A Cora Páez de Topel Capriles

A Cora Páez de Topel Capriles
A Cora Páez de Topel Capriles, gran amiga de Aziz Muci-Mendoza, él le recordaba al compositor de mediana edad Gustav von Aschenbach, protagonista de la película franco-italiana "Muerte en Venecia" (título original: Morte a Venezia) realizada en 1971 y dirigida por Luchino Visconti. Adaptación de la novela corta del mismo nombre del escritor alemán Thomas Mann.Se trata de una disquisición estético-filosófica sobre la pérdida de la juventud y la vida, encarnadas en el personaje de Tadzio, y el final de una era representada en la figura del protagonista.

sábado, 1 de julio de 2017

Brodsky, Nureyev, Chagall Grandes figuras de la cultura que abandonaron Rusia y murieron afuera. Serie “Hechos y personajes de la revolución rusa en su centenario (7 de noviembre de 1917 - 2017)”. Parte XXIII


Carrières de Lumières (multimedia exhibition)
Chagall, Midsummer’s Night’s Dreams
Por ANTONIO GARCÍA PONCE
01 DE JULIO DE 2017 03:47 AM | ACTUALIZADO EL 01 DE JULIO DE 2017 03:54 AM
Joseph Brodsky nació en Leningrado en 1940, de padre judío. Fue un niño terrible, expulsado de siete escuelas, y ya joven se dedicó a oficios manuales, al mismo tiempo que aprendió varias lenguas y le dio por traducir poemas y otros textos al ruso. Lo hizo tan bien que muy pronto sus traducciones despertaron casi unánime reconocimiento. Cultivó la poesía y allí también labró su prestigio, de tal manera que se le considera uno de los más excelsos poetas de la Rusia del siglo XX. Obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1987.
No fue ningún militante político, y su obra poética no muestra ninguna parcialización hacia el régimen bolchevique ni tampoco denigra del gobierno marxista. Sin embargo, está alejado de lo que él llama cualquier verborrea, sea en los temas de política, historia o arte. Necesariamente, ese talante suyo no le gustaba al régimen, dado su renombre. Cuando una revista de Moscú solicitó su colaboración y se tardaba la publicación del escrito que él había entregado, le respondieron que iban a publicar solo una parte. Él, entonces, retiró todo el texto en medio de insultos a la Redacción.
A Brodsky no le interesaba tomar posición en cuanto al problema judío, y dijo una vez al respecto: “Basta hablar de mi condición judía. La patria de un poeta es la lengua”.
(En 1952, polemizando con Américo Castro, Jorge Luis Borges dijo que quien habla del problema judío es porque considera a los judíos como un problema).
Quizás Brodsky no sabía que en Rusia la guía de conducta estaba resumida en el apotegma “Dentro la revolución, todo; contra la revolución, nada”, tal como lo advirtió Fidel Castro en su discurso de conclusión de las reuniones con los intelectuales cubanos, en la Biblioteca Nacional de La Habana, en junio de 1961. Era un eufemismo para ocultar que el intelectual que no está a favor de la revolución es porque está en contra. Dicho y hecho, a Brodsky le etiquetaron el pecado de “parasitismo social” y fue condenado en 1964 a cinco años de trabajos forzados en Arjanguelsk, en la región sub-ártica del mar del Norte. La noticia generó desazón en el mundo europeo y gracias a las gestiones de Jean-Paul Sartre, el gobierno lo liberó a los 18 meses de castigo. Brodsky se encerró en su concha, no quiso pedir visa para atender la invitación al encuentro internacional de poesía en Londres en 1969 ni al Festival de los Dos Mundos en Spoleto (Italia). Lo forzaron a abandonar el país, y en junio de 1972 salió de Rusia, para siempre. Obtuvo la nacionalidad norteamericana, siguió escribiendo sin parar y murió en 1996. A petición suya, fue enterrado en Venecia.
