y certificados que, en extrañas lenguas, atestiguaban de sudorosos posgrados
en renombradas universidades allende los mares. Ignorando a quienes primero
que él habían llegado —y que ante el macabro porte del acelerado sujeto,
optaron por no protestar—, de un empellón, sacudió la puerta del despacho y
penetró en la estancia donde el especialista contaba con fruición
innumerables piedras extraídas de una vesícula biliar aún tibia. Erguido
ante él, le dijo con profunda y tenebrosa voz:
“-Soy el Conde Drácula, archiconocido vampiro de profesión, archisabido en
grupos y sub-grupos sanguíneos y ciudadano esclarecido de esta comarca... —y
enseguida remató— Traigo una queja de suma urgencia y exijo inmediata
atención, pues según creo, es única y mortal: Mis heces son tan negras como
el petróleo y bastante más que mi alma miserable ...”
“Al oír la tan conocida queja proferida por el larguirucho y desconocido
sujeto, los ojillos del cejijunto super-especialista fulguraron, así que de
inmediato le respondió, decidido y tajante: -“No me diga más nada. A quien
tanto ve, con un sólo ojo le basta. De su caso por resuelto. ¡Ya yo sé lo
que usted tiene...! Comenzaremos a revisarle sin preámbulo, y sobre la
marcha, pues todo lo demás es tan sólo pérdida de “MI” precioso tiempo. Me
regiré por un acabado plan de estudio o protocolo, que en forma por demás
rigurosa, seguíamos en casos tales como el suyo, en la computarizada
universidad, la quintaesencia de la modernidad, donde realizara mis últimos
estudios de perfeccionamiento...” -“Pero...”—dijo Drácula, tratando de que
se le oyera previamente-, cuando fue interrumpido en seco por su
interlocutor, quien a su vez le dijo, clavando sus ojuelos iracundos en los
suyos perversos, -“¡No diga una palabra más, que de súbito le examinaremos
de cabo a rabo! -al tiempo que pensaba para sí, -“Qué quemo mis ambicionados
títulos y certificados si no hay un vaso sanguíneo manando sangre en el tubo
digestivo de este parroquiano, entre la boca y su antípoda...” -“Pero...”
—balbuceó Drácula otra vez-Mas por segunda y última ocasión le atajó el
curador en tono casi rugiente: -“¡Nada de peros..!, vaya quitándose la capa,
el chaleco, los pantalones y los calzoncillos, que sin tardanza hemos de
comenzar por el último de los mentados...” ¿Por qué comenzar tan bajo, por
donde la causa casi de seguro que no estaba? —nos preguntamos— Simplemente,
‘línea de partido’: Había que actuar en sujeción al protocolo...
Drácula, ¿hombre? ilustre y enterado, pensó —aunque extrañado— que la
anamnesis era, efectivamente, cosa de tiempos pasados y que debía seguir las
convicciones del otro. Y créanme, que nada tan denigrante para el Señor de
la Maldad y Amo de las Tinieblas fue el verse adoptando aquella ignominiosa
posición, dizque de “plegaria mahometana” en que le dispuso el exclusivista.
¡Él, cuyos clerófobos labios jamás habían pronunciado ni una oración
jaculatoria!, ahora estaba allí, en tan grotesca postura, en cuatro patas,
cabeza abajo y ancas arriba.
Drácula en ignominiosa posición examinado por el super-especialista DocTOR
TURA
Pero de pronto, sus pensamientos fueron interrumpidos al sentirse agredido
por el dedo índice del galeno, que diligente y activo, mediante un tacto
rectal, buscaba la enfermedad por no sabemos dónde... Finalizado el incómodo
asuntico, el especialista depositó el recién retirado guante de látex en un
recipiente de vidrio y le puso en contacto con ácido acético, guayaco y agua
oxigenada -sin importarle un pepino la negritud de los residuos al guante
adheridos— y al observar el viraje a un color morado intenso, dijo
complacido y frío, -“Lo que me temía, sangre ‘oculta’ positiva en las
heces!” y sin pestañear, ni dejar pestañear al macilento vampiro, le
introdujo, sin dolor de su alma y de un sólo golpe, macerado por el tino y
la experiencia y por donde precisamente el cóccix pierde su nombre, un
rectosigmoidoscopio rígido hasta la marca de 45 centímetros, oyéndosele
decir triunfal, -“¡Cerca de media vara..!”. Su instrumento, un cilindro
metálico hueco con luz propia, le permitiría ver los últimos tramos del
colon descendente: el sigmoides y el recto... Sacudido como fue por tan bajo
golpe, Drácula para sí pensó que sabía podía ser abatido si se le clavaba
una estaca en el centro de su negro corazón, pero nunca había llegado a
imaginarse que tuviera que morir en tan ofensiva posición, y sobre todo de
manera tan vil, “atravesado de a por detrás y sin prevención alguna...”.
