ESPECIAL | junio 6, 2017 | Web del Frente Patriotico
La Asociación de Egresados y Amigos de la Universidad
Central de Venezuela (E-UCV) me ha galardonado con el ¨PREMIO ANUAL
ALMA MATER, 2017¨. «Este galardón, creado con el objetivo de estimular y
valorar el aporte de los egresados ucevistas al país y al mundo, reconociendo
su actuación y la trascendencia de su obra, es otorgado anualmente al Egresado
UCV cuya actuación muestre un espíritu apegado a la justicia, equidad y
solidaridad humana y cuya carrera como profesional se haya destacado por
relevantes logros en diferentes campos del quehacer nacional e internacional y
que permita calificarlo como un Egresado Integral». La asamblea de la Academia
Nacional de Medicina (ANMV) votó mi nombre por unanimidad y me postuló para
este honorífico premio. El jurado calificador escogió mi nombre.
Desde 2006 cuando se instauró el premio previamente ha sido
otorgado a 12 universitarios de mérito; varios de ellos, médicos, fueron mis
profesores durante la carrera médica. El doctor Francisco Montbrun mi profesor
de anatomía y luego de cirugía en 5º y 6º años siendo jefe de la cátedra de
clínica y terapéutica quirúrgica y mi compañero de la ANMV; los doctores Blas
Bruni Celli y Alberto Angulo mis profesores de anatomía patológica y también
compañeros de la ANMV; por último, el doctor Otto Lima Gómez mi profesor de
pregrado de clínica y terapéutica médica y luego, ya graduado, mi mentor
durante mi formación de médico internista y compañero de la ANMV.
El premio correspondiente al año 2017 me fue otorgado el día martes
30 de mayo a las 10.00 A.M. en el Aula Magna de la Universidad Central de
Venezuela, en el marco de la celebración del Día del Egresado Ucevista.
Hace 55 años, bajo las Nubes Acústicas de Calder en el Aula
Magna de la Universidad Central de Venezuela, recibí mi título de Médico
Cirujano de manos del Rector Magnífico Francisco De Venanzi; ahora soy
igualmente llamado a pronunciar en el mismo recinto mi discurso de orden como
corresponde al ganador del premio con la asistencia de las autoridades de la
Sociedad de Egresados de la UCV y del tren rectoral de nuestra casa de estudios
presididos por la doctora Cecilia García-Arocha Márquez. Fue una mañana exultante
de emociones al ver a mi familia, a mis amigos y a mis alumnos desplegando una
pancarta celebrando el éxito obtenido.
PALABRAS DE RAFAEL MUCI-MENDOZA EN EL ACTO DE
OTORGAMIENTO DEL
«PREMIO ALMA MATER EN SU XII EDICIÓN, 2017»
MARTES 30 DE MAYO DE 2017
Profesor Miguel Génova, presidente de la Asociación de
Egresados y Amigos de la UCV y demás miembros de su Junta Directiva. Admirada y
respetada rectora Cecilia García-Arocha y su equipo rectoral de mi Universidad
Central de Venezuela, familiares, colegas profesores, mis compañeros de la
Academia Nacional de Medicina, egresados de ésta y otras universidades,
discípulos, amigos todos.
Señoras,
Señores.
-I-
Es un deber mío iniciar estas palabras con la pública
expresión de mi gratitud a todos los que se empeñaron en mi nominación para
este inapreciable premio; esta presea tan sentida que mi alma mater me otorga
hoy bajo las imponentes nubes acústicas de Calder… Debo sin embargo, agradecer
a mis maestros comenzando por mis padres, ¨Musiú José¨, inmigrante libanés y
Misia Panchita, flor de bora del llano guariqueño, guías de rectitud y
compromiso, rosa de los vientos cuya flor de lis ha simbolizado mi norte; a mis
maestros de la facultad de medicina, ¡tantos que fueron, tantos que aún son…!,
a mis pacientes y alumnos, y por sobre todo a Graciela, fiel y amorosa
guardiana de mis días y de mis noches. Después de todo, puedo decirles que si
no estoy satisfecho de mi labor académica es porque no lo estoy enteramente de
nada de cuanto he hecho en mi vida. En esta casa he estado por bastante más de
media centuria sirviendo humildemente a mi país, a mi universidad, a mis
pacientes, a mis alumnos y a la ciencia, pues en cada hombre no hay algo tan
importante como las ideas, quien sabe si más que el hombre mismo, pues él es el
molde y matriz de esas ideas.
