A Cora Páez de Topel Capriles

A Cora Páez de Topel Capriles
A Cora Páez de Topel Capriles, gran amiga de Aziz Muci-Mendoza, él le recordaba al compositor de mediana edad Gustav von Aschenbach, protagonista de la película franco-italiana "Muerte en Venecia" (título original: Morte a Venezia) realizada en 1971 y dirigida por Luchino Visconti. Adaptación de la novela corta del mismo nombre del escritor alemán Thomas Mann.Se trata de una disquisición estético-filosófica sobre la pérdida de la juventud y la vida, encarnadas en el personaje de Tadzio, y el final de una era representada en la figura del protagonista.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Somos tantos los amputados... Alguien diría que es inmemorial a la humanidad. Los pueblos derrotados e invadidos crean la mayor cantidad de amputados, pero no esos que usted supone, sin brazos ni piernas, sin un ojo... sino aquellos a quienes han sido amputados sus afectos, las ramas de un árbol vigoroso para volverlo débil y tiñoso especialmente cuando la edad cuenta...

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Elogio de la amputación...

Rafael Muci-Mendoza



...les recordamos -como alguien dijo- que regresar es el motivo de todo
viaje...



Somos tantos los amputados... Alguien diría que es inmemorial a la
humanidad. Los pueblos derrotados e invadidos crean la mayor cantidad de
amputados, pero no esos que usted supone, sin brazos ni piernas, sin un
ojo... sino aquellos a quienes han sido amputados sus afectos, las ramas de
un árbol vigoroso para volverlo débil y tiñoso especialmente cuando la edad
cuenta... Mostraba mi padre en su espalda pequeñas cicatrices lineales
dispersas. Eran tiempos de la dominación otomana en su amado Líbano. Las
magras cosechas que podían serle reclamadas a la tierra agreste, eran
escondidas bajo la tierra para preservarlas de los zorros y especialmente de
la rapiña invasora. Los más jóvenes eran torturados para que revelaran los
escondidos sitios de acopio. Apretó los dientes, nada reveló cuándo el
ferrete incandescente cimbró su cuerpo y quemó su carne inocente.
Desesperados los padres buscaban cómo aventar a sus hijos, como disecar la
carne de su carne en aquel dolorosísimo proceso de separar lo inseparable,
para enviarlos allende los mares y salvarlos así de la barbarie. Jóvenes
promisorios que en amplia y dolorosa diáspora se diseminaron por campos
afectuosos o mezquinos, y muchos como mi padre llegaron a esta tierra de
gracia, besaron su suelo y se hicieron tierra de la generosa tierra
conjuntándose con su gente y sus costumbres. No supieron de la muerte de sus
padres ni de la suerte de sus hermanos. Las comunicaciones eran tan exiguas
que las separaciones eran verdaderas amputaciones harto traumáticas. Traían
en sus alforjas deseos de trabajar, de hacer patria en patria ajena, de
ayudar a su familia lejana. Los de su raza eran gente sana, industriosa,
inteligente, duros y dispuestos para el trabajo sin pausa y de vida austera,
que venían al país sin un centavo en el bolsillo pero con cinco mil años de
ventaja en el arte del comercio, ese legado de antiguos navegantes fenicios,
arriesgados y batalladores, y en razón de ello, pronto eclipsaban a los
nativos. Su vocación de trabajo y sus vidas sobrias permitió a esos como mi
padre ahorrar y financiar, no sólo los estudios de sus hijos, sino los de
sus sobrinos que habían quedado en ¨su tierra¨ y de innumerables ahijados
que adquirieron mi mamá y él, entre sus paisanos, inmigrantes europeos y
nativos, a quienes dieron y mucho, sin intereses malsanos y sin ser
requeridos. Lágrimas de amargura pujaban por brotar de sus curtidos ojos
cuando nos contaba que salió a escondidas al puerto evitando la guardia
otomana para abordar un barco como polizón y no pudo despedirse de sus
hermanas ni recibir la bendición de sus padres en el puerto de Trípoli que
en la antigüedad había sido centro de la confederación fenicia que
conformaba con otros distritos: Tiro, Sidón y Ruad. Mucho tiempo después se
enteró con dolor que cayeron víctimas de esa pandemia que fue la gripe
española de 1918 que solo en un año mató entre 50 y 100 millones de
personas. Después vendría el batallar en tierra, costumbres y lenguaje
extraños, todo, facilitado por la acogida bondadosa y desinteresada de los
habitantes de Guayabal del Estado Guárico, donde encontró una mujer insigne
y fiel que le acompañó por más de sesenta años y que fue mi admirada madre.