Mas, nada de eso ocurrióle... ¡No profirió alarido alguno, seguía vivo y con
el raciocinio intacto! El espejo que estaba frente a la camilla de examen no
reflejaba la imagen del Señor Conde, así que el instrumento se veía como
suspendido en el espacio... Pero tan ocupado y ciego ante los hechos el
exclusivista estaba, que sólo buscaba un vaso sanguíneo roto al cual echarle
las culpas y poder fulgurarlo con su potente disparador de rayos láser...”
Dejemos por un momento a Drácula solo con su doctor y volvamos más tarde...
Meditemos sobre cuántas veces nos hemos ido de bruces a realizar
exploraciones irracionales, sin haber siquiera escuchado lo que el enfermo
quiso decirnos, o lo que debimos haberle preguntado previamente. ¡Mea culpa!
El axioma de la melena
espuria o los apuros del
Conde Drácula...
-Tragicomedia en cinco “in-humanos” actos.
Acto III: Drácula es abandonado al exceso de técnica...
El arte del diagnóstico es uno de los ejercicios intelectuales más depurados
y hermosos del acto médico, porque en él se conjuga un profundo conocimiento
en materia médica y experiencia adquirida al través de la praxis, con el don
de la observación crítica y fina, el razonamiento correcto para ejercer el
diagnóstico diferencial —donde el médico descarta otras enfermedades
parecidas que comparten hechos similares—, la capacidad de integración y una
mente abierta y plástica para no adherirse tercamente a un diagnóstico
previo, sea propio o extraño. En los tiempos actuales y por los progresos
tecnológicos que nos vienen fundamentalmente de Norteamérica, ya pareciera
estar de más o ‘démodé’, enseñar a los alumnos a usar su inteligencia y
conocimientos para hacer diagnósticos; por ende, este es transferido al
examen complementario irresponsable, ya sea de laboratorio o por imágenes
radiológicas. Este proceder, tiene a su vez, desastrosos efectos para el
médico en formación: Pereza o insuficiencia para razonar o hacer un
diagnóstico diferencial, indicación de exámenes sin reflexión alguna, por
pura rutina -“a ver si la pega”—, desvirtuando el acto médico. La indicación
de una plétora de exámenes sin justificación clínica, es un hecho por demás
sintomático de la ignorancia del profesional sobre lo que le ocurre a su
paciente. ¡Y es tan común en nuestros días...! Dejamos al protagonista de
nuestra sátira, el Conde Drácula, en posición genupectoral o de “plegaria
mahometana” y con un rectosigmoidoscopio rígido “in situ”, con el que se
buscaba —por donde seguro no estaba— el origen de su melena o heces
ennegrecidas por la presencia de sangre digerida...
El misterioso Conde Drácula se aposenta en un solitario castillo en
Transilvania, una región de Rumania que por tradición, está infestada de
vampiros y licántropos –hombres lobo-…
-“Con destreza de perro viejo, el especialista manipulaba el instrumento
de un lado a otro y de adentro hacia afuera, al tiempo que exclamaba a
baja voz y como quien juega a las escondidas, -“Nada por aquí, nada por
allá, nada por acullá..!”, repitiéndolo como un conjuro, una y otra vez. Y
en la última, en la que al fin lo extrajo, nuestro malhadado héroe, con los
pelos erizados le oyó decir, -“No cantes victoria enfermedad, que el colon
es largo y mi aparato muy corto, pero aquí te tengo una sorpresita.”— y acto
seguido, de una hermosa y pulida caja de metal, extrajo un largo y flexible
artefacto, que perspiraba tecnología nipona a lo largo y ancho de su
cilíndrico perfil, al tiempo que se lo introducía por el recién ofendido
orificio, imprimiéndole en amañada forma, movimientos de propulsión,
retropulsión y torsión, que acompañaba con
su ojo de observador sagaz, literalmente encolado al ocular del instrumento.
