La Piedra que era Cristo
Fernando Chumaceiro
Un
día que ubico entre finales de 1982 y principios de 1983 recibí una
llamada de Ciro Urdaneta Bravo, en la cual me anunciaba la visita a
Maracaibo de Miguel Otero Silva, a quien le estaban organizando su
agenda de actividades y querían saber si podía cenar con él la noche
víspera de su regreso. Acepté de inmediato con la emoción de quien se va
a encontrar con quien pobló de poesías los años de su adolescencia y
temprana juventud. Guardo un vívido recuerdo de aquella noche. Hablé
poco, solo lo indispensable y me dediqué a escucharlo. Sabía de su
amistad con Neruda, otro de los poetas que me han acompañado a lo largo
de la vida, haciéndole centenares de preguntas. Al final del encuentro
le pregunté hacia donde se dirigía y me dijo que a Israel, país que
hasta ese momento él no había visitado. Al preguntarle cuánto tiempo
estaría allí, me respondió que alrededor de seis meses. Me extrañó su
respuesta pues me parecía demasiado tiempo para un país tan pequeño y me
respondió que se proponía escribir un libro. ¿Cual será el tema? le
pregunté. Me respondió, "si prometes no decirlo a nadie te lo diré". Le
di mi promesa y me dijo "voy a tratar de escribir un libro sobre
Cristo". Aquella respuesta me causó una profunda emoción. Le expliqué
que mi padre era hebreo y mi madre católica, que en la familia de mi
padre yo era el primer descendiente bautizado católico, condición que mi
padre había aceptado para que la Iglesia autorizara a mi madre a
contraer matrimonio. Le expliqué que mi padre tenía, en idioma
castellano, una colección de libros, cerca de veinte tomos, sobre
Israel, su geografía, historia, cultura, religión, arte y otros temas
relacionados con el país, que yo le pediría que me permitiera
entregárselos a él para que pudiera ampliar sus fuentes de información.
Eso hice y al día siguiente los dejé en las oficinas que El Nacional
tenía en Maracaibo para que se los hicieran llegar a él. Eso hice, pero
nunca supe si los libros llegaron a sus manos.Tiempo después, en Caracas, pasé frente a una librería y vi un libro de la editorial Oveja Negra, en cuya portada se leía: Miguel Otero Silva "La Piedra que era Cristo" . Corrí a comprarlo y lo leí de principio a fin en una sola jornada. A ese libro regreso cada cierto tiempo. En este de Cuaresma, que acaba de finalizar, he vuelto a leerlo.
Cada vez encuentro nuevos giros o facetas que profundizan mi admiración por Miguel y mi devoción por Jesús. El libro termina con esta frase: "...no lograrán matarlo. Él ha resucitado y vivirá por siempre en la música del agua, en los colores de la rosas, en la risa del niño, en la savia profunda de la humanidad, en la paz de los pueblos, en la rebelión de los oprimidos, sí, en la rebelión de los oprimidos, en el amor sin lágrimas".
Hoy, concluida la Cuaresma, escribo estas líneas ratificando mi admiración por Miguel y mi devoción por Jesús.
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