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Pero además de todas esas virtudes que adornaban a los libaneses, aunque
tenían fama de avaros, eran por lo contrario, también muy caritativos. Lo
que muchos ignoran es que venían de una cultura de carencias en la que
aprendían a guardar un equilibrio entre la abundancia y la escasez: Durante
la cosecha se consumía lo necesario y se guardaba el excedente. Era la
cultura de pueblos semíticos como árabes, judíos y fenicios. Allí
adquirieron un alto sentido del ahorro, que como dijimos era visto como
codicia, sin que se llegase a comprender que su sistema metódico en el
aspecto económico obedecía más a la necesidad de mantener un respaldo
monetario en un país desconocido, que un puro afán de lucro. Quizá por eso
mi padre clamaba en sentido figurado que le dieran a Venezuela para
gobernarla ¨un año¨, para hacerla productiva y ordenada, para sembrar
doquier seriedad, felicidad, prosperidad y justicia para todos; y
especialmente honestidad y compromiso. A Dios gracias se fue hace muchos
lustros y no alcanzó a atisbar los negros nubarrones que se arremolinaban en
el poniente debido a la incuria de muchos venezolanos y que finalmente
desembocó en la borrasca comunista de nuestros días... que, borrasca al fin,
con absoluta seguridad se extinguirá en su propio accionar...

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Ahora somos nosotros, sus hijos, los que vivimos la invasión extranjera,
suerte de ocupación otomana agavillada donde se conjugan cubanos, rusos y
chinos aupada por Chávez y sus sucesores, que dispendiosos y sin
consentimiento traicionaron y regalaron la patria y malbarataron sus
riquezas. Hemos sido echados de lado, perseguidos por no pensar igual, por
aspirar al mérito y a la excelencia, por ser fieles a la palabra empeñada y
al juramento prestado. Legiones de mal vivientes han sido lanzados a las
calles para secuestrarnos y matarnos, para hacer el país invivible, para
sobre la base de amputaciones forzarnos a abandonar el país en nueva
diáspora de jóvenes íntegros, bien formados, inteligentes que a su vez,
echarán raíces en predios desconocidos. Deseamos para ellos la mayor suerte
y el mejor de los éxitos, pero al mismo tiempo les recordamos -como alguien
dijo- que regresar es el motivo de todo viaje...

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Ahora se repiten tiempos de ocupación extrajera, cubana para más señas,
regalado el país a traidores, ladrones y asesinos y sus métodos de
amedrentamiento del colectivo para hacerse del poder omnímodo, y que les han
sido útiles por más de medio siglo en aquella isla de la infamia, injertados
en esa tierra que mi padre admiró y nunca se cansó de agradecerle, para que
la triste diáspora se repita. Ahora perdemos parte de nuestros cuerpos, se
nos amputa la carne por desgarramiento, nuestros hijos huyen con nuestra
aprobación cuando temen por sus vidas y por la culminación de sus metas cada
segundo, y de paso nuestros nietos se llevan parte de nuestro corazón
desecho sin que sepamos cuándo será el último encuentro, el último abrazo,
el último beso... Pero al menos sabemos que en tierras extrañas sus derechos
humanos y ciudadanos les serán respetados y podrán -como mi padre- echar
fuertes raíces y emprenderán una nueva vida llevando las enseñanzas de su
hogar bajo su piel y transparentándolas en sus acciones. Por ello, nos
conforta el poema  de la Hermana Teresa de Calcuta:




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Pero no se crean que esto se queda así... Ustedes, traidores, ya son
¨periódico de ayer¨. Les derrotaremos con la verdad, con el deseo sincero de
hacer una Venezuela digna y próspera para todos los venezolanos sin ningún
distingo, donde se respete y se promueva la excelencia, la jerarquía del
espíritu y el poder del intelecto en beneficio del bien común, seremos como
el mito del ave Fénix que renacerá de sus cenizas con toda su gloria y será
símbolo del renacimiento físico y espiritual, del poder del fuego, de la
purificación y la inmortalidad con la virtud de sus lágrimas curativas. Por
ello muchachos tengan fe, ustedes regresaran a un país decente, nos
encargaremos de que así sea.


Cuando le llegaba la hora de morir, hacía un nido de especias y hierbas
aromáticas, ponía un único huevo que empollaba durante tres días, y al
tercer día ardía. El Fénix se quemaba por completo y, al reducirse a
cenizas, resurgía del huevo la misma ave Fénix, siempre única y eterna.

Esto ocurría cada quinientos años.




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