-II-
Quizá sea tiempo de conceptualizar la luz: Los conceptos de
luz y tinieblas asumieron desde el antiguo Egipto un importante sentido
espiritual: la luz es vida, liberación, prosperidad, salvación, felicidad,
éxito; y la vida, resumida en una batalla invisible entre los hijos de la luz
contra los terribles entes de las tinieblas.
La idea de que el conocimiento es luz y la ignorancia
tinieblas se encuentra en el núcleo del gnosticismo cuyos vínculos con algunas
de las tradiciones cristianas primitivas son bien conocidas. La gnosis plantea
que el conocimiento de Dios absoluto e intuitivo está en el conocimiento de uno
mismo, pues el ser humano no es otra cosa que una centella de luz divina
prisionera en el cuerpo del hombre.
El simbolismo de la luz, por lo demás, es prácticamente uno
de los universales de la cultura. Aparece la luz como la forma suprema en la
transformación de la realidad, el paradigma de la vida, de la felicidad, del
triunfo; la luz impregna todos los rincones de la comprensión que el hombre aspira
alcanzar, la luz es gozo, esperanza, felicidad: es vida, por eso el poeta Luis
Pastori la incluyó en nuestro himno universitario donde brilla la alegoría de
la luz venciendo a las sombras en que el régimen criminal nos mantienen sumidos
pero no vencidos.
Y es que para nosotros los universitarios, la autonomía es
luz, es condición indispensable para el desarrollo del pensamiento crítico, de
la pluralidad de ideas, de la libertad del pensamiento y del verdadero amor por
la democracia. Es la ¨democratina¨, excelsa y noble sustancia que corre
por nuestras venas venezolanas que anula los efectos de la ¨malandrina¨,
esa que enchumba la de nuestros opresores. Por todo ello, la autonomía, esa que
quiere abolir las tinieblas de la maldad, es para la Universidad su condición
esencial, su savia nutricia, una herencia a defender… Sin ella no podría haber
en toda su plenitud trasmisión de conocimientos, difusión cultural,
investigación científica o cualesquiera de las otras importantes tareas
universitarias; por ello debemos defenderla aun con nuestras vidas si fuera
necesario…
-III-
Ha transcurrido 62 años desde que imberbe y con un costal de
decisión al hombro toqué las puertas de la Universidad Central de Venezuela, y
en sus campus –incluyendo al oráculo de la medicina nacional, el Hospital
Vargas de Caracas- transcurrió mi vida de estudiante de medicina. No padecí
dificultades económicas como muchos de mis compañeros a quienes admiré porque
trabajaban duramente para hacerse de un pequeño presupuesto de subsistencia. Yo
era un privilegiado porque lo económico no formaba parte de mis angustias. Otra
era mi coartación; sufría sin saberlo, de un trastorno por déficit de atención
e hiperactividad, una disfunción de origen neurobiológico que trae aparejada
una inmadurez en los sistemas que regulan el nivel de movimiento, la
impulsividad y la atención. No había aparecido en la edad adulta, lo arrastraba
penosamente desde mi parvulez. El mío era y es una forma frustrada porque nunca
hubo hiperactividad motora ni tampoco fui reconocido como impulsivo; no
obstante su presencia ha sido psíquicamente muy dolorosa pues requiero de un
extra esfuerzo para prestar atención y concentrarme. Por mucho tiempo, en el
caminar estudiando en voz alta encontré una ayuda; ello me hizo sentir
disminuido y triste como el ¨patito feo¨ del celebrado cuento o metáfora de
Hans Christian Andersen sobre la autoestima humana; esa fue la incómoda
experiencia durante mi etapa de crecimiento infantil hasta que me encontré con
mis pares.
Me pregunto si factores perinatales relacionados con el
décimo embarazo de mi madre y mi prolongado proceso de parto en posición de pie
me hicieron la vida retama… pero ahora sonrío con humildad, con orgullo e
infinito agradecimiento. Ha sido un tremendo y continuado esfuerzo: caminé
centenares de kilómetros hablando en voz alta para poder concentrarme y
aprender; elaboré estrategias propias para fijar y recordar, luego en el diario
trajinar con los enfermos enseñé y enseño a jóvenes estudiantes al tiempo que
aprendo yo mismo, teniendo la hermosa recompensa de verles florecer y
fructificar bajo mi atenta mirada. Pero no son éstas, lamentaciones del tiempo
presente, porque no puedo, pues, quejarme de nada. En estos ensoberbecidos
tiempos de suprema carestía, los médicos debemos volver nuestros ojos hacia
nosotros mismos, debiendo recordar que aun cuando no haya medicamentos, la
primera medicina que prescribimos los médicos es la actitud sanadora de nuestra
presencia.
