La Paciencia: Nijinsky, espejo de una totalidad en movimiento
"Su corta y resplandeciente carrera aunada a su quiebre mental, ocurrido hacia 1917, contribuyeron a consolidar su mito"
En los comienzos del siglo XX, Vaslav Nijinsky constituyó un momento de ruptura para el ballet clásico. Su gran peculiaridad le situó como un artista de máxima envergadura de manera que la danza adquirió una connotación nueva. El legado de este bailarín, nacido en Kiev en 1890, se destacó también en el contexto de la coreografía. Él mismo lo expresó al afirmar que no era un saltarín sino un artista. Igualmente, el carácter testimonial de los diarios que dejó revisten una importancia excelsa, no sólo en cuanto a la aproximación al arte per se, sino a la patología mental que le aquejó durante casi toda su vida. Sin lugar a dudas, el trabajo de este virtuoso irrumpió como una singularidad.
Ya desde muy joven, la figura de Nijinsky estuvo investida por un aire de lo divino, de modo que llegó a ser nombrado “Dios de la danza”. Su extrema sensibilidad y estrella se exhibieron en diversas facetas de su vida y en él confluyó una mezcla de sexualidad desbordada y misticismo. Ello quizá podría recordar a las manifestaciones de fusión extáticas presentes en algunos místicos. En su caso se manifestó una bisexualidad que incluyó la tormentosa vivencia con Serguéi Diáguilev, al igual que su larga vida matrimonial con la aristocrática bailarina Romola de Pulszky. El hecho de que bailara a personajes andróginos le permitía estar en su elemento y vincularse con el mundo externo de tal modo que su mundo interior era volcado hacia la otredad como expresión estética.
Se puede decir que su carrera fue meteórica y quedó inmortalizada por La siesta del fauno (1912), La consagración de la primavera(1913), Juegos (1913) y Till Eulenspiegel (1916). La primera de ellas constituyó una verdadera conmoción para el público parisino que observó atónito una auténtica revolución signada por la innovación de los gestos, el timming y el estilo al caminar. En efecto, en esta pieza se observa a un Nijinsky cuya expresividad está como salida de este mundo. En el estreno, el artista salió vestido con diseños de Léon Bakst y con la obvia impronta del fauvismo.
Se ha llegado a especular que la particularidad de los gestos en sus piezas podría haber sido producto de la observación de pacientes psiquiátricos. Es de recordar que el bailarín tuvo contacto en primera instancia con ellos en oportunidad de visitar a su hermano, quien también padeció estas patologías y estuvo internado en sanatorios.
Su corta y resplandeciente carrera aunada a su quiebre mental, ocurrido hacia 1917, contribuyeron a consolidar su mito. Sus extravíos y estados erráticos se hicieron cada vez más frecuentes. Nijinsky se fue convirtiendo en objeto de veneración y sus peculiaridades fueron registradas por figuras estelares de ese período en que irrumpía el surrealismo. Jean Cocteau, en La dificultad de ser, se refiere al bailarín en términos de que “todo en él estaba dispuesto para que lo vieran de lejos, entre las luces. En el escenario, los músculos, demasiado abultados, se volvían esbeltos. Se le alargaba la estatura (pues los talones no se posaban en el suelo). Las manos se convertían en el follaje de sus gestos y, en cuanto al rostro, lo tenía radiante”.
Por otro lado, una de las características de Nijinsky fue el hecho de que, para ese entonces, el registro que dejó en su diario constituyó el primero hecho por artista alguno en el que había referentes a la psicosis al momento mismo en que ésta se manifestaba. En su caso se daba de modo alternante una confluencia entre la obnubilación y la lucidez. Durante su vida estuvo en muchas oportunidades interno en instituciones de salud. La prosa de su diario, si bien no tiene gran valor desde el punto de vista literario, es un despliegue del delirio. Asimismo, para la época en que vivió fue atendido por los principales especialistas en el campo psiquiátrico.
Si algo definió a Nijinsky fue la originalidad. En él se dio la epifanía de una poética del movimiento y del cuerpo. Ello significó la confluencia de la piel y lo sagrado.
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