Drácula sudaba y hasta sentía que no podía tragar... y menos aún hablar,
pues algo le decía que tenía como un hueso atorado en el güergüero... Al
término, un grito del científico le saco de sus cavilaciones- “¡Eureka!
-gritó el galeno jubiloso— con mi flamante colonoscopio flexible, he
transitado de pé-a-pá, toda la longitud del colon, llegando hasta la
mismísima válvula ileocecal, que lo separa del intestino delgado y ni
rastros del villano que ansío ver... —y acotó de inmediato, mientras muy
confundido, se rascaba la cabeza ahogada en caspa— pero -“¡Demonios!, lo que
busco ha de estar en alguna parte, y como que me llamo DocTOR TURA, le juro
que lo conseguiré...”.
-“A ver, póngase sus calzonetas y sus pantalones y se me sienta aquí!” —le
dijo el ‘super’ en tono decidido y energético a nuestro ya pacificado
paciente-. Y a pesar de que el Conde sentía que sus orejotas exangües
estaban a punto de sangrarle, y de que casi “que se le iba el mundo”, tan
aterrado como estaba con su presunción de grave enfermedad, que se sobrepuso
y se sentó dispuesto, en la silla que el casposo le ofreciera. Acto seguido,
le introdujo un horrible aparato por las narinas, un espéculo nasal, que
casi lo hizo estornudar, por donde miró de refilón, para únicamente ver una
mucosa nasal sana. Luego, le ordenó desorbitado, “¡Abra la boca!” y asistido
por una paleta le exploró las encías, el piso de la boca, la lengua y la
garganta, sin prestar mayor atención a sus afilados y agujereados colmillos,
que enrojecidos, sobresalían amenazantes de entre los otros dientes,
dictando a una moderna grabadora en docto lenguaje: -“Ninguna enfermedad en
las encías, excoriaciones, ulceraciones o vasos anormales. Saburra rojiza
sobre la lengua. En apariencia, todo parece estar saludable...” y más rápido
que un parpadeo, retiró otro luengo aparato de una singular maleta ‘ad hoc’,
que de seguidas y sin miramientos, se lo enchufó por la boca, pidiéndole se
lo tragara como si fuera un espagueti. En su fuero interno -porque aquel
condenado utensilio le impedía quejarse o hablar— el Conde pensó, -“Dígame
mí... que nunca he comido espaguetis y ni tan siquiera sé cómo son...”. Como
en anteriores oportunidades, nuestro brillante especialista, se comunicaba
únicamente con su grabadora, oyéndosele decir -“Esófago-gastroduodenoscopia:
Esófago de superficie rosada, lisa y saludable. No veo várices, úlceras,
punteado hemorrágico o evidencias de reflujo. La unión esófago-gástrica es
normal. No hay hernia hiatal. Se toman las biopsias de ley...”, y de un
diestro zambombazo, pasó el instrumento hacia el estómago —siempre en
continuo monólogo con su grabadora—, diciéndole estar pasando por la calle
gástrica, la curvatura mayor, el antro pilórico y el duodeno, dándole
vueltas a aquel espagueti gigante, con su cabeza a él adherida como
sanguijuela ayunosa, tomándole biopsias aquí y más allá. De improviso, y en
un acto de respeto y humana convivencia, díjole el ‘super’ a su desvencijado
cliente, brindándole el ocular de su aparato: -“¡Mírese por dentro, qué
maravillosa “máquina” que somos los humanos... ¿No le parece?!” Nuestro
Conde, casi que arroja el espagueti, al ver aquella anfractuosa cavidad que
entonces se le antojó era asquerosa chinchurria... -“Ahora -le dijo el
exclusivista tocándole el sitio—, va a sentir un pesito aquí, en la boca del
estómago. Es que tengo que insuflarle más aire para no dejar de ver el
‘fundus’ de su estómago, ¡Ahh! ese cofre de sorpresas...”. Y dicho y hecho.
Pero aquello fue el colmo. Por el inflamiento, los ojos de Drácula, por
naturaleza, inyectados y amarillentos, ahora parecían dos metras bolondronas
purpurinas, que dispuestas a abandonar sus cuencas, se debatían en tremendo
pugilato con sus medios anatómicos de sostén, muy fuertes por cierto... No
obstante, se dijo mentalmente y para darse ánimos —aquellos que casi le
habían abandonado-, “Voy circulando por el camino de la verdad asido a una
mano diestra, y cualquier sacrificio será poco...” Mientras esto hacía,
Tura, meditabundo y en bajo soliloquio se decía, -“¡Nunca he visto mucosa
digestiva tan sana como ésta... por cierto doy que este sujeto debe comer
algo muy sano, fresco, natural y definitivamente exento de aditivos y
sustancias irritantes!..., pero, entonces, ¿¡de dónde carajo vendrá esta
maldita sangre...!?”