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Rudolf Nureyev nació en 1938 en un vagón de tren, cerca de la ciudad de Irkutsk, a más de 5.000 kilómetros al este de Moscú. Cuando tenía siete años de edad, quedó deslumbrado por el ballet Canción de las Grullas, al que asistió en Ufá con su madre y hermanos. Se dedicó entonces al aprendizaje de la danza, a pesar de la oposición de su padre. Sus estudios más serios los hizo en la Escuela Vaganova (antes Ballet Imperial), que dependía del Ballet Kírov de Leningrado. Dominó el ballet, se codeó con los mejores intérpretes, incluso con los bailarines de otros países que visitaban la URSS. Poca atención prestaba a las charlas políticas obligatorias. Despuntaba en él algo especial y era que ya no se limitaba, como era lo usual, a servir de partenaire a la prima donna.
Fue a mediados de 1961 cuando Nureyev se aventuró a dar un paso decisivo en su carrera. El ballet Kirov había sido invitado a una gira por Europa. La representación en París fue todo un éxito. Los aplausos a Nureyev fueron estruendosos. Pero, de repente, el directo del grupo le comunicó que no podía seguir a la próxima escala, que era Londres, porque debía abordar el avión que salía a Moscú. Ya cuando estaba cerca la escalerilla para subir al Tupolev en el aeropuerto de Le Bourget, Nureyev retrocedió y corrió como un loco de regreso al aeropuerto. Gritaba: “¡No quiero regresar, quiero ser libre!”. Y pidió asilo.
“Abandoné mi país sencillamente por falta de oxígeno, para redescubrir el sentido de la perspectiva que todo artista necesita si pretende continuar dando lo mejor de sí mismo”, dijo.
Se cuenta que antes del viaje había tenido un altercado con la policía que vigilaba esta clase de giras. Cuando el oficial de la KGB le preguntó por qué nunca se había unido al Komsomol (las juventudes comunistas), Nureyev respondió “¡Porque tengo cosas mucho más importantes que hacer con mi tiempo que malgastarlo en esa clase de basura!”
De allí en adelante, su carrera fue triunfal, algo que no se veía desde los tiempos de Nijinski. En Londres conoció a Margot Fonteyn, bailó con ella y fue la pareja más cotizada por más de 15 años, sobre todo bailando para el Royal Ballet de Londres. Trabajó con los grandes coreógrafos Roland Petit, Maurice Béjart, Martha Graham y George Balanchine. Alcanzó una deseada cumbre: director del ballet de la Ópera de París.
Solo una vez volvió a Moscú, en 1989, en tiempos de la Perestroika, atendiendo la invitación de Mijaíl Gorbachov para bailar La Sílfide. Y murió en 1993, luego de una vida desordenada, atacado por el sida. Fue enterrado en el cementerio de Sainte-Geneviève-des-Bois, de París.
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Marc Chagall nació en Vitebsk en 1887. Es uno de los artistas plásticos más importantes del siglo XX, junto a Picasso, Kandinski, Braque, Monet, Miró, Modigliani.
A los 20 años se mudó a San Petersburgo, trabaja con la escuela de la Sociedad de Patrocinadores del Arte, estudia en la escuela de Elizaveta Zvántseva, y empieza a adquirir nombradía en el mundo de la pintura. Viaja a París, frecuenta el famoso café La Rotonde del barrio Montparnasse, coquetea con el cubismo. En 1914 regresa a Vítebsk para casarse con su prometida, Bella Rosenfeld, a la que había conocido en 1909. Vive allí el comienzo de la Primera Guerra Mundial. El matrimonio tiene una hija, Ida.