Si exhibo estos antecedentes, a los que debo unir el permanente
y eficaz de la enseñanza de cada día, es para mostrar a los más jóvenes que no
existen barreras a una manera de ser que involucre el ferviente deseo de
superación, el afán de educar y el deseo de trascender, y que el deber que se
nos exige ha de ser tan solo un pretexto para inventar otros deberes.
-IV-
No he buscado riquezas, no obstante y paradójicamente soy
multimillonario: mensualmente me busco en la revista Forbes y mi fotografía
nada que aparece en la portada; intuyo que es porque la calidad de mis millones
se expresan en caros afectos, contantes y sonantes, y porque la única dignidad
de que me puedo envanecer como hombre es el trabajo, y en mi senectud, pienso
que el deber fundamental de un viejo es la adaptación, es decir saber ser un
viejo útil, sin que le afecte la polilla del tiempo y sin echar de menos al
joven que ya nunca más será; por ello, no debemos consentir los achaques ni
descansar, pues el descanso y la jubilación son el comienzo del morir…
-V-
Son estos aciagos tiempos de invertidos valores, cuando el
pueblo venezolano y especialmente el enfermo pobre purga penas por pecados por
otros cometidos. ¿Qué culpa tiene el niño malnutrido de enfermarse; qué culpa
tiene el canceroso de su cáncer, o el minero que aterido entre escalofríos
solemnes, fiebre y tiritar de dientes sufre desasistido y sin tratamiento su
malaria, o el hemofílico condenado a sangrar porque no hay dinero para el
factor anti hemofílico salvador, o el diabético que se gangrena y muere porque
que no consigue insulina, mientras dinero sí hay y a manos llenas, para
espurios gastos en países distantes que nos son extraños o en maletines que
viajan impunes por los cielos del mundo, o en contratos para la compra de
material bélico para infligirnos daño y muerte como si fuéramos enemigos? ¡Ah!
Pero si antes eso estaba tan lejos de nuestra comodidad que nos parecía ficción,
hoy todos sentimos la congoja en carne propia: es la suma de maleficencia, la
maldad de la canalla roja envalentonada, el caos, es la anomia, es el desprecio
por los elevados valores del espíritu…
Los antecedentes históricos de la medicina venezolana
establecen cuatro etapas evolutivas que incluyen, su fundación, reforma,
transformación y modernización; pero me he permitido adicionar dos etapas más,
una que llamo de involución de la medicina pública (con un correlato de avance
en la medicina privada), y la etapa actual –incomprensible- que he calificado
de la entrega a una nación extranjera.
La primera etapa, correspondiente a la fundación,
iniciada en 1763, años antes de la existencia de la Capitanía General de
Venezuela que se decreta en 1777, con la creación de la Cátedra de Medicina en
la Universidad Real y Pontificia de Caracas; y luego con la institución del
Protomedicato, ambos debidas al empeño y decisión del ilustre médico
mallorquín, Lorenzo Campins y Ballester.
La segunda etapa, correspondiente a la llamada reforma,
es liderada por José María Vargas, quien en 1827 se convierte en el primer
rector seglar de la republicana Universidad Central de Venezuela. Vargas se
erigiría en el reformador de los estudios médicos. Con él se inicia la medicina
científica y quedan echados los cimientos para su ulterior desarrollo.
La tercera etapa es la de transformación.
Comienza en 1891 y está determinada por tres hechos fundamentales, a saber, la
inauguración del Hospital Vargas de Caracas ese mismo año; la fundación de las
cátedras experimentales de Fisiología, Histología y Microbiología; y la
creación del Internado y Externado hospitalarios. Siete visionarios colman esta
etapa: Elías Rodríguez, rector de la UCV para la fecha; Luis Razetti alma y
motor indiscutible de esa transformación; José Gregorio Hernández, fundador,
regente y sostenedor de esas tres cátedras a los largo de 28 años; y cuatro grandes
clínicos y maestros venezolanos de todos los tiempos, propulsores de las
clínicas madre, Francisco Antonio Rísquez, Pablo Acosta Ortiz, Aníbal Santos
Dominici y Miguel Ruíz.
La cuarta etapa es una de modernización iniciada
en 1936, cuando se crea el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, cuyo
primer titular fue el doctor Enrique Tejera Guevara. Se produce la
transformación de la Junta de Beneficencia Pública de Caracas; se crean las
cátedras clínicas de todas las especialidades médicas; y se funda el Consejo
Venezolano del Niño. Se trata de una época de fecunda ebullición y gestación,
de anhelo de reformas y mejoras que llevan a la ciencia médica venezolana a la
altura de las naciones más avanzadas.