¿Qué acontecerá al Conde Drácula? ¿Qué nuevas exploraciones le tendrá
planificadas el DocTOR TURA a fin de encontrar la ‘tubería’ rota? ¿Le
deparará alivio la tecnología sin concierto al alado demonio o su situación
dará un vuelco inesperado..?
El axioma de la melena
espuria o los apuros del
Conde Drácula...
-Tragicomedia en cinco “in-humanos” actos.
ACTO IV: EL DEMONTRE ES REDIMIDO POR ‘LA CLÍNICA’...
Si el ser humano no hablara, los médicos seríamos simples veterinarios...
Cuando un murciélago se enreda en el cabello de una mujer, el hecho —se
asegura— es prenuncio de muerte o desastroso noviazgo. Cuando los médicos
contraponemos nuestro tiempo/nuestro beneficio, al tiempo que deberíamos
destinar para una comunicación elucidaria con el paciente, el hecho es
heraldo de fiasco, clarinada que avisa de una andanada de injustificadas,
inconsideradas e insensatas exploraciones. Los vampiros, insatisfechos con
su suerte, suelen frecuentar lugares sagrados, templos e iglesias, para orar
por su salvación. El médico que desatiende su rol y su arte, abandona el
templo de la sabiduría para transitar los lugares comunes de la ligereza,
pereza mental y desamor por el estudio, sin una orientación clínica, tornará
hacia el atajo de la tecnología imponderada, que siendo una creación de la
inteligencia humana no puede reemplazar el uso de esa misma inteligencia en
la atención primaria del paciente, pues, aunque usted no me crea, mientras
menos tiempo me tome yo para entender su problema y mientras más exámenes le
ordene, tenga la convicción de que más lejos de la verdad me encontraré...,
porque la correcta interpretación de un examen o procedimiento específico
sólo será posible si se correlaciona con los hallazgos de aquello para lo
cual... ¡No hay sustituto!: La historia y el razonamiento clínicos. Y si los
resultados de los complementarios estuviesen en contradicción con las
manifestaciones clínicas... ¡al cesto de la basura con ellos!
Hasta este momento, el pobre Conde Drácula ha sido “invadido” repetidas
veces por un tecnicismo errático. Su médico tratante, el DocTOR TURA, un
‘super-especialista’ avezado en complejas técnicas, ha ignorado a la
anamnesis, el arte de hablar y observar a un paciente, indagando sobre su
vida y enfermedad, y por tanto no encuentra el motivo de su melena o heces
alquitranadas. Le habíamos dejado con el endoscopio introducido en su tubo
digestivo superior, donde nada anormal había encontrado, pero todavía seguía
pensando que en algún lugar —tal vez en su imaginación- se encontraba un
vaso sanguíneo dejando escapar sangre... Así que, turbado y sin perder la
compostura, retiró el bicho aquel de la ¿humanidad? de un Drácula, ya
reducido a piltrafa, e ignorando que su entecada figura no originaba sombra,
le dijo ceremonioso: -“Ya puede irse, mi querido amigo. Por hoy hemos
terminado. No he podido identificar aún el origen del mal que lo acogota,
sin embargo, mañana le realizaremos la segunda etapa del plan de estudio que
nos hemos propuesto, vale decir, un no invasivo ecosonograma abdominal, una
simple coledocoscopia, eventualmente una laparoscopia, para con este
periscopio mirarle la barriga del lado adentro con biopsias dirigidas donde
fuere menester... ¡Ahh! y una resonancia magnética abdominal, el benjamín de
la tecnología, que por cierto ya ha arribado a ésta, su casa, y con el que
le veremos sus átomos hidrógeno interactuando con un campo magnético y
reconociendo, de una vez por todas, a “ese malandrín llamado melena”... ¡Dé
por seguro que desentrañaremos el misterio! Pero ahora, pase por donde mi
secretaria y bájese de la... ¡Ejem!, quiero decirle por favor, sáldele
100.000 bolívares F, por concepto de libre acceso a mis experimentadas
manos, por consumo de compuestos de alta energía por las neuronas de mis
lóbulos frontales y por el uso/deterioro/depreciación de mi sofisticado
instrumental japonés de a dólar innombrable...” Drácula, quien no
acostumbraba a llevar en su alforja tan abultada suma de dinero, no tuvo más
remedio que recurrir a su tarjeta de crédito dorada... ¡Afortunadamente, la
super-clínica estaba afiliada a ella...! Abandonó el lugar cabizbajo y
todavía turulato por el efecto de las dos pre anestesias que llevaba entre
pecho y espalda, pero todavía peor, más aterrado que después de su casual
descubrimiento, allá, en la tapia llamada “de los pujidos”. Mascullando su
amargura, pudo oír tras sí la voz de su doctor, que sacudiéndose la caspa
gritaba: -“¡El que sigue que vaya quitándose los calzones…!”