Triunfante la revolución bolchevique, lo nombraron comisario de arte de la región de Vitebsk. Funda allí en 1919 la Escuela de Arte y da rienda suelta a su genio, pero por poco tiempo. La pesadez burocrática del cargo y las discusiones que entabla con los pintores supramatistas, encabezados por Kazimir Malevich, lo llevaron a renunciar al cargo. Viajó a Moscú y en la capital trabajó como diseñador de escenarios para el Teatro de Cámara Judío recién formado. Son famosos los grandes murales de fondo que diseñó con figuras de bailarines, violinistas, acróbatas y animales. Terminó la guerra, vino la hambruna, la guerra civil, trabajó como profesor de arte en un refugio para los niños judíos, hasta que en 1922 quiso regresar a Francia. Fue un cambio de residencia definitivo.
La Rusia soviética ignoró su obra, alejada del cartabón del llamado realismo socialista. En diversos museos quedaron archivadas sus pinturas. El escritor Iliá Ehrenburg en sus memorias describe así a Chagall:
“Cuando Chagall cumplió cincuenta años, pintó el cuadro El tiempo es un río sin orillas. Un pez alado sobrevuela el Dvina, de él pende un gran reloj de pared, que en cierto tiempo había estado en la casa de los padres del pintor o en la de su novia. En Chagall volaban no solo las aves, también los peces; sobrevuelan las ciudades judíos barbudos, los violinistas se instalan en los tejados de las casa, los enamorados se besan en algún lugar más cercano a la luna que a la tierra. Sin embargo, aunque todo vuele, gire, él no nota el paso de los años. Lo vi varias veces en París en la época de La Rotonde, que él frecuentaba poco. Me pareció el más ruso de todos los pintores a los que solía ver en la capital francesa: Archipenko estaba obsesionado con el cubismo; Zadkine parecía inglés; Sutín guardaba silencio, miraba a todos y todo con ojos de adolescente asustado; Lariónov predicaba el luchismo, pero el joven Chagall repetía: ‘En nuestra casa…’. Le vi mucho tiempo después en su taller de la avenue d’Orleans y allí dibujaba las casitas de Vitebsk. En 1946 coincidimos en Nueva York, había envejecido pero hablaba del destino de Vitbesk, de cuánto quería ir a casa. La última vez nos vimos en la casa de Vence. Seguía siendo el mismo. Una vez me envió una carta larga, cuarenta años antes había dejado unos lienzos en un taller de marcos de Petrogrado. Recordaba bien la casa en la confluencia de dos calles, pero no sabía lo que significaban cuarenta años en la vida de Leningrado. (…) Por supuesto que, en París, Chagall conoció el cubismo, el fauvismo e incluso el surrealismo, pero la influencia que ejercieron sobre él fue pasajera y aunque enriquecieron al pintor, no alteraron su estilo. Hay lienzos maravillosos de Chagall, los hay algo peores, pro sus cuadros nunca podrán confundirse con los de otros maestros (…)
¿Quizá ha llegado el momento de enseñar las obras de Chagall con sus habitantes de Vitebsk no solo a los franceses o a los japoneses, sino también a sus paisanos?”
Ehrenburg no vio ese momento, murió en 1967, y fue en 1973 cuando Chagall volvió a Moscú por un rato, invitado por el Ministerio de la Cultura. Murió en 1985, lo enterraron en Saint Paul de Vence, en el sur de Francia. Y fue en 2016 cuando la Galería Tretiakov de Moscú expuso por primera vez y de manera permanente siete de los nueve tapices (porque dos se perdieron) que Chagall pintó en 1920 para decorar el Teatro Judío de Moscú.
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Bibliografía consultada
Joseph Brodsky. Del dolor y la razón. Barcelona: Editorial Destino, 2000.
---. Menos que uno. Ensayos escogidos. Traducción de Carlos Manzano. Madrid: Siruela, 2006.
Gonzalo Ugidos. Rudolf Nureyev. El descenso al infierno. Internet.
Marc Chagall. Mi vida. Barcelona: El Acantilado, 2012.
Iliá Ehrenburg. Gente, años, vida. (Memorias 1891-1967). Barcelona: El Acatilado, 2014.

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