Lector de Borges
Gustó Borges de la reflexión metafísica y la puso al servicio de su obra narrativa...
RICARDO GIL OTAIZA | EL UNIVERSAL
domingo 18 de enero de 2015 12:00 AM
Leer a Jorge Luis Borges es sin duda alguna una experiencia orgiástica. Ninguno de los géneros literarios tocados por su pluma (poesía, narrativa y ensayo) escapa al sutil encanto de un "algo" (inextricable a veces: ¿qué le vamos a hacer?), que busca desentrañar desde la palabra el universo y su vasta complejidad. Su logo es punto de partida para una comprensión de la realidad, que va más allá de lo anecdótico (el pueblo, la pelea a cuchillo, la farra, la nostalgia), para internarse en la profundidad de un artefacto literario que bordea lo filosófico -como materia fundante de su propuesta y sin querer pontificar (ni sobresalir) en ella, transigimos-, pero que en él es solo una excusa. Definitivamente, no fue Borges un filósofo (y jamás pretendió serlo, aunque muchos filósofos profesionales ya hubiesen querido la hondura y la gracia de sus textos), pero su erudición libresca lo llevó a echar mano de todo ese bagaje de lecturas acometidas desde la primera juventud (Schopenhauer, León Bloy, Stevenson, Berkeley, Hume y Shaw, entre otros), para desde esas alturas del intelecto y la abstracción recrear mundos paralelos, en los que la imaginación, el terror atávico (el paso del tiempo, los espejos), la genialidad y la mera exploración estilística, marquen sus propios cauces y también sus propios derroteros literarios.
En este sentido, gustó Borges de la reflexión metafísica y la puso al servicio de su obra narrativa, sin que ello signifique que toda su obra goce (o tenga) dicho carácter e intención, porque el autor abrió a lo largo de décadas disímiles derroteros en su eterna búsqueda de referentes y de explicaciones ante sus grandes incertidumbres existenciales, y el trasmundo fue en este sentido (para desconsuelo de algunos) mero artificio en medio de una lógica certera e incisiva como la suya. Nadie podría negar que la obra de Borges es expresión de su mundo interior, de sus ingentes (y desaforadas) lecturas, de la admiración por grandes autores (a los que en mucho logró superar a nuestro entender), sin que ello implique negación de sus referentes librescos (como única experiencia de vida). La obra de Borges responde -eso sí- a una visión de conjunto del ser humano y de su impronta civilizatoria (pesimista y maleva), aunque a veces el hombre y la mujer son los grandes ausentes en la misma (no podemos olvidar que algunos de sus relatos giran en torno a abstracciones, en las que el sujeto como Ser se hace inexistente e innecesario: libros, espejos, cuchillos, ciudades fantasmales, ideas, sueños, meros objetos).
Apuesta Borges por el mundo de lo sensible y esta cualidad en su deseo (o determinación) se erige muchas veces en una inexorable dicotomía: pensamiento filosófico y literatura (y viceversa), que lleva al texto a extremos de denodada belleza. Esta conjunción se hace a sí misma unívoca e indisoluble, lo que impide a los exégetas la disyunción del hecho borgiano y el poder desmontar sus magníficos poemas y cuentos (no tanto así a sus ensayos) en sus elementos constitutivos. Interpretar a Borges en su isócrona mirada: razón-creación artística, es tarea muy difícil, sobre todo porque nos sitúa en la peligrosa intención de buscar convertir al narrador y al poeta en filósofo, cuando toda interpretación (o hermenéutica) es en sí misma una lectura particular, una traducción (si se quiere) de un "algo" en otra cosa; de una razón por otra. Encasillar a Borges en lo filosófico; amén de desconocer a su "alma creadora", implica una lectura sesgada; alejada de su verdadero leitmotiv, que a decir de uno de sus más voraces lectores (Eduardo García de Enterría enFervor de Borges, 1999), fue: "crear él mismo el estremecimiento artístico que ha buscado (desde la lectura) incansablemente en otros".
La voz austera (y feliz) de Borges sigue recorriendo los caminos de América y del mundo, y a pesar de que sobre él se hayan escrito miles de páginas buscando develar al genio, su sombra se yergue en el tiempo y en el espacio para recordarnos que él fue su obra, y ésta lo contiene en cada página escrita o dictada, y entregada con celo a la inmortalidad de la imprenta.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
En este sentido, gustó Borges de la reflexión metafísica y la puso al servicio de su obra narrativa, sin que ello signifique que toda su obra goce (o tenga) dicho carácter e intención, porque el autor abrió a lo largo de décadas disímiles derroteros en su eterna búsqueda de referentes y de explicaciones ante sus grandes incertidumbres existenciales, y el trasmundo fue en este sentido (para desconsuelo de algunos) mero artificio en medio de una lógica certera e incisiva como la suya. Nadie podría negar que la obra de Borges es expresión de su mundo interior, de sus ingentes (y desaforadas) lecturas, de la admiración por grandes autores (a los que en mucho logró superar a nuestro entender), sin que ello implique negación de sus referentes librescos (como única experiencia de vida). La obra de Borges responde -eso sí- a una visión de conjunto del ser humano y de su impronta civilizatoria (pesimista y maleva), aunque a veces el hombre y la mujer son los grandes ausentes en la misma (no podemos olvidar que algunos de sus relatos giran en torno a abstracciones, en las que el sujeto como Ser se hace inexistente e innecesario: libros, espejos, cuchillos, ciudades fantasmales, ideas, sueños, meros objetos).
Apuesta Borges por el mundo de lo sensible y esta cualidad en su deseo (o determinación) se erige muchas veces en una inexorable dicotomía: pensamiento filosófico y literatura (y viceversa), que lleva al texto a extremos de denodada belleza. Esta conjunción se hace a sí misma unívoca e indisoluble, lo que impide a los exégetas la disyunción del hecho borgiano y el poder desmontar sus magníficos poemas y cuentos (no tanto así a sus ensayos) en sus elementos constitutivos. Interpretar a Borges en su isócrona mirada: razón-creación artística, es tarea muy difícil, sobre todo porque nos sitúa en la peligrosa intención de buscar convertir al narrador y al poeta en filósofo, cuando toda interpretación (o hermenéutica) es en sí misma una lectura particular, una traducción (si se quiere) de un "algo" en otra cosa; de una razón por otra. Encasillar a Borges en lo filosófico; amén de desconocer a su "alma creadora", implica una lectura sesgada; alejada de su verdadero leitmotiv, que a decir de uno de sus más voraces lectores (Eduardo García de Enterría enFervor de Borges, 1999), fue: "crear él mismo el estremecimiento artístico que ha buscado (desde la lectura) incansablemente en otros".
La voz austera (y feliz) de Borges sigue recorriendo los caminos de América y del mundo, y a pesar de que sobre él se hayan escrito miles de páginas buscando develar al genio, su sombra se yergue en el tiempo y en el espacio para recordarnos que él fue su obra, y ésta lo contiene en cada página escrita o dictada, y entregada con celo a la inmortalidad de la imprenta.
@GilOtaiza
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Alberto Manguel: El lector de Borges - YouTube
www.youtube.com/watch?v=Rj2qlzN8Fjw9 de jun. de 2011 - Subido por casamerica09/06/2011. Alberto Manguel es un gran escritor, pero hubo un día, hace ya mucho tiempo, que se convirtió en ...
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