La ciencia médica no había podido hacer nada por él: Moriría como un vulgar
mortal con esa enfermedad que tiñe las heces con el color de la noche
-pensó-. En el camino se topó con una curvilínea lugareña, para ser más
exactos una morena de ojos verdes y caderas insinuantes, quien le hizo
ojitos y otras carantoñas, que él, tan abatido como estaba, no alcanzó a
reparar... Y créanme que hasta unas náuseas irrefrenables se apoderaban de
su inmundo ser al sólo evocar una femenina figura... ¡Así sería su congoja
que hasta había perdido su ancestral apetito...!
A su retorno al castillo, ansiosas le esperaban su legión de cloróticas
concubinas, alineadas en estricto orden jerárquico y dispuestas a recibir su
chupada de rigor... Pero, qué desconcierto y tristeza todas mostraron
al ver tan perturbado a su Amo y Señor, quien inmutable y por primera vez en
centurias, pasó directo a su recámara sin siquiera tomar, aquel, su
acostumbrado refrigerio de la aurora. Y allí, en las tinieblas, permaneció
casi todo lo que restaba de aquella larga noche, inclinado sobre su siempre
fiel sarcófago, con sus huesudas manos hundidas en la desgreñada cabellera,
rumiando su inexorable destino... Pero al fin pudo verbalizar la horrible
verdad que se atosigaba en su garganta —aún maltratada por la reciente
intromisión tecnológica-. La favorita de su afecto, conoció de ella, ésta,
por cierto una ¡médica internista! de azules ojos, piel de almendra y suaves
contornos, retirada precozmente de la profesión a raíz del fatídico mordisco
que aquél le propinara meses atrás, al oír la escatológica revelación,
estalló en sonoras carcajadas. Con voz queda, ‘la clínica’ le tranquilizó y
reconfortó diciéndole: — “Entra en tu ataúd y duerme en paz, mi querido
Señor, mi desadvertido y tan poco inquiridor Amo. ¡No habrá segunda etapa!
Tú, al igual que todas nosotras, no sufres de mal alguno. Tú vivirás por
siempre... Y con balsámica prosa concluyó su admonición:
— “¡Escrito está con simpleza, que todo aquel qué con sangre
se alimente, por ventura qué negro habrá de ensuciar..!”
¡Qué transformación tan increíble sufrió aquél abyecto despojo! Tan sólo
bastaron aquellas económicas y reveladoras palabras para que Drácula, ya
alivianado y con el apetito renovado, tomara en ella su merienda y durmiera
todo aquel día y hasta la próxima noche, no sin antes pensar con frustración
y desconsuelo: — “¡Otro simple caso de médica ligereza…! ¿Por qué TURA se
peló y por qué no me interpeló previamente, sobre mis exóticas inclinaciones
gastronómicas…?” No resulta exagerado el decir que esa noche con el
“superespecialista” y su acabado protocolo, fue peor que aquella otra en la
que al fin se puso término a su aterrorizante reinado secular, cuándo
claváronle tremendo palo en el centro de su impío corazón, y en la que en
concomitancia, le metieron candela a su lóbrega mansión y a todo cuanto en
ella se movía...
-¿Qué podemos aprender los médico del sórdido caso a melena espuria del
Conde Drácula?, ¿Podremos oponernos al creciente avance de la tecnología
empleada sin medida, oportunidad ni concierto..? ¿La moraleja…?
El axioma de la melena
espuria o los apuros del
Conde Drácula...