La quinta etapa la he llamado, la Involución de la
medicina pública y Evolución de la medicina privada. Para el momento
del inicio de nuestros estudios médicos, el Hospital Vargas de Caracas era el
centro de referencia nacional para pacientes de todo el país que venían en la
búsqueda de comprensión para sus quejas y cura para sus dolores. Allí se
formaron las grandes escuelas de clínica médica y cirugía. Médicos privados
enviaban sus pacientes tras la pista de un diagnóstico acertado, o para la
realización de exámenes complementarios que no se hacían fuera de su perímetro,
o para alguna complicada intervención quirúrgica. Muchos de nuestros profesores
hablaban fluidamente dos o tres lenguas, tenían estudios de postgrado en el
exterior y habían regresado a esparcir su semilla en ese terreno abonado que fuimos
nosotros. Eran momentos en que la atención médica se percibía como un acto de
beneficencia y no como un derecho humano como luego con pertenencia lo ha sido.
Se habían fundado hospitales a todo lo largo y ancho de la
geografía nacional y allá se fueron posgraduados a modificar viejas maneras de
hacer, retoñando por doquier el verdor del progreso médico. El Hospital
Universitario de Caracas amenazó con el cierre del Hospital Vargas. Visionarios
no lo permitieron, y sobre su muerte cierta, como ave Fénix, se alzó la Escuela
de Medicina José María Vargas.
Con el paso del tiempo, las políticas de salud fueron
cambiando sin que se trazara un plan para garantizar su continuidad. La
politiquería inició el deterioro de los servicios públicos de salud; buenos planes
eran rechazados por provenir de otra tolda política. Los hospitales públicos, a
un coste elevadísimo, devinieron en receptáculos de toda injusticia, depósitos
de enfermos con problemas médicos y quirúrgicos no resueltos, morideros de
gente, bien por falta de mantenimiento, bien por migración del personal hacia
la práctica privada ante los paupérrimos salarios, falta de insumos, ausencia
de protección para el médico y el paciente, períodos de estada elevadísimos… en
fin, se detuvo el crecimiento y se ejerció todo lo que implica una mala
medicina a un impresionante coste.
Entre tanto, fueron formándose policlínicas privadas del más
alto nivel, limpias y funcionales, bien dotadas de insumos y con los últimos
adelantos tecnológicos; con personal altamente solvente, competente y bien
preparado, que a un coste elevado serviría a la ínfima parte de la población
que pudiera cancelar sus servicios. Muy poca solidaridad mostró en sus
comienzos estas instituciones hacia quienes no tenían posibilidades, y, con
mucha frecuencia, los profesionales, copiando estándares extranjeros ordenaban
y ordenan en forma desconsiderada, exámenes costosos cuando procedimientos más
sencillos pueden conducir a un diagnóstico.
Iniciamos nuestras prácticas profesionales en este período, muchos
compañeros y yo, compartíamos el trabajo entre docencia y asistencia matutina y
práctica privada en la tarde. No había la posibilidad de conciliar las dos
propuestas. El Complejo Asistencial Docente Vargas –sueño de hombres y mujeres
de valía- quedó como vergonzosa historia no concluida, o la autogestión
promovida por ilustres vargasianos, jamás pudo ser llevada a buen puerto por
ese proceso involutivo que nos agobiaba, donde no hubo ni hay consuelo para las
penas del niño que vive en la calle o aquél otro ahogado en su dolor mendigando
salud en Miraflores, atestado de papelitos peticionarios y de promesas
incumplidas, cuando la dádiva política a otros países estaba a la orden del
día.
La sexta etapa en este declive hacia el precipicio y la
destrucción, la he denominado La Entrega. Comienza en 1999,
dieciocho años atrás, con la llamada Tragedia de Vargas, cuando los venezolanos
nos aprestábamos a votar en el referéndum para la aprobación de una nueva
Constitución –lo que ocurriría al siguiente día-, las precipitaciones en el
Litoral Central continuaron sin amainar, determinando que el cuerpo de bomberos
local sugiriera decretar un Estado de Emergencia en la zona, advertencia que el
Gobierno nacional, ya de talante criminal no escuchó. Esa voz desoída por
mezquinos intereses condujo a la desinformación de la población litoraleña y a
la muerte de cerca de cincuenta mil conciudadanos. En ese infausto momento, el
gobierno venezolano permite el ingreso de 500 ¨médicos¨ cubanos a la costa
varguense. Y aquellos médicos venezolanos que nos desplazamos a brindar ayuda
en las áreas de necesidad, nos fue negado el acceso. No me quedan dudas de que
había un plan, un plan perverso, concebido en Cuba y puesto a punto, para que
en caso de alguna circunstancia imprevista se procediera a un acceso masivo de
¨cooperantes¨.
