Calma chicha (y II)
Con el objeto de señalar algunas razones poco trajinadas sobre la conducta de los venezolanos frente a los gobiernos opresores, se plantearon algunas ideas hace ocho días que hoy se quieren complementar con observaciones sobre los tiempos más recientes. En el anterior artículo llegamos hasta el gomecismo, para llamar la atención en torno a las flojas reacciones del pueblo ante una serie de regímenes negadores de la democracia y de la dignidad ciudadana. Se trataba de sugerir que dejáramos la búsqueda del “bravo pueblo” porque solo se encuentra en las estrofas del Himno Nacional, y ahora se continúa lloviendo sobre ese terreno que no ha estado suficientemente mojado.
El solo hecho de que, después de la muerte de Gómez, comenzara un período llamado posgomecismo, da cuenta de la debilidad de las reacciones contra la herencia del nefasto difunto. El entierro del tirano dio paso a contadas manifestaciones de repudio, debido a cuya anemia pudo continuar una administración como la que había comenzado el sujeto de La Mulera. Una administración maquillada ahora de actualidad y dispuesta a abrir postigos para la penetración del oxígeno negado por el tirano (no faltaba más, los tiempos lo exigían), pero apegada a los vicios y a las limitaciones de la cuna. La aceptación de un legado que solo se modificaría en atención a los intereses de los herederos de un mandatario deleznable acompañados por contadas caras nuevas, da cuenta de cómo los venezolanos de entonces se conformaron con ladrar sin atreverse a morder. De allí el surgimiento de un golpe de Estado en 1945, capaz de llevar a cabo lo que no había podido o querido hacer la sociedad, pero protagonizado apenas por un elenco de civiles y militares.
Los sucesos del octubrismo adeco pueden llevar a entusiasmos exagerados. El demonio de la política se metió en el cuerpo de la mayoría de los venezolanos de la época, que hicieron cosas inéditas y realmente dignas de atención en la fragua de una sociedad desconocida y más hospitalaria. Aquello fue un portento de atrevido civismo, de desafío de la gente común a los usos de la convivencia anterior, pero el gozo se fue al foso en tres años sin que se contemplara el cortejo de los dolientes. ¿Qué hizo el pueblo ante el golpe militar contra el presidente Gallegos, contra el símbolo de la república de las mayorías inaugurada con merecidos bombos y llamada a construir un edificio que esperaba con paciencia desde 1830? Nada que no fuera callar y encerrarse en los domicilios familiares.
Las fantasías sobre el derrocamiento de Pérez Jiménez también han alimentado la idea del “bravo pueblo”, pero son solo fantasías. La resistencia contra la dictadura militar fue obra de un admirable grupo de combatientes, con cuyas hazañas no se relacionó la sociedad que callaba o aplaudía. Un puñado de valientes clamó en el desierto de la indiferencia de la gente que no se quería meter en problemas. El famoso 23 de Enero de 1958, que puso a Tarugo en un avión junto con sus amigotes, fue obra de una cúpula militar con la compañía de políticos sobre cuyo número dan cuenta cómoda los dedos de las manos. El pueblo se echó a la calle cuando el mandado ya estaba hecho, para apuntalar la leyenda de un celebrado “espíritu” que nos ha animado en la posteridad.
Todo esto ha venido a cuento, en suma, para sugerir a los críticos de la actualidad que no se alarmen ni impresionen por la pasividad del pueblo ante los desmanes del chavismo. Tales alarmas y tales asombros carecen de asidero, si se relacionan con las formas que hemos tenido como sociedad de reaccionar, o más bien de evitar la reacción, ante administraciones oprobiosas. Si ahora no hacemos nada contra un régimen detestable, o apenas nos conformamos con el amago, repetimos una vieja historia que no convida a la edificación. Si apenas atacamos puntos precisos que nos molestan como individuos, o como miembros de un grupo o como habitantes de un sector determinado, calcamos actitudes conocidas de sobra. Así hemos sido, salvo honrosas excepciones. No se nos puede pedir lo que no hemos dado a través de nuestra historia. Podemos sorprender con una cabriola olímpica, desde luego, pero eso está por verse.
Calma chicha (I)
La reacción de la sociedad ante la conducta del gobierno no ha dejado de sorprender a quienes quieren o esperan movimientos enfáticos. No es posible, se escucha en las tertulias y en las ocasiones que se ofrezcan, la pasividad o la indiferencia de la gente ante las urgencias que la oprimen. Según los analistas de sobremesa, o de acuerdo con otros opinadores más acuciosos, la violencia, las colas en las puertas de los mercados, el deterioro de los servicios de salud, la corrupción y el discurso estéril del oficialismo, no reciben la contestación que merecen. Se va del asombro a la crítica ante lo que parece una indiferencia incomprensible. Nadie hace nada significativo frente a los desmanes y la incuria de los mandones, concluyen. ¿Cosa extraña? Tal vez no estemos frente a un fenómeno inusual, de acuerdo con lo que se tratará de plantear a continuación.
Los que se impresionan ante lo que parece un desdén insólito deben saber que topan con una forma de no reaccionar, o de escurrir el bulto, que ha sido común en Venezuela desde antiguo. Como se nos ha dicho en la letra del himno nacional que somos el “bravo pueblo”, juramos que no existe una colectividad más aguerrida en la defensa de sus derechos y en la lucha contra las injusticias, en la batalla contra las dictaduras. Pero sobran las evidencias para señalar lo contrario, con el perdón de los autores de la venerada canción patriótica. Un vistazo de las formas medrosas y aún complacientes o bobaliconas de actuar frente a las autocracias desde el siglo XIX, conduce a comentarios más ajustados a los rasgos de una ciudadanía que no ha sido ejemplo de valentía frente a sus opresores.
Bastó un ataque del Congreso en 1842, una sola muestra de colmillos afilados, para que se apagaran los humos levantiscos del pueblo que se estrenaba como republicano. Diez años vergonzosos de gobierno familiar dan cuenta de la sumisión popular en sentido general. Solo unos cuantos valientes se atrevieron entonces con “movimientos fusionistas” que carecieron de soporte social. Después el guzmancismo debió lidiar con alzamientos de caudillos condenados al fracaso, mientras el pueblo que había leído de derechos ciudadanos y se había entusiasmado con la creación de partidos políticos y había contemplado o padecido la sangría de la Guerra Federal, bajaba la cabeza ante uno de los regímenes más groseros en su vanidad y en su prepotencia. Si señalamos la excepción de un grupo de muchachos llenos de ensueños y de una veintena de autores sin lectores, no aparecen dígitos favorables en las cuentas del “bravo pueblo”. Mientras una sucesión de administraciones grises se estableció como por inercia, una fracción de la sociedad se atrevió a seguir el llamado de unos hombres de armas sin ideas en la cabeza para facilitar el estado de postración panorámica y de abandono del republicanismo que caracterizo el siglo en sus postrimerías.
Venezuela de rodillas ante Gómez es el caso más escandaloso de abyección, de negación de ideales cívicos y patrióticos. Nos regodeamos hoy en el recuerdo de la Generación del 28, quizá porque sea lo único digno de memoria en un lapso de 27 años caracterizado por el encierro de un centenar de hombres valientes, pero viejos y cansados, que pagaban su arrojo en La Rotunda mientras los intelectuales hacían la apología del Benemérito con la complacencia o el silencio de las mayorías. Ese tiempo de dolor y barbarie, de latrocinios e ignorancia, de oscuridad sin paliativos, contó con la compañía del “bravo pueblo”. Peor todavía: en la actualidad abundan las anécdotas benévolas y las reminiscencias pintorescas de lo que fue, para general desdicha, una caverna habitada por millones de personas.
En los sucesos posteriores tampoco se caracterizó la sociedad por el compromiso con eso que llamamos con pompa “grandes causas”, con el credo de los padres fundadores, con la fe en una sociedad de hombres decentes y esforzados, asunto que se tratará en el artículo del próximo domingo antes de ponerse a meter el dedo en la llaga de la pasividad de nuestros días frente a los desmanes del chavismo, como hacen los opinadores mentados al principio. ¿Acaso no sigue el pueblo la corriente de sus antecesores?
No hay comentarios:
Publicar un comentario