-Tragicomedia en cinco “in-humanos” actos.
ACTO V: ¿Moraleja? El error es información positiva...
¡Cuántos sinsabores los que pasó el Conde Drácula de manos del docTOR TURA,
un galeno sordo y ciego, que le sometiera a abusivas exploraciones de sus
vías digestivas buscando la causa de su melena espuria o falsa —heces de
color negruzco por contener sangre digerida —, un pseudosíntoma amalgamado a
su estilo de vida y extravagante alimentación! A lo largo de cuatro actos
sufrimos con el señor Conde, los pormenores de sus insólitas revisiones, que
de algún modo jocosas, en la realidad posibles... ¿Cuántas veces el enfermo
cree que el uso del tecnicismo más moderno, en ausencia de una clara
verbalización de sus quejas, le ahorrará tiempo, traumas y frustraciones?
¿No es muchas veces él, quien le da carta franca al médico para que abuse de
la tecnología y de su confianza al decirle: -“¡Hospitalíceme doctor y hágame
TODOS los exámenes...!” ¿No es este proceder un “tentar al demonio” en la
forma de un resultado artefactual, un valor en la sangre que se sale un
poquito fuera de lo normal y que aunque nada signifique, le aventará como a
Ulises hacia los mares embravecidos e ignotos de los malos entendidos, de
más exámenes y hasta de innecesaria cirugía...? ¿Cuál pues es la moraleja de
nuestra verídica historia…?
El gaznápiro “super-especialista” de marras, en su dilatada experiencia y
tecnológica sapiencia, tan seguro como de su arte estaba, que acalló de un
soplido y con su urgente deseo de hacer, lo primero que debía acometer:
Aquél inaplazable ritual facultativo, el del amnestésico inquirir sobre el
cómo y el qué; sobre el cuándo y el dónde; sobre el por qué y el debido a
qué de tan escatológica relación: los antecedentes, riesgos profesionales,
gustos alimenticios y muchos otros, que tan sólo la abierta comunicación
procura, sin olvidar por supuesto, la corporal revisión, desde el desgreñado
cabello hasta los apéndices pedales, de aquél mefistofélico y pestilente
pecador... Olvidó —o no lo sabía— que a todo aquel qué vampiro es, la melena
espuria muy de cerca le acompaña, y que al igual que los que se deleitan con
morcillas, o a los hipocondríacos que por pretendida anemia hierro se
atapuzan por doquier, las feces de negro se le tiñen... Que menos daño al
pellejo y al bolsillo se ha de hacer, si en profunda comunión con el dolido,
se le puede comprender y confortar, y que ni la villanía del infame Conde
Drácula, ni su sórdido currículum, justificaban de sí ese inmerecido
sufrimiento que de manos de un “ducho especialista” se ganara, y del que hoy
día podría dar fe en la espeluznante Transilvania, aquella noche ajetreada,
nebulosa y fría, en la que al pobre chupador, en meticulosa sucesión, le
fueron repetidamente deshonrados, todos sus orificios naturales...
El axioma de la melena espuria del Conde Drácula, quiso poner de manifiesto
y enfatizar una patología “nostra”, una frecuente dolencia de nosotros, los
médicos, en nuestra relación con el paciente: “la falta-de comunicación”,
“el no-saber-escuchar” y la plétora de exámenes irreflexivos que de ello
resulta, como un hecho sintomático más, de estos borrascosos tiempos en que
vivimos. ¿Será que los profesores mostramos a nuestros alumnos que la
vertiente científica del oficio es más importante que el real interés por el
paciente al que solemos dejar de lado? ¿Será que le señalamos con la palabra
o con la praxis, que el saber al dedillo la sensibilidad y especificidad de
tal o cual síntoma, signo o examen complementario se antepone, o es más
importante que el fomento de virtudes tales como la comprensión, compasión,
sabiduría, la mesura, sensibilidad social, el arte de saber no hacer nada,
o la afirmación de un compromiso con las necesidades primarias del enfermo?
Quizás por eso, es que ya el médico no es más visto como alguien que merezca
admiración y respeto. El doctor Samuel Hellman ha escrito, “El médico ha
caído definitivamente de su pedestal...¨ De discusiones con mis colegas y
pacientes, estoy convencido de que los médicos ya no somos vistos de manera
diferente a los miembros de otras profesiones.
El sentimiento de que la medicina es una vocación superior, se ha
desvanecido... Una reciente encuesta norteamericana informó que un 26% del
público entrevistado, respetaba menos a sus médicos que diez años atrás;
sólo un 14% expresó lo opuesto. Un 29% afirmó que sus médicos les dieron
tiempo suficiente para expresar sus quejas, y más del 50% pensaban que el
médico de hoy, mostraba menos interés por sus pacientes del que exhibían sus
colegas del pasado... Atrapado pues, puede quedar el enfermo, entre la falta
de comunicación y el desinterés por una parte, y la forma irreflexiva como
se indican las exploraciones complementarias por la otra. ¡De ninguna forma
podríamos estar opuestos a una tecnología razonable, razonada y empleada en
su oportunidad!
En su libro, The Patient Will See You Now: The Future of Medicine is in Your
Hands, el cardiólogo e investigador en medicina digital Eric Topol, nombrado
por la afamada Revista Forbes, el «libro médico del 2015» y un «libro
esencial para todos los interesados en salud», explica el impacto que la
revolución digital tendrá en el sector salud, y de acuerdo a él, haciéndolo,
entre otras cosas, mucho más democrático y accesible a los pacientes;
también habla de ¨la destrucción creativa de la medicina¨; pero cuidado, las
destrucciones comienzan pero no se saben cuándo acaban y cuánto duran.
Aunque no lo he leído, puedo apostar que nada dice del valor más excelso de
la medicina, la relación médico-paciente, no al través de un artilugio, sino
cara a cara, corazón hablando al corazón…
La interpretación de exámenes modernos, complejos y costosos, únicamente es
posible, si ellos encajan armoniosamente con los hallazgos de un examen
clínico integral, para lo cual, como ya hemos dicho repetidas veces, ¡no
existe sustituto! La historia clínica es EL TODO; la exploración paraclínica
o complementaria es tan sólo un momento, una pequeña parte de ese todo, que
nada dice, a menos que en simpatía, se articule con ella... Si el examen
clínico es inteligente y refinado, tánto más útiles serán los hallazgos de
laboratorio. Y es que además, ha de tomarse en cuenta que muchos métodos de
diagnósticos no siempre son inocuos, pues algunos tienen potencial para
producir dolor, secuelas y aún, la muerte. Otros, resultan en oneroso
gravamen para el enfermo, lo que no siempre es apreciado por el médico en
toda su magnitud, particularmente en países como el nuestro, donde la
seguridad social es tan sólo un concepto abstracto... Adicionalmente, los
hallazgos objetivos que se obtengan, dependerán de múltiples vectores que no
siempre están en equilibrio: Equipos bien calibrados, personal auxiliar bien
preparado, técnicos honestos y escrupulosos, supervisión del procedimiento
por médicos de cuerpo presente, y no menos importante, la interpretación del
estudio por un profesional capaz, sosegado y enterado. Por último, si el
procedimiento establece la presencia de un proceso patológico definido, no
quiere ello decir, que tenga valor clínico alguno para explicar las
molestias del enfermo; podría ser lo que llamamos un «incidentaloma…» Tal ha
ocurrido en nuestros días con la incorporación de la tomografía
computarizada o la resonancia magnética cerebrales. Mediante ellas, el
diagnóstico de aracnoidocele selar o síndrome de silla turca vacía, una
condición por demás benigna -con muy escasas excepciones- y que consiste en
una acumulación inocente de líquido en la silla turca de la base craneal,
aun cuando suele ser un hallazgo irrelevante, sin significación de
enfermedad, ha llevado a innumerables pacientes a una cirugía irreflexiva,
inútil, insensata y no siempre inocua...
El docTOR TURA con su hacer, nos señala cómo podemos salirnos del camino
real y tomar los atajos de la sinrazón. El reconocimiento de nuestros
errores, encierra tal vez, las enseñanzas de más valor: Abusamos de las
exploraciones sencillamente porque la historia clínica ha sido insuficiente,
porque somos ignorantes o no queremos pensar y esto, es válido para todas
las especialidades médicas. El médico que se hace diestro en su arte, que
confía en la madre clínica y pulimenta sus habilidades y destrezas, será el
que menos necesitará del procedimiento complementario; y de requerirlo,
tanto más valioso será al conjugarlo a los dictados de su razonamiento
clínico...
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Las ilustraciones son de mi hijo Arq. Rafael Guillermo Muci Facchin
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