Y así fue, el deslave de Vargas brindó oportunidad para
regalar la patria al peor postor. Medio millar de médicos cubanos que nunca se
devolverían sino que crecería en número hasta alcanzar los treinta mil. Esta
vergonzosa entrega aupada por muchos de nuestros colegas, significó la
vulneración de las leyes de la República y la pérdida de la soberanía de la
salud que ahora está en manos cubanas. Difícil de comprender cómo se
involucraron médicos venezolanos, algunos amigos y otros conocidos, en este
regalo infamante, en esta traición a la medicina venezolana. Se permitió el
ejercicio ilegal de la medicina por extranjeros sin haber cumplido los extremos
de la ley a la cual nosotros y generaciones posteriores estábamos y aún estamos
obligados por la Constitución de la República y la Ley del Ejercicio de la
Medicina.
Los venezolanos poseídos de inmenso desinterés y cobardía
miramos a otro lado mientras ocurría una invasión silenciosa del país por una
nación ajena a nuestro gentilicio, sin oponer resistencia alguna, sin que se
disparara un solo tiro… Es bien conocida la existencia de un ministerio cubano
en la sombra, paralelo al Ministerio de Salud y Desarrollo Social, la Misión
Médica Cubana rezumante de ignorancia y de desconocimiento de la idiosincrasia
nostra, amparada por quienes han pisoteado los principios éticos y morales de
nuestro oficio, y ante la indiferencia del conglomerado médico.
De estos médicos esclavos del régimen cubano se sabe que
muchos han desertado. Desde 2007 se puso en marcha como estrategia política la
Misión Barrio Adentro, un plan político e ideológico presentado con disfraz de
misión humanitaria, entregado a la Misión Cubana pero que en sus normas,
regulaciones y administración no funciona integrado al Ministerio de Salud de
Venezuela, desconociendo las leyes de la república y las ideas y propuestas del
Maestro José Ignacio Baldó. En fin, una pobre medicina pobre para pobres… Todo
ello puso de manifiesto la debilidad de la Federación Médica Venezolana y los
Colegios de Médicos y otros organismos de la sociedad civil para enfrentar con
inteligencia y decisión una lucha frontal contra los invasores.
La pobreza de la salubridad es terrible, catastrófica, pero
en un estado delincuente, en un narcoestado, en medio de las balas, la muerte,
los gases lacrimógenos y los heridos el pueblo despertó, se impone un ingente
deseo de retomar todo cuanto se nos ha robado, y estoy seguro de que así será…
-VI-
Somos padres huérfanos y abuelos anhelantes, nuestros hijos
y nietos que luchen con ahínco y fe desde allá que la pesadilla roja toca su
final y aquí les esperamos. A mis discípulos que tengan fe, que el éxito
coronará sus esfuerzos, que siempre mantengan un espíritu juvenil y
contestatario, que su formación, inacabable, se balancee entre la atención del
enfermo a la cabecera de la cama, el estudio serio y continuado, y la
meditación para aquilatar sus ideas; todo ello para gloria de nuestra patria,
de nuestra universidad y de la medicina…
A mi querida comunidad ucevista le expreso que sentimientos
encontrados de alegría, orgullo y tristeza se agolpan en mi corazón al recibir
este honroso premio que quiero dedicar a todos mis héroes venezolanos jóvenes y
viejos que luchan por la democracia y la libertad, a la memoria de los 60
mártires que se han inmolado durante 60 días en esta cuesta empinada y con
barricadas donde nos acompaña la alegoría de la Libertad de Delacroix guiando
al pueblo, con sus turgentes senos al descubierto, icono universal de la lucha
por la liberación y símbolo inmanente de la patria generosa.
A ellos mis oraciones, mi cariño, mi admiración, mi profundo
respeto venezolanista y toda mi solidaridad:
¡Viva la Libertad, fuera el despotismo!
¡Viva la universidad autónoma!
¡Viva Venezuela!
«La Libertad guiando al pueblo»: Eugène Delacroix (1830),
conservado en el Museo del Louvre de París. El pueblo es la unión de clases: se
representa al burgués con su sombrero de copa y empuñando el fusil
–autorretrato del mismo Delacroix-, al lado un andrajoso y un herido que pide
clemencia a Francia; niños y adolescentes hacen gala de valentía. Al fondo
aparecen brumas y humos de la batalla que diluyen un barrio francés bastante
realista. A los pies de la Libertad un moribundo la mira fijamente indicándonos
que ha valido la pena morir